Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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No estoy tan seguro de la parte de vivir para siempre, pero yo creo que ellos sí tienen fuerza especial.

      El rostro de Sam se iluminó.

      —¿También lo escuchaste? Algunos dicen que esto es obra de los demonios, pero no importa cómo funciona si me vuelvo lo suficientemente fuerte para combatir contra el que me plazca.

      —Es verdad. Si inhalas el humo de demonio púrpura, te vuelves fuerte por un corto tiempo. También cura las heridas con rapidez.

      Sam rio y se dio una palmada en el muslo.

      —¡Sí! Es verdad. Es verdad. Seremos indestructibles.

      —Aun así, tendrás que destruir a otras personas —le recordó Marcio.

      Sam echó los hombros atrás.

      —Las personas reciben lo que merecen. Los enemigos de Brigant necesitan recordar quién manda.

      —¿Las mujeres y los niños también? ¿Los bebés? ¿Los ancianos?

      —¡Yo no voy a luchar contra ellos! No están en el ejército. Pero… —Sam se encogió de hombros—: si estás en el lado equivocado, sufres.

      Marcio asintió mientras pensaba en su familia y en todo el pueblo abasco.

      —Eso es cierto.

      Se mantuvieron en silencio durante un tiempo y luego Sam dijo:

      —Ya antes he visto ojos como los tuyos. En el norte. Los esclavos abascos que trabajaban en las minas también tenían los ojos plateados.

      —Ya veo.

      —Mi maestro negociaba con los dueños de las minas, comprando y vendiendo estaño —Sam tocó el suelo con el dedo—. ¿Vienes de ahí? Cuando dijiste que viajaste un poco, ¿querías decir que escapaste?

      Marcio sacudió la cabeza.

      —No. Yo no era esclavo en Brigant. Yo era un sirviente en Calidor. Pero un sirviente es prácticamente un esclavo.

      —No necesitas decírmelo. Entonces, ¿Por qué te fuiste de Calidor si es la tierra de la leche y la miel?

      Marcio se encogió de hombros.

      —Al igual que tú, Sam, me cansé de ser un sirviente.

      —Entonces, ¿tú también te unirás al ejército?

      Marcio no tenía planes sobre lo que haría a continuación, pero parecía que, cualquier cosa que intentara y adonde quiera que fuera, la guerra siempre se atravesaba en su camino. La guerra era su destino. No había vengado las muertes del pueblo abasco, tal como se lo había propuesto cuando salió del castillo de Thelonius, y ahora sabía que eso no sería posible. Habían desaparecido años atrás. Pero Edyon todavía estaba vivo, y Brigant ciertamente atacaría Calidor. ¿Podría Marcio ayudar de alguna manera? ¿Podría encontrar la forma de espiar al ejército de jovencitos y regresar con información valiosa para Edyon? ¿Podría recuperar su confianza?

      Parecía una idea absurda. Lo más probable es que muriera en la primera batalla. Pero tenía que hacer algo. No podía sólo fingir que la guerra no estaba sucediendo. No podía pretender que no había conocido a Edyon. No quería hacerlo. Él deseaba regresar: no a Calidor, sino junto a Edyon.

      El estómago de Marcio gruñó y lo trajo de regreso a la realidad, sentado en una zanja mojada junto a Sam. La cruda realidad era que él estaba muriendo de hambre y al menos en el ejército conseguiría comida.

      —Sí, yo también me uniré al ejército —dijo.

      EDYON

      CALIA, CALIDOR

      Edyon estaba parado al borde del campo bajo el ardiente sol de la tarde, con un recipiente de humo de demonio en sus manos. Junto a él estaban dos jóvenes nobles, llamados Byron y Ellis. Serían sus ayudantes para la demostración. Byron tenía la edad de Edyon, era apuesto, con una larga trenza de cabello negro que caía sobre sus hombros, y Ellis era de hombros anchos, rubio, un par de años más joven.

      Al otro lado del campo, algunos de los hombres de lord Regan reían a carcajadas por alguna broma, mientras que otro hombre se estiraba y bostezaba. A la derecha de Edyon, a la sombra de una carpa larga y abierta, mozos en brillantes camisas blancas estaban prestos a servir.

      Edyon miró hacia el castillo por enésima vez, con la esperanza de ver llegar a la audiencia para su demostración. Después de interrogarlo sobre lo que tenía planeado hacer, lord Regan le había dicho que reuniría a los otros nobles Señores de Calidor. “Puedes hacer la demostración en el campo de práctica de los caballeros. Me encargaré de la organización y el montaje”, le había dicho. Pero a Edyon le parecía que había estado horas aguardando bajo aquel ardiente sol, y ninguno de los nobles había llegado.

      Edyon caminó de un lado a otro hasta que por fin Regan apareció a la vista, caminando al lado del príncipe Thelonius y liderando una multitud de hombres bien vestidos. Se pasearon y lentamente se congregaron bajo la sombra de la carpa, donde tomaron algunas bebidas frías mientras hablaban entre ellos dos, ignorando a Edyon. Éste estaba a punto de llamar su atención cuando Regan se volvió hacia él y gritó:

      —¿Ya está listo, Su Alteza?

      ¡Como si al que hubieran estado esperando la mitad de la tarde fuera a mí!

      Edyon sonrió y dijo:

      —Espero que todos estemos listos, Su Alteza y mis señores —se acercó a su audiencia—. Gracias, padre, por permitir esta demostración. Y gracias a ustedes, mis señores, por dedicarme su atención en esta gloriosa tarde.

      ”Abandoné Pitoria hace sólo un par de semanas para venir a Calidor, y me fue encomendada la responsabilidad de traer dos cosas conmigo. Ambas me fueron entregadas por la reina Catherine en persona. El primer elemento era una carta de advertencia. Una advertencia sobre cómo el rey Aloysius de Brigant está agrupando un nuevo ejército, con el que pretende conquistar el mundo. Pero primero tiene la intención de aplastarnos a nosotros, sus vecinos: Calidor y Pitoria.

      Edyon debía tener cuidado de no mencionar que Pitoria había solicitado unir sus fuerzas con las de Calidor, pero sintió que debía explicar que ellos habían advertido a Thelonius de la amenaza. Y eso parecía estar marchando bien hasta ahora. Edyon continuó:

      —Este nuevo ejército de Brigant es poderoso, aterrador, pero también inusual, ya que no está compuesto de hombres, sino de niños.

      Entre los Señores de Calidor se escucharon carcajadas y aparecieron algunas sonrisas ante este comentario.

      —¿Cuántos años tienen estos soldados? —pre­guntó uno—. Supongo que ya van solos al baño.

      Edyon comenzaba a preguntarse si había alcohol en las bebidas que se estaban repartiendo. Intentó sofocar sus burlas.

      —Reconozco que no suena ni poderoso ni aterrador. Suena absurdo. Pero puedo demostrar que es bastante real. Y eso me lleva al otro elemento que traje conmigo de Pitoria: humo

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