Una escuela en salida. Javier Alonso Arroyo

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Una escuela en salida - Javier Alonso Arroyo

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una corriente de empatía entre los alumnos.

      1) Invitar a los alumnos a escuchar a personas cercanas que viven alguna situación de vulnerabilidad que les produce un sufrimiento.

      2) Identificar posibles situaciones de exclusión social dentro de la escuela y dialogar sobre el mejor modo de afrontar el problema.

      3) Narrar alguna experiencia personal de sufrimiento.

      4) Conocer a personas que se dedican al cuidado de los más pobres; especialmente la atención primaria.

      5) Acoger en casa o en el colegio a un emigrante o refugiado.

      6) Ayudar en un comedor de ancianos o de niños.

      7) Visitar enfermos y compartir con ellos.

      8) Trabajar textos literarios que describan realidades de sufrimiento y dolor.

      Para dialogar en grupo

      1. Comparte alguna experiencia personal de «encuentro» con otras personas; especialmente pobres. ¿Cómo te afectó?, ¿cómo reaccionaste?

      2. ¿Qué iniciativas conoces de «atención primaria» para socorrer a las personas necesitadas?, ¿has participado en alguna?

      3. ¿Qué necesidades primarias tienen los alumnos de la escuela y requieren de nuestra atención?

      4. ¿Qué actividades podemos proponer a los alumnos para que desarrollen una conducta empática hacia los necesitados?

      5. Identifica alguna película o libro que narre la historia de alguien que se ha visto afectado por el contacto con los pobres.

      Y SE ENCARGÓ DE CUIDARLO.

      EL COMPROMISO DE LA ACCIÓN

      Lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más te lo pagaré al volver» (Lc 10,34-35).

      Una vez que el P. José hubo resuelto las necesidades primarias de los niños, necesitaba encontrar una solución más permanente para ellos, y la encontró en el hospicio del P. Cerusi para huérfanos. Allí, los niños podrían tener un techo, alimento y una formación adecuada. En el orfanato encontrarían una nueva familia donde sentirse bien cuidados.

      El samaritano no solo curó las heridas del pobre que había sido asaltado en el camino, sino que lo llevó a un albergue para cuidarlo mejor y que se sanara completamente. Esta acción implicaba un compromiso más permanente. Su misión acabará en el momento en que el «el herido» vuelva a la normalidad que tenía antes de ser asaltado por los malhechores; es decir, cuando se cure completamente.

      Encargarse de cuidar al herido después de realizarle los primeros auxilios supone una mayor responsabilidad. Implica buscar una solución estructural al problema de la exclusión social y descubrir en la lucha por la dignidad de las personas un sentido para la propia vida. Supone que la solidaridad expresada con el pobre no es una acción concreta, sino un estilo de vida; un verdadero compromiso. Implica cambiar la propia vida para orientarla desde la solidaridad con los últimos.

      Después del momento asistencial de la etapa anterior se abre uno más pedagógico y transformador. Se pasaría de la urgencia de vendar heridas a la necesidad de construir hospitales y buscar financiación para su mantenimiento. Implicaría formar buenos médicos, implementar buenas terapias que curen realmente y mecanismos para restaurar a la persona para reintegrarla en la comunidad.

      El cuidado al herido se realiza a través de una «acción responsable» que lo cura, dignifica y lo integra finalmente en la comunidad. Los clásicos contraponían bien los actos del hombre (irreflexivos, mecánicos) a los actos humanos, mediados por la razón y la prudencia. Los primeros conllevan una conducta que es mero activismo, el cual consiste en una actuación sin una finalidad. Los actos humanos han de contar con dos momentos: el de la reflexión y el del compromiso con la realidad.

      El problema de la exclusión no se resuelve solo con acciones espontáneas y buenas intenciones. La persona responsable ha de analizar bien en qué consiste el problema y qué se puede hacer para solucionarlo. Así que el primer paso para resolver un problema consiste en valorarlo y tomar decisiones adecuadas. No solo basta con saber qué hay que hacer, sino hacerlo.

      En esta línea, López Aranguren 31 distingue entre «moral pensada» y «moral vivida». La primera es la capacidad de razonar y dar una respuesta teórica a los problemas morales. Con la segunda, la persona afronta mediante la «acción reflexionada» los problemas que se le plantean. La responsabilidad se sitúa en la moral vivida, siendo lo decisivo la acción. Emmanuel Mounier expresa esta idea con bastante claridad: «No basta con comprender, hay que actuar. Nuestra finalidad, nuestro fin último, no es desarrollar en nosotros o alrededor de nosotros el máximo de conciencia, el máximo de sinceridad, sino asumir el máximo de realidad a la luz de las verdades que hayamos conocido» 32.

      Así pues, no se trata de desarrollar solamente una conciencia responsable, sino de tener la capacidad de responder con acciones concretas ante los requerimientos de la realidad. La acción coloca a la persona en la realidad del hombre vulnerable y que es privado de sus derechos fundamentales; lo coloca en una estructura social corrupta e injusta para los débiles.

      Hans Jonas se pregunta: «¿Por qué tengo que obrar?, ¿qué fuerza mueve a la voluntad para la acción?». Para el filósofo alemán, la fuerza de un acto moral no está en la razón, sino en el sentimiento 33. En el pensamiento judío, el sentimiento que mueve a la acción es el temor de Dios. Platón lo sitúa en el eros, y Aristóteles, en la llamada eudaimonía (felicidad). La caridad es la gran novedad que aporta el cristianismo. Spinoza, el amor dei intellectualis; Kant, el «respeto»; Kierkegaard, el interés, y Nietzsche, el placer de la voluntad.

      La acción responsable encuentra sentido en la frase de Jonas: «La razón tiene que añadirse al sentimiento para que el bien objetivo adquiera poder sobre la voluntad» 34, que recoge los tres componentes del acto humano: razón, sentimiento y voluntad. La acción responsable será capaz de articular los tres componentes.

      La parábola del buen samaritano es narrada por el propio Jesús para ilustrar que la caridad hacia el prójimo es el sentimiento que mueve la acción. Enseña también que la responsabilidad por el herido debe llegar hasta el final; es decir, a la integración completa en la comunidad y a que se haga justicia con todos los que se quedaron heridos al borde del camino.

      Desde una perspectiva cristiana no se puede hacer justicia sin la compasión, y viceversa. Si solo escuchamos la voz de la compasión, caeríamos en una postura asistencialista y lastimera hacia los pobres, que sería una irresponsabilidad. Si solo escuchamos la voz de la justicia, podríamos caer en un fariseísmo que tiene su fin último en el cumplimiento estricto de la ley, sin importarle la persona. Por ello, el sentimiento de la compasión hacia los pobres debe abrir camino a la justicia social, y la compasión ha de lograr que haya ternura en la justicia 35.

      Luis Aranguren 36 describe las etapas que podría tener el proceso de solidaridad con los pobres. Después de la primera experiencia de ayuda considera necesario pasar a las siguientes, que denomina «acción transformadora» y «movilización».

      Independientemente de que sean necesarias las acciones solidarias individuales, es necesario organizar la solidaridad con los pobres de modo que sea más efectiva y consistente.

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