Una escuela en salida. Javier Alonso Arroyo
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El mismo Francisco reconocería más tarde, en su testamento, que al comienzo le pareció muy amargo ver leprosos. Solo venciéndose a sí mismo llegó a ser amigo, familiar y servidor de aquellos hombres y mujeres, a quienes en otro tiempo no daba limosna sin volver el rostro.
El joven Francisco descubrió en su encuentro con el leproso que lo plenamente humano es amar primero a los que nadie en este mundo quiere amar 23.
Suele identificarse la compasión solo con los primeros auxilios y una piedad lastimera que solo se preocupa de la atención de emergencia, pero que deja al pobre en un estado de dependencia respecto al que ayuda. Para Ortega y Mínguez, la compasión es algo más completo: «Es un encuentro con el hombre desposeído, con “toda” su realidad, a la vez que un compromiso político de ayuda y liberación que lleva a trabajar por transformar las estructuras injustas que generan sufrimientos y situaciones de dependencia y marginación» 24. En el próximo capítulo profundizaremos en los vínculos entre el cuidado y la justicia.
Emmanuel Lévinas ha reflexionado en profundidad sobre lo que sucede cuando nos encontramos con el «otro» herido al borde del camino. Este –el herido– se impone con su propia fuerza e implica una responsabilidad inexcusable que precede a todo consentimiento libre, a todo pacto o contrato. El «otro vulnerable» es quien hace surgir en el yo la conciencia, que, de entrada, es ya moral. La relación desnuda –cara a cara–, sin intermediarios, saca de su inercia al yo para referirlo de por vida al otro en cuya relación se encuentra el sentido.
El «otro» se revela y se impone a la existencia a través de la «epifanía del rostro». Antes de cualquier argumento racional, el «otro» está presente interpelándome y apelando a mi sentido de la responsabilidad. El «otro» exige ser reconocido en el mundo por el hecho de ser constitutivamente un ser indigente. Este «otro» se revela, se manifiesta, irrumpe en la existencia, se impone por sí mismo, se asoma como el ser que no es constituido por la razón.
En definitiva, la identidad de la persona se constituye desde la responsabilidad hacia el «otro vulnerable»:
De hecho, se trata de afirmar la identidad misma del yo humano a partir de la responsabilidad; es decir, a partir de esa posición o de esa deposición del yo soberano en la conciencia de sí, deposición que, precisamente, es su responsabilidad para con el otro. La responsabilidad es lo que, de manera exclusiva, me incumbe y que humanamente no puedo rechazar. Esta carga constituye una suprema dignidad del único. Yo no soy intercambiable, soy en la medida en que soy responsable: Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí. Tal es mi identidad inalienable de sujeto. En este sentido preciso es en el que Dostoyevski dice: «Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros» 25.
A partir de la perspectiva abierta por Lévinas se puede desarrollar toda una pedagogía para la compasión tomando como punto de partida el encuentro con el «otro» vulnerable y herido que reclama cuidado y justicia.
En la misma línea, Prohaska reflexiona sobre el dinamismo del encuentro interpersonal como fuente de desarrollo humano. Afirma en su Pedagogía del encuentro 26 que las personas pueden encontrarse en el espacio físico, el psicológico y el pneumático (espiritual); pero solo en el espacio espiritual se produce un verdadero encuentro entre las personas, que se da en libertad, gratuidad y desde el corazón de la propia existencia. La persona elige libremente tener un encuentro con el otro; en muchas ocasiones, el encuentro irrumpe en la vida sin planificarlo (gratuidad) y toca la propia experiencia personal (existencial). Si la persona pone su corazón en la relación, se abrirá un vínculo capaz de restaurar la dignidad herida del «otro». El encuentro humano que cumple con los rasgos de libertad, gratuidad y existencialidad tiene un efecto educativo; y esto solo se produce en el espacio espiritual, que es cuando damos sentido y profundidad a la relación.
El evangelio recoge experiencias de encuentro de Jesús con personas heridas en su dignidad: la mujer pecadora, la hemorroísa, el ciego de Jericó, el endemoniado. A Jesús le afecta la situación de la gente, de modo que no queda indiferente ante sus necesidades primarias. Brota de él un sentimiento de compasión que le lleva a realizar los milagros. En todos los casos, Jesús los mira con misericordia y les devuelve su dignidad con su cercanía y presencia.
Para el papa Francisco, el encuentro está ligado al concepto de «periferia». Afirma que «nos encontramos cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro centro, y nos abrimos al otro precisamente allí donde el otro es diferente. El encuentro es aprender a recibir de todos, especialmente de los más pobres y de los más pequeños, de los que para el mundo no cuentan» 27.
«Hay encuentro con el otro cuando soy herido por el rayo de su ser, cuando soy tocado por su acción» 28; así pues –comenta el papa–, «acercarse a toda carne sufriente es abrir el corazón, dejarse conmover en las entrañas, tocar la llaga, cargar al herido; es también pagar los dos denarios y, finalmente, salir garante de lo que se gaste de más. Seremos juzgados en esto» 29.
Si el proyecto educativo quiere despertar el sentimiento de compasión y la responsabilidad social con los pobres, debe ofrecer experiencias para que los alumnos tengan un encuentro real con los excluidos de la sociedad y que toque su sensibilidad.
Según Ortega y Mínguez 30, la praxis de una educación para la compasión implica desarrollar las siguientes capacidades y emociones en los alumnos:
– El desarrollo de la empatía, que implica tomar conciencia del sufrimiento ajeno como algo injusto, asumir responsabilidades frente al otro y el compromiso de actuar para restaurar la dignidad perdida. A través de la relación empática, los alumnos establecen vínculos, se conmueven ante las necesidades de los demás y se entusiasman por el servicio.
– El desarrollo de las capacidades de comunicación, como son el diálogo, la escucha activa, la expresividad y la participación, constituyen una base necesaria para el aprendizaje de la comprensión empática en las relaciones interpersonales, relaciones que exigen ser de rostro humano, de aceptación y defensa de lo que es digno en la persona del otro.
– El desarrollo de la capacidad crítica para conocer y valorar «lo que está pasando». Se trata de capacitar a los alumnos para comprender y analizar las situaciones de injusticia social: sus causas y sus efectos.
– La experiencia del sufrimiento es uno de los escenarios más privilegiados para educar en la compasión. No solo es el sufrimiento físico o psicológico; también el moral y espiritual, el que afecta al sentido de la vida de las personas. Enfrentarse a la experiencia del sufrimiento, entrar en la densidad de la vida del otro débil e impotente, participar de su propia incertidumbre, ayuda a humanizar la relación.
– El sentimiento de indignación ante un estado violento provocado en alguna persona por una realidad tremenda, dura y radical o una acción injusta o reprobable. Decía Émile Durkheim que «una persona no se hace revolucionaria por la ciencia, sino por el sentimiento profundo de la indignación ética». Ante la injusticia no cabe la indiferencia, sino la indignación, que lleva al deseo de hacer algo para revertir la situación. Este sentimiento está en el inicio de muchos proyectos de solidaridad con los excluidos.
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