Dame tiempo. Carmen Guaita Fernández

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Dame tiempo - Carmen Guaita Fernández

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señalan. Si escribieran para nosotros un decálogo, sería parecido a este:

      1) Edúcame bien, con sentido común, teniendo en cuenta lo que quieres para mí, aunque en ocasiones coincidan tu cansancio y mi rabieta.

      2) Piensa en mí de mayor. ¿Te gustará que sea una persona fuerte? ¿Que sea independiente y autónoma? Pues no me sobreprotejas, no me concedas todos los caprichos para regañarme después por ser caprichoso.

      3) Mírame más. El juego de nuestras miradas es muy importante para mí. Yo te estoy mirando constantemente, me das ejemplo incluso cuando no te das cuenta. Y, a la vez, necesito saber lo que piensas de mí: si me quieres, si estás orgullosa. La respuesta la encuentro en cómo me miras, no en lo que me dices.

      4) Pasea conmigo despacio, sin tu móvil en la otra mano. No te imaginas lo importante que es para mí ese ratito que me dedicas en exclusiva.

      5) No me llenes todos los momentos «vacíos» con actividades planificadas, sé más flexible y libérame del estrés. Yo no puedo seguir tu ritmo adulto. ¡Si ni siquiera puedes seguirlo tú!

      6) Escúchame, pregúntame por mis sentimientos y no solo por mis deseos y actividades. ¿Conoces mis «biorritmos»? ¿Estoy más tranquilo y comunicativo por las mañanas? ¿Por las noches? Si en esos momentos me dedicas un rato, obtendrás lo mejor de mí: mis confidencias y secretos. Me abrazarás en horas diversas y no solo en la mañana del domingo. Cuando yo sea adolescente, agradecerás estos momentos.

      7) Vive con un ritmo más lento cuando estés conmigo, no te levantes a atender el móvil a la hora de comer, no me demuestres que todo lo que entra por tus redes sociales –un mensaje cualquiera de un desconocido– es más importante que mi presencia.

      8) Convivamos. Cuéntame cosas de ti. Tal vez debas callar tus grandes problemas para no sobrecargarme con las dificultades de un adulto, pero a mí me gustaría saber cómo es ese trabajo que nos separa tantas horas, qué haces en él, por qué te compensa llevarlo a cabo. Puede ser útil para mí saber cómo te trataban tus compañeros de colegio, conocer historias de tu infancia... La confianza mutua es buena, vamos a practicarla.

      9) Desintoxiquémonos juntos de los móviles y otras pantallas. Jugar e inventar actividades con un simple cartón, buscar bichos o dibujar es más beneficioso para mi desarrollo cerebral que una tableta. No me satures

      con tecnología a cambio de un rato de silencio. Soy niño, debo moverme, preguntar mil veces, explicarme el mundo, hacer travesuras, cantar a pleno pulmón, tener infancia.

      10) Ordena tu escala de valores para que descubras qué es para ti lo más importante de mi educación. ¿Qué has situado en el número uno? ¿Que sea una estrella del fútbol? ¿Los idiomas? ¿Mi equilibrio y mi personalidad?

      Si ellos pudieran expresar estas demandas con palabras –y no solo con sus actitudes, aunque son tan expresivas–, los comprenderíamos mejor. Es hora de decir sin tapujos que muchos problemas infantiles –incluso algunos que terminan en tratamientos médicos– son llamadas de auxilio ante la soledad y la falta de atención. Con frecuencia, los niños están sobreprotegidos en lo superfluo y abandonados en lo esencial: no pueden jugar en el parque, pero navegan por las redes sin filtros de ninguna clase. La familia es la unidad básica del cariño y no padece una crisis, aunque pueda estar en transformación, pero su componente afectivo no diluye su función educadora. Y la educación, dice Victoria Camps, necesita solo dos ingredientes básicos: tiempo y ejemplo.

      La profesión de padre y madre

      Una profesión es una actividad que se profesa, es decir, de la que se puede hablar. Y, desde luego, ser madre o ser padre tiene un componente grande de profesión, es decir, de preparación y reflexión. ¿Pagada? Bueno, no habría dinero suficiente para remunerarla y a la vez cuenta con el mayor salario emocional. Se mueve en los terrenos del amor, que no son ninguna tontería.

      Ser padre o madre viene a parecerse a ser a la vez mentor, psicólogo, educador, autoridad, gobernante, orientador y consejero. A tiempo completo cada vez que los hijos estén presentes; en las noches de insomnio, también.

      Somos buenos mentores si:

      •observamos nuestras propias cualidades y las de nuestros hijos;

      •tenemos presente que estamos aquí para educarlos, es decir, darles herramientas capaces de superar los problemas que la vida les traiga;

      •procuramos que ellos mismos sepan distinguir si una conducta les hace daño o les sienta bien;

      •procuramos desarrollar al máximo las capacidades innatas de nuestros hijos. Por cierto, ¿las conocemos? Antes de seguir leyendo piensa en cinco cualidades de tu hija o de tu hijo;

      •guiamos a nuestros hijos para que actúen siempre con lo mejor de su persona. No hay nada que hablar sobre esto. Lo transmite nuestro ejemplo. Si nosotros lo hacemos así, ellos lo harán.

      A pesar de todo, no debemos:

      •ser perfeccionistas;

      •mimar o proteger en exceso;

      •limitarnos a cuidarles;

      •verlos como una tabla rasa o como un alter ego nuestro;

      •impedir que descubran las consecuencias de sus actos y sus decisiones;

      •compararlos constantemente con otras personas.

      Somos buenos psicólogos si:

      •distinguimos lo que nuestros hijos necesitan de verdad;

      •valoramos las decisiones que nos permiten conocerlos mejor;

      •sabemos perdonar un mal día;

      •les dejamos disponer de su propio tiempo libre.

      Pero no debemos:

      •cargar con toda la responsabilidad de sus actos y elecciones;

      •caer en la trampa de mostrarnos incoherentes, premiando y castigando sin criterio;

      •mentirles;

      •imponer nuestro estilo de vida como el único valor.

      Somos buenos educadores cuando:

      •vemos las dificultades de la vida como una oportunidad para aprender;

      •entendemos los errores y castigos como una oportunidad para mejorar;

      •sabemos distinguir entre las cualidades reales de nuestros hijos y las etiquetas que les ponemos;

      •les mostramos con el ejemplo cuáles son las conductas necesarias en cada caso;

      •disfrutamos de su progreso.

      Pero no cuando:

      •desaprovechamos las situaciones aleccionadoras;

      •eludimos los envites de la vida;

      •les avergonzamos en lugar de corregirles;

      •hacemos por

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