E-Pack Se anuncia un romance abril 2021. Varias Autoras

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En un rincón estaba la misma bandeja negra en la que le había llevado el desayuno a la cama, pero esa vez contenía algunos utensilios de cocina y vasos de…

      –Zumo de uva –dijo él–. No quería que renunciaras a las uvas, ya que aún habrá que esperar unos meses para disfrutar del exquisito vino de California.

      Lauren se envolvió las rodillas con la bata y se sentó en el edredón.

      –¿Cómo ha ido el trabajo? ¿Te acosaron a preguntas sobre la boda en Las Vegas?

      –Es lógico que sintieran curiosidad. Y también he recibido muchas felicitaciones –centró de nuevo su atención en la chimenea–. Todo el mundo quiere conocerte, como es natural. Este fin de semana hay una fiesta para celebrar el acuerdo con Prentice.

      –Y yo estaré allí, por supuesto. Para eso nos hemos casado, ¿no?

      Jason atizó un poco más el fuego y guardó un largo silencio.

      –La gente de la oficina también va de vez en cuando a tomar una copa después del trabajo. No tenemos por qué ir esta semana si no quieres. Sé que te pasas todo el día trabajando y que quizá no te apetezca.

      –Lo único que puedo tomar es agua con lima, pero no tengo ningún problema en relacionarme con la gente de Maddox Communications –salvo con Celia. Si lo pensaba bien, podría ser una situación muy incómoda. De repente, se le quitaron todas las ganas de hablar del trabajo–. Parece que te sientes muy cómodo en una casa vacía… Lo único que está amueblado es tu despacho –lo miró por el rabillo del ojo en busca de alguna reacción.

      –Me traje algunas cosas de Nueva York –hizo un gesto con la barbilla hacia las cajas–. Mantas, cosas de cocina, ropa y algunos libros.

      –¿Y la mesa del ordenador? –preguntó, pensando en el dibujo enmarcado.

      –También –hundió una mano en el edredón–. Y éste es el mismo edredón que usaba en Nueva York.

      –Y supongo que hasta ahora no lo habías sacado de la caja gracias al suave clima de San Francisco.

      –Exacto. Aquí no hace tanto frío como en Nueva York.

      –Pero sí lo bastante para encender un fuego esta noche –se giró para aspirar el olor a auténtica leña quemada, muy distinto del de las chimeneas de gas.

      –No tanto como para no poder salir al jardín –se arremangó la camisa mientras la habitación se caldeaba–. Me preguntaba si querrías echarles un vistazo a los parterres y dar alguna sugerencia.

      Una imagen empezó a formarse rápidamente en su cabeza. Parras colgando de una pérgola que conducía a un jacuzzi al aire libre… Pero aquélla no era su casa. No se quedaría allí, y sería muy doloroso dejarlo todo atrás cuando volviera a Nueva York.

      –¿No sería mejor contratar a un jardinero?

      –Prefiero que sea mi mujer la que trace el plan con su talento artístico y que un jardinero lo lleve a cabo. Pero sólo si tienes tiempo, claro –se movió para colocarse en su ángulo de visión–. Te lo digo en serio. Que no parezca que te estoy imponiendo nada.

      Tal vez Lauren se arrepentiría de ello más tarde, pero…

      –Está bien. Echaré un vistazo y haré algunos bocetos –se miró los anillos de boda–. Será divertido pensar en cosas con las que el bebé pueda disfrutar cuando vengamos de visita.

      –Genial –dijo él con una sonrisa. Su sonrisa sería otra cosa que echaría terriblemente de menos, pensó ella–. Y hablando del bebé, también he traído algo de comer para acompañar al zumo de uva, por si tienes hambre –le mostró una bolsa de la compra.

      –Siempre tengo hambre a estas horas –el bebé se movió en su interior, como si se estuviera anticipando al contenido de la bolsa.

      –Me alegro de que te sientas mejor –dijo él, y empezó a sacar galletas Graham, malvaviscos…

      Y bombones Godiva.

      A Lauren se le hizo la boca agua.

      –¿Vamos a hacer sándwiches de chocolate?

      –A menos que seas una remilgada… –se apretó la caja de color dorado contra el pecho–. Me los puedo comer yo todos.

      –Atrévete y será lo último que hagas –Lauren le arrebató la caja, cortó la cinta y se llevó una trufa a la boca–. Mmm…

      Jason sonrió con picardía.

      –Voy a suponer que sí quieres un sándwich…

      –O tres –dijo ella, encantada con aquella especie de picnic improvisado. Nunca había tenido la suerte de tomar bombones Godiva cuando iba de acampada siendo una Girl Scout.

      Se sentó con las piernas cruzadas en el edredón y se apoyó contra una caja. El fuego la calentaba tanto como el ambiente sensual y romántico. Jason preparó el sándwich y lo colocó en una pala para tostarlo al fuego. Parecía saber en todo momento lo que ella necesitaba, y eso le tocaba la fibra más sensible de su ser. Siempre se había enorgullecido de ser una mujer independiente, pero con sus recursos no podía permitirse un lujo como los bombones Godiva.

      Por mucho que creyera conocer a Jason, él no dejaba de sorprenderla.

      –Gracias otra vez… por todo.

      Él la miró por encima del hombro.

      –Espera a probarlo para darme las gracias.

      –No me refería solamente al sándwich, sino también a todo lo demás. Y especialmente a lo comprensivo que te mostraste con el problema de mi madre.

      –Lamento que su llamada te afectara tanto –el fuego iluminaba la preocupación en sus ojos marrones–. Ojalá pudiera hacer algo.

      –No te preocupes. Ya no necesito su aprobación para nada.

      –Pero aún tiene la capacidad de hacerte daño –observó él.

      –Supongo que una parte de nosotros siempre querrá ver nuestros dibujos pegados al frigorífico de mamá. El problema es que mi madre sólo quiere que yo pinte sus sueños –soltó una amarga carcajada–. Aunque sus sueños pueden ser muy ambiciosos.

      –Es bueno tener ambiciones –sirvió el sándwich caliente en un plato y se lo ofreció. El chocolate y los malvaviscos se derretían tentadoramente por los lados.

      –Lo de mi madre es más que ambición –replicó ella, aceptando el plato con una sonrisa–. Son fantasías. A los dos días de meterme en clases de baile ya estaba haciendo planes para Broadway. Un simple chapuzón en la piscina y ya estaba hablando de los Juegos Olímpicos.

      –Eso es mucha presión para una niña.

      –No sólo era así conmigo, sino también consigo misma –mojó el dedo en la suculenta sustancia dulce que chorreaba por los bordes–. Según ella, su matrimonio y yo le impedimos que pudiera llevar su arte a París.

      –¿Tu madre es artista?

      Ella

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