Fabricar al hombre nuevo. Jean-Pierre Durand

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Fabricar al hombre nuevo - Jean-Pierre Durand Akadémica

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instrumento de Estado que sirve para seleccionar una mano de obra adaptada al sistema de producción y de trabajo, y mantenerla estable. Pero el salario alto es un instrumento de doble filo: es necesario que el trabajador gaste «racionalmente» su salario más alto, con la finalidad de mantener, de renovar y, si es posible, de acrecentar su eficiencia muscular y nerviosa, y no para destruirla o aminorarla. Resulta que la lucha contra el alcohol, el factor más peligroso de destrucción de las fuerzas de trabajo, se vuelve un asunto de Estado (Gramsci, 1975: 700).

      Más allá del alcohol y de su prohibición por una política estatal, Gramsci cuestiona, además, la irregularidad de la sexualidad que sería el segundo enemigo de la energía nerviosa necesaria para la buena ejecución del trabajo en la fábrica:

      La construcción del hombre nuevo se hace en gran medida en su vida privada, bajo la vigilancia del empleador que desea estar seguro de su buena moralidad. La disciplina exigida en el trabajo forma un todo con la de la vida doméstica y, además, se prepara en el espacio familiar. Gramsci va todavía más lejos, con una visión premonitoria cuando escribe que:

      este equilibrio [psicofísico del trabajador] no puede ser sino puramente externo y mecánico, pero podrá volverse interno, si es propuesto por el propio trabajador y no impuesto desde afuera, si es propuesto por una nueva forma de sociedad con medios apropiados y originales (idem: 699).

      Planificando ya la sociedad de consumo, incluso el hombre unidimensional, plantea el asunto de la armonía o del equilibrio entre espacio de producción y espacio de consumo, no desde el punto de vista económico como lo hará la Escuela de la Regulación cuatro décadas más tarde (Aglietta, 1977), sino desde el punto de vista moral y disciplinario. Él establece una relación intrínseca entre las exigencias de la producción y del trabajo, y su preparación por parte de los obreros en la vida cotidiana. Lejos de nosotros está la idea de adoctrinamiento o de adiestramiento social de los obreros con objeto de que respondan a las necesidades de la industria. En especial, porque los individuos pueden escapar «del sistema» rechazando entrar en él o salir de él –es cierto en qué condiciones ¡si este paga un salario doble!–. Sin embargo, cierto funcionalismo podría transparentarse en el análisis gramsciano si se le hace decir que el capitalismo produce las reglas de vida obrera para desarrollarse mejor o para fortalecerse. Como si la mano invisible de la libre competencia o un gran Organizador planificara la producción ideológica y moral de la sociedad capitalista para hacerla perdurar mejor en una producción eficaz, lisa y sin contratiempos. Por el contrario, presenciamos más una especie de ajustes sucesivos, por pruebas y errores, incluso una suerte de autopoiesis o de autoorganización (Varela, 1998: 61), que es una serie de resoluciones de antinomias críticas sin que las contradicciones fundamentales sean tratadas; de ahí la sucesión de crisis más o menos agravadas de las que habla este libro como telón de fondo en cuanto al escenario del trabajo. Dicho de otra forma, si esta interpretación funcionalista no se produce, debemos en cualquier caso constatar cuánto se ha preparado el hombre nuevo, en Ford y luego en sus sucesores, para la producción por su modo de vida: prohibición del alcohol, vida sexual más o menos regulada por el matrimonio, regularidad de los horarios, tiempos de sueño controlado, etcétera.

      El mérito de Gramsci es haber percibido, desde principios del siglo pasado, el estrecho vínculo entre un tipo de industria (la industria masiva) y la orientación del control de la moralidad y del psiquismo de los obreros. Otro pasaje del mismo texto destaca por ejemplo el cinismo brutal de Frederick Winslow Tylor que tiende a deshacerse de las cualidades profesionales de los obreros (activa participación de la inteligencia, de la imaginación y de la iniciativa del trabajador) en el momento en que las operaciones de producción se reducen a su solo aspecto físico y maquinal. Dicho de otra forma, pone en evidencia la estrecha relación entre las condiciones de la producción y la vida cotidiana, doméstica y en el barrio que, a través de un control estricto, preparan a los obreros para adoptar cierto comportamiento, el de la estabilidad. Aquí se podría hablar de un habitus fordiano para caracterizar el establecimiento, en ocasiones muy acelerado, de las disposiciones indispensables para mantenerse en el empleo. En condiciones semejantes, aunque más tardías, Danielle Bleitrach y Alain Chenu (1979: 45) muestran que la estabilidad permite capitalizar la experiencia o adquirir la destreza necesaria para los rendimientos esperados. Así es como el obrero fordiano es el «gorila amaestrado» en el que Taylor pensaba algunos años antes de que Ford creara las condiciones de su aparición. Por lo tanto, si «la hegemonía nace de la fábrica» como lo escribe Gramsci, el nacimiento de un trabajador estable, sobrio, monógamo y disciplinado se vuelve un «acto de civilización»; nosotros encontramos esta problemática antropológica de las preparaciones diferenciadas de los hombres, según los periodos históricos, en la producción y en el consumo, o también su transformación en el tiempo.

      El hombre nuevo hoy

      Actualmente, la gran mayoría de las investigaciones sobre el trabajo en sociología, en economía o en psicología destaca la creciente responsabilización de los asalariados y la ampliación de su autonomía. Estas conclusiones tienen valor para todos los sectores de actividad, pero sobre todo para casi todas las calificaciones y todas las funciones ocupadas, en los talleres, en las oficinas, en los almacenes o en otras partes. Todo sucede como si, más allá de las reglas estrictas y siempre existentes debidas a las exigencias de seguridad y de calidad, los asalariados tuvieran más bien objetivos por conservar que procedimientos por seguir. Seguramente es el principal cambio de lo que hemos denomi­nado aquí durante más de veinte años el «nuevo modelo productivo» o «el nuevo sistema productivo» (Durand, 1973; Boyer y ­Durand, 1973) a falta de un mejor apelativo del cual también se advierte que no puede perdurar, ¡ya que las transformaciones no son nuevas! Al mismo tiempo, la ausencia de un calificativo adecuado permanece. No se podría hablar de postfordismo, pues si la regulación macroeconómica de tipo fordiano entró en crisis, es preciso constatar que el principio del flujo productivo no solamente se ha fortalecido en la industria, sino se ha generalizado en toda la producción de los bienes y los servicios a través del concepto de flujo tenso que los capítulos siguientes interpretan socialmente. El término de postaylorismo tampoco conviene, ya que, si algunos ilusionistas declararon muerto el taylorismo, la mayoría de los comentaristas y de los analistas, así como por otra parte los gerentes, asimilaron que el principio de la división del trabajo entre organizadores del trabajo y operativos no podría desvanecerse en tanto que se asocia a la lógica del propio capitalismo. En el mejor de los casos, el «taylorismo flexible» puede incluir círculos retroactivos para hacer frente de manera más fácil a la versatilidad de la demanda. El concepto de toyotismo tampoco es admisible, en particular porque es demasiado significativo de un régimen de movilización muy específico geográficamente (Japón) e históricamente (la posguerra), aunque está muy ligado al automóvil. Así pues, nos encontramos frente a un vacío taxonómico en tanto que el objeto está bastante

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