La consulta previa: daño inmaterial y reparación. Diana Carolina Rivera Drago
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Entre 1599 y 1600, Juan Guiral Velón, en aquel entonces gobernador y capitán general de Santa Marta y Río de la Hacha, salió de la capital y a la cabeza de un ejército emprendió una intensa campaña militar para someter a las poblaciones indígenas de los territorios aledaños. Después de algunos meses de guerra, Guiral Velón logró la victoria pese a la enorme resistencia que los pueblos indígenas le opusieron. Las poblaciones indígenas de dicha zona carecían de unión política y esto llevó a que no tuvieran un mando centralizado eficaz para enfrentar los ataques de los españoles. Los caminos y ciudadelas construidos después de siglos de arduo trabajo fueron consumidos por la vegetación selvática y todo el esplendor que había alcanzado esta cultura quedó en el pasado29.
De este modo, una vez victorioso, el gobernador ordenó una condena contra los indios para castigarlos por haber cometido los delitos de “traición y alevosía”, los cuales eran considerados crímenes de “lesa majestad”30. Al respecto, existe en el Archivo de Indias una copia de la sentencia de condena en este caso particular, “que mandaba ajusticiar, después de terribles torturas, a los líderes e indios principales de los pueblos de Jeriboca, Bonda, Masinga, Durama, Origua, Dibocaca, Daona, Masaca, Chengue y los demás aliados”, de la siguiente manera:
Primeramente: A Cuchacique, principal de dicho pueblo de Jeriboca y principal movedor de dicho alzamiento, lo condeno a que sea arrastrado a la cola de dos potros cerreros, y hecho cuatro cuartos, y puestos por los caminos, y la cabeza puesta en una jaula en donde nadie la quite so pena de muerte para que a él sea castigo y a otros ejemplo.
Además, Guiral Velón ordenó que otros 67 líderes de la sedición fueran “ahorcados por sus gargantas hasta que mueran naturalmente para que a ellos sea castigo y a los demás ejemplo” y mandó que dos indígenas encontrados culpables del asesinato de un sacerdote y de un español que estaba con él, fueran “asaetados en el mismo lugar en el que cometieron su delito”31.
Posteriormente, los pueblos que participaron en el alzamiento fueron quemados después de ser saqueados por los soldados, y los nativos sobrevivientes se internaron en las partes más altas del macizo para escapar de los españoles. Sus descendientes son las cuatro comunidades que hoy habitan la Sierra Nevada de Santa Marta: los koguis, los wiwas, los kankuamos y los arhuacos32. Los indígenas de la montaña eran considerados mansos y por ende los ataques contra ellos no fueron tan fuertes sino que más bien se utilizaron la encomienda, el resguardo y los sistemas de tributos33.
En el año 1600 desapareció pues la vieja civilización indígena que los arqueólogos llaman la cultura Tairona –y que los actuales indígenas de la [S]ierra aún guardan buena parte de tal herencia cultural [sic]. Las ciudadelas y caminos indígenas construidas con amor y miles de piedras graníticas, después de siglos de trabajo, fueron devoradas por la vegetación glotona de la selva tropical. Los ceramistas y los orfebres dejaron de producir sus bellas piezas de arcilla, oro y tumbaga, lo mismo que las hachas ceremoniales y las cuentas multicolores de piedras semipreciosas. Todo el esplendor del pasado llegó a su fin. Sólo recuerdos materiales quedaron enterrados en las tumbas de los viejos gobernantes, muertos muchos años antes, y en las de los en otrora poderosos sacerdotes nativos. Junto con los anillos circulares de piedra, la extensa red de caminos de las ‘ciudades’ ya perdidas bajo la selva, esperaron a que guaqueros y arqueólogos llegaran en su saqueo con los siglos. Mientras tanto, los colonos europeos y sus descendientes se olvidaron de la antigua grandeza indígena que alguna vez se enseñoreó en las montañas y valles de la Sierra Nevada, a la par que un nuevo orden social colonial comenzó a organizarse. Los indígenas descendientes de aquellos sobrevivientes del holocausto, por su parte, recuerdan todavía a sus ancestros y la derrota dada por el señor don Juan Guiral Velón, gobernador y capitán general de la provincia de Santa Marta y Río de la Hacha de las Indias Occidentales del Mar Océano34.
A partir de la década de 1730, en Mompox, don José Fernando de Mier y Guerra figura como actor principal en la pacificación de los chimilas (indígenas habitantes en dicha zona). Durante esos años, Mier y Guerra se ocupó de la represión de ellos así como de los arhuacos de la vertiente suroriental de la Sierra Nevada, quienes aliados con los chimilas asediaban los caminos y las haciendas del alto río Ariguaní, en la jurisdicción de Valledupar y Valencia de Jesús, y gracias a sus victorias recibió varios predios ubicados en San Sebastián de Rábago, hoy Nabusímake35.
Entre los años 1740 y 1745, Mier y Guerra inició obras para abrir dos caminos desde el río Cesar y el Paso del Adelantado. Desde 1743, y a medida que se ocupaba de dicha obra, comenzó a implementar un programa de poblamiento en la zona para mantener rodeados a los indígenas e irlos controlando y extinguiendo, para lo cual empezó a rodear todo su territorio con barrios de españoles y mestizos. Éstos indicaban que se habían transferido a estos lugares de manera voluntaria pero en realidad eran personas reclutadas más o menos a la fuerza, por tratarse de individuos de “dudosa reputación”, que precisamente por ello no podían negarse a las órdenes de la autoridad, y una vez instalados allí, solo podían salir con autorización expresa del mismo Mier y Guerra.
En la Sierra Nevada de Santa Marta este hombre fundó dos pueblos de españoles: San Sebastián de Rábago, en 1750, y San Luis Beltrán de Córdoba, hacia 1752. Con la creación de San Luis Beltrán de Córdoba el propósito era impedir los ataques que los chimilas realizaban contra las haciendas de los alrededores de Santa Marta. Por su parte, la historia de la fundación de San Sebastián de Rábago (actual Nabusímake) fue bastante más complicada36.
Los indígenas arhuacos de San Sebastián de Rábago fueron otorgados a Antonio de Yanci, a quien sucedió tras su muerte su hija Isabel de Yanci. Mier y Guerra empezó a trasladar a los llamados “voluntarios” españoles y mestizos de “dudosa reputación” para la nueva población, llevando inicialmente 28 familias de españoles algunas acompañadas de sus correspondientes esclavos, para un total de 87 personas. Después llegaron desde Santafé otras 46 personas remitidas por el virrey Pizarro: se trataba de un grupo compuesto por reos sacados de las cárceles, que fueron trasladados en compañía de sus esposas e hijos para habitar estas tierras. Entre ellos había hombres que ejercían todo tipo de profesiones, como labradores, herreros, sastres, albañiles, zapateros, barberos y arrieros. A finales de ese mismo año se remitieron otros 25 presidiaros con sus familias37.
Al principio, los planes de control, contención y exterminio de los indígenas de la Sierra parecían alcanzar el éxito: los nuevos colonos se dedicaron a construir sus casas y a cultivar trigo suficiente para abastecer ciudades como Cartagena y Santa Marta, además de verduras de clima frío aprovechando los diferentes pisos térmicos del macizo, tales como maíz, plátano y yuca, entre otros. Sin embargo, hacia 1755, San Sebastián de Rábago tomó otro rumbo. Algunos colonos, principalmente los expresidiarios, se asentaban a menudo en Pueblo Nuevo (hoy Pueblo Bello), Valencia y Valledupar y a los habitantes de estas ciudades no les gustaba su presencia ni la intromisión de Mier y Guerra en sus jurisdicciones, razón por la cual empezaron fuertes y frecuentes enfrentamientos. Con todo, el establecimiento de San Sebastián de Rábago continuó en el mismo valle (quizás el valle intermontañoso más extenso de todo el macizo), y allí permanece aún hoy con el nombre de Naubusímake, que es hoy la capital espiritual y política de la nación arhuaca38.