E-Pack Se anuncia un romance abril 2021. Varias Autoras
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Era cierto, pero Jason no creía estar hecho para posar desnudo. Y si además de ser el modelo era el lienzo, quedarse quieto era más difícil de lo normal.
Los músculos le dolían por el esfuerzo sobrehumano que suponía no moverse cuando era Lauren quien lo miraba y tocaba.
–¿Todavía no se te ha acabado el sirope?
Lauren estaba desnuda en el cuarto de baño bajo cubierta, mientras él «posaba» dentro de la ducha. Estaban desayunando gofres belgas cuando Lauren miró los restos de comida, agarró un pincel de cocina y un cuenco de sirope caliente y le ordenó a Jason que se dirigiera a la ducha. Él, naturalmente, no se negó.
Una gota de sirope de arce cayó en el pie de Jason.
–Si no dejas de moverte, lo dejaré yo.
–Eres mala.
–Sólo estoy cumpliendo otra fantasía.
–Aprovéchate conmigo, entonces –le hizo un guiño, imaginándose una vida entera explorando fantasías juntos–. Soy todo tuyo.
Lauren mojó el pincel en el cuenco y le untó el pecho de sirope. El olor a azúcar impregnaba el aire. Movió el pincel en círculos sobre los pectorales, y fue estrechando la circunferencia hasta tocarle el pezón. A Jason se le aceleró el pulso. Estaba más que dispuesto a tumbarla boca arriba y penetrarla, pero la mirada de Lauren volvió a advertirle que no se le ocurriera moverse.
Dio una larga pincelada descendente, recorrió sus costillas y siguió bajando hasta que Jason contrajo los abdominales y se mordió el labio.
–¿Tienes cosquillas?
Él jamás lo admitiría.
–No. ¿Qué estás dibujando?
–Un árbol grande y poderoso –el pincel le acarició los costados como si fueran las ramas. Debía de ser un árbol muy frondoso–. Pues a mí me parece que sí tienes cosquillas… Va a resultar que el grandullón tiene una debilidad.
Jason empleó toda su fuerza de voluntad en mantenerse inmóvil.
–Sólo es una debilidad si dejo que me afecte.
–¿Me estás provocando?
Él se limitó a arquear una ceja. Entonces vio la intención en sus ojos y se obligó a quedarse quieto mientras ella seguía moviendo el pincel, muy lentamente.
Cada vez más abajo.
Llegó a la punta de su sexo, que apuntaba enhiesto y endurecido hacia el vientre, y él se dejó caer contra la pared de azulejos. Esa vez Lauren no lo reprendió por moverse, sino que le sonrió con su poderosa sensualidad femenina y siguió descendiendo hasta la base del miembro. Entonces se arrodilló, amplió su sonrisa y se lo metió en la boca. Al sentir el tacto de su ávida lengua, lo invadió una sensación sin par mientras ella lamía hasta la última gota del sirope, con un gemido de deleite que retumbó en el pecho de Jason.
El pincel cayó al suelo, un segundo antes de que los dedos de Lauren empezaran a masajearlo al mismo tiempo que la boca. Jason apretó la mandíbula y apoyó las manos en la pared para no caer de rodillas. Si aquella tortura duraba mucho más tiempo acabaría perdiendo el control, y no podría comprobar si ella estaba tan excitada como él.
De manera que, lamentándolo mucho, le agarró la muñeca y la separó de él. Pero el remordimiento desapareció en cuanto vio sus pupilas dilatadas y las mejillas encendidas por la excitación. Aquellos síntomas demostraban hasta qué punto la afectaba su compañía, algo de lo que él pensaba aprovecharse hasta el fondo. Tiró de ella hacia la ducha y abrió el grifo. El chorro inicial de agua fría cayó como una lluvia de agujas sobre su piel hipersensible, pero enseguida se calentó.
La besó en la boca y degustó el sabor del sirope, el calor y el deseo. Pero por mucho que bebiera no podía saciarse. Tal vez cuando acabaran de hacer el amor pudiera arrancarle una promesa para que se quedara un poco más… y más… hasta que tuvieran una vida en común.
El agua y el sirope resbalaban por sus cuerpos y se perdían en espiral por el desagüe. Jason se subió una pierna de Lauren a la cadera, se colocó para penetrarla y ella le clavó el talón en el trasero para guardar el equilibrio. Se retorció con fuerza e impaciencia contra él y sus apremiantes gemidos ahogaban el canto de los pájaros en cubierta.
–Quédate… Quédate en San Francisco –la orden le brotó de los labios sin darse cuenta. Nada más decirlo se maldijo a sí mismo. Su intención era esperar a que hubiera acabado.
Rápidamente pegó la boca a la suya en un intento de distraerla. Al fin y al cabo, no era más que una breve frase que podía pasar fácilmente inadvertida.
Ella se detuvo y lo miró a través del agua que chorreaba de sus cabellos.
–¿Qué has dicho?
–Hablaremos después –extendió las palmas sobre sus hombros y bajó hasta sus pechos. Sabía que en una presentación publicitaria era fundamental elegir el momento oportuno, y conquistar a Lauren era la campaña más importante de su vida.
–He oído lo que has dicho –dijo ella. Su expresión era cauta y reservada y no dejaba adivinar sus pensamientos–. No entiendo por qué cambias las reglas.
–Eres tú quien ha levantado la prohibición de mantener relaciones sexuales –le dio una palmadita en el trasero, intentando mantener un contacto ligero mientras volvían a conectar–. Lo que hemos hecho lo cambia todo. Y no sé tú, pero yo quiero más.
Ella se mordió el labio. Un atisbo de duda se reflejaba en su rostro, y Jason volvió a guiarla entre sus piernas con renovada esperanza.
La expresión de Lauren se tornó triste.
–¿Por qué? –levantó una mano para tocarle la cara–. ¿Por qué quieres más?
No era la respuesta que había esperado, pero tampoco se había cerrado del todo. Jason buscó algún argumento que la hiciera cambiar de opinión y no encontró ninguno. Había empleado la artillería pesada desde que entró en su apartamento una semana antes. Pero tenía que haber algo que…
Su BlackBerry emitió un pitido desde la encimera del lavabo. Jason lo ignoró, pero segundos después volvió a sonar.
Lauren se apartó de él y agarró una toalla para envolverse.
–Responde.
–No –la agarró del codo–. Esto es importante. Quiero que tú y el bebé os quedéis conmigo. Pagaré todos los gastos que suponga trasladar tu negocio aquí, cualquier cosa que te lo ponga más fácil. Nueva York está demasiado lejos para la vida que quiero que tengamos en San Francisco –la frustración le oprimía la garganta mientras buscaba la manera adecuada de convencerla–. Maldita sea, Lauren. Es la decisión más lógica.
Nada más acabar su razonamiento se dio cuenta de que no había sido el más acertado. Y lo peor era que no tenía ni idea de cuál podría ser. ¿Sería una cuestión de cabezonería por parte de Lauren? ¿De orgullo? Un mal presagio empezó a invadirlo.
–No lo es –dijo