Dame tiempo. Carmen Guaita Fernández
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Dar la bienvenida al presente es concentrarte en lo que haces cuando le bañas, para disfrutar de mirarle a los ojos, de acariciarlo, de recrearte en su belleza. O puede consistir en cantar por las mañanas una canción tonta, con la letra de lo que estamos haciendo en ese momento, para que pase mejor el trago de las prisas y el desayuno. O en jugar a que nos movemos a cámara rápida a la hora de encasquetarse gorros y mochilas, porque el humor desengrasa los momentos de tensión y es compañero inseparable de todas las oportunidades de felicidad. Puede ser leer juntos un cuento por las noches o hablar un ratito con la luz apagada. O preguntarle qué significa un dibujo y escucharle mirar el mundo con esos ojos tan nuevos. Y, por supuesto, evitar los informativos a la hora de cenar, porque no hay noticia más importante que los problemas de la familia durante la jornada.
Quien lo prueba comprende que esos minutos son verdaderos tesoros.
El sexto sentido
Reconocer el valor del tiempo en familia supone también confiar en nuestra capacidad como padres. No hay pedagogo capaz de recetar un tratamiento a medida para nuestros hijos en concreto. A cambio, disponemos a nuestro alcance del mejor pedagogo de la historia: el sentido común. Esta combinación perfecta de lógica y visión de futuro es, a la hora de la verdad, todo cuanto necesitamos para educar hijos realmente felices.
Un ejemplo de sentido común es suavizar el monólogo parental y dar voz a los hijos, tener en cuenta su opinión razonada, que, por cierto, es la antítesis de las exigencias y los caprichos. Hay que comenzar pronto. Me contaba la psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera que sus padres los incitaban a discutir e intercambiar opiniones a la hora de comer, y que ese gusto por expresarse y dialogar es hoy uno de los grandes tesoros de su vida. Se trata de enfocar la atención en ellos, pensando en lo que dicen, porque los niños dicen muy pocas tonterías.
En la adolescencia, cualquier resquicio para dialogar por primera vez está ya taponado. Solo aquella niña y aquel niño que se han sentido escuchados de verdad y desde el principio tendrán establecida una personalidad sólida cuando afronten esa etapa. No podemos olvidar que ser escuchado es existir. Así de drástico. Por cierto, a mí me lo enseñó –con esas mismas palabras– un alumno de nueve años.
El sentido común implica dejarlos jugar. No ser los constantes animadores ni planificadores de sus juegos. Esto es agotador y conduce en ocasiones a terminar dándoles la tableta para que nos dejen un rato en paz. Jugar es jugar, leer es leer, dibujar es dibujar. Ellos. La tarea de los padres es estar disponibles cuando quieran mostrar el resultado de su actividad.
Sentido común es, por supuesto, respetar el ritmo de la infancia, que necesita de hábitos y rutinas para proporcionar seguridad ante un mundo que, a los ojos de un niño, es muy grande. Por eso, incorporarlos sistemáticamente a nuestras salidas nocturnas supone someterlos a un ejercicio adulto. Y dejarlos todos, absolutamente todos los viernes por la noche con los cuidadores y luego enfadarnos si nos despiertan temprano en la mañana del sábado es signo de inmadurez. Tendremos que renunciar a algo; los padres, digo. No pasa nada.
Eres un presente
Los padres y madres no podemos resignarnos a permanecer atrapados en una sola dimensión temporal, aquella que nos constriñe en un planeta chato de alarmas que suenan y tareas que se prolongan. Aunque ese planeta sea inevitable, debemos asumir la gran responsabilidad que aceptamos al convertirnos en padres: criar, cuidar y educar a quienes extenderán nuestra vida hacia otras generaciones. El tiempo –esta vez referido a la época en que vivimos– nos obliga a una evolución que actualice la manera de relacionarnos, pero mantiene viva la esencia de la familia. Esta profundidad esencial es el lugar natural del tiempo en educación, pero para alcanzarlo es preciso reflexionar sobre la relación con el reloj. El horario laboral puede ser un tirano, ¿lo es para mí? Si la respuesta es afirmativa, ¿tengo alguna posibilidad de liberarme? Aunque sea con un gesto pequeño, significará un paso adelante. En la vida de un ser humano no hay nada indiferente; cada decisión, cada aprendizaje o encuentro, suma o resta.
Es importante «customizar» el momento presente, hacerlo nuestro. Debemos encontrar las claves y modos particulares de la familia: la escala de valores, a qué vamos a dar importancia y a qué no. Un niño necesita saber cuáles son los dos o tres límites infranqueables. Y necesita que mantengan su nivel. Quien, con la excusa de la hartura o el cansancio, los modifica a diario, desorienta profundamente a sus hijos. Por supuesto, las claves de familia incluyen todo lo positivo: aficiones que compartimos, actividades en común, nuestro lado freakie, nuestros gustos singulares. El sello «Unidos» es manantial inagotable de felicidad.
No quiero continuar sin avisaros de que un estupendo modo de celebrar el tiempo es leer junto a vuestros hijos los cuentos que aparecen en este libro.
Cada amanecer, el reloj y la agenda, el día número equis de mi vida y las oportunidades que trae consigo despiertan junto a mí. Con todos tengo que contar.
En la duración incógnita de mi vida debo desenvolver mi pensamiento, mi libertad y mi proyecto personal. ¿Viviré el día completo? Eso permanece en el misterio. El reloj es una herramienta de la que no puedo prescindir y debo aprender a manejar. Pero el momento presente soy yo. Aquí y ahora.
¿Y por qué nos lo ponen tan difícil?
Cada oportunidad de convivir, de crear, de proporcionar felicidad, de compartir, de educar, necesita de lo cronológico para manifestarse. Al fin y al cabo, hay un tiempo para cada cosa. Victoria Camps hablaba de la educación como tiempo y ejemplo, ya lo hemos visto. La segunda variable, el ejemplo, es una elección personal –me comporto ante mis hijos según lo que quiero que ellos aprendan–, pero la primera, el tiempo necesario, es también una necesidad social.
Victor Hugo decía: nada hay más importante que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Es hora de que se permita a todos conciliar trabajo y vida personal. El debate está abierto, las leyes y las empresas empiezan tímidamente a contemplar iniciativas y se extiende la certeza de que debemos armonizar nuestro ritmo de vida. Los ciudadanos del siglo XXI necesitamos tiempo. Hace años, si alguien nos preguntaba por la actividad, describíamos el trabajo. Hoy las cosas han cambiado. El tiempo es oro, sí, pero esto ya no significa lo mismo que para Benjamin Franklin en los inicios del capitalismo.
Todos conocemos los devastadores efectos colaterales de la falta de tiempo para la convivencia familiar: los niños de la llave, solos durante muchas horas; la compañía casi perpetua de las pantallas, a través de las cuales penetra en el perímetro de un niño un volumen de información que no puede asimilar; la falta de comunicación entre padres e hijos; las jornadas maratonianas de los chiquillos, obligados a vivir con el ritmo de un adulto pluriempleado; los adolescentes sin ningún control; la exagerada importancia que la comida en el colegio tiene para la alimentación; los desajustes en el sueño, que se van arrastrando semana tras semana y en parte causan el elevado índice de fracaso escolar en nuestro país, y tantas otras cosas.
La única manera de facilitar a los padres la asunción de sus responsabilidades educativas es racionalizar los horarios laborales de todos, sin generar desigualdades, sin perder de vista que los niños de la llave son, en ocasiones, hijos de personas que cuidan a los hijos de otros. El éxito del sistema educativo, que tanto nos preocupa como país, precisa del apoyo de la familia, de su participación en la escuela, de su disponibilidad de tiempo para atender los requerimientos de los profesores y de los propios hijos. La propuesta de permiso laboral para entrevistarse con los profesores, la ampliación del permiso de maternidad y la ampliación del permiso de maternidad y de paternidad son tímidos acercamientos a la realidad social en un país que destina muy poco dinero a las ayudas familiares. Conciliar la vida personal y laboral es una idea a la que