Rezar, soplar, cantar: etnografía de una lengua ritual. Omar Alberto Garzón Chiriví

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Rezar, soplar, cantar: etnografía de una lengua ritual - Omar Alberto Garzón Chiriví Ciencias Humanas

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(Arano, 2011) y, otra en Chile, “Diálogo con las deidades: etnografía de la comunicación en el ámbito de la curación entre los wixaritaki” (Verdín, 2012).

      En otra dirección y con nuevas preocupaciones de investigación, la exploración de la literatura existente sobre el consumo de yagé nos revela el interés por esta práctica por parte de antropólogos y etnógrafos (Caicedo, 2010; Tangarife, 2013), de profesionales de las ciencias de la salud (Viegas y Berlanda, 2012; Caiuby y Bouso, 2013), periodistas (Suárez, 2019) e incluso arquitectos (Ocampo y Cardona, 2013).

      Junto con las anteriores preocupaciones académicas, son visibles cada vez más nuevos grupos de tomadores de yagé en algunas ciudades de Colombia y el mundo, quienes la han convertido en una práctica sincrética, mística y religiosa (Guzmán, 2013), como el Santo Daime en Brasil. En este sentido, los antecedentes investigativos reseñados, la proliferación de nuevas y dinámicas comunidades de tomadores de yagé y la recomendación de volver a publicar la obra por parte de los evaluadores sirvieron de justificación para motivar una segunda edición de este libro.

      Bajo este telón de fondo, conviene mencionar algunos hechos que han venido ocurriendo con la práctica de tomar yagé. En primer lugar, la desaparición natural de varios taitas de las comunidades indígenas caméntŝá y siona, conocedores de los misterios del yagé: de la comunidad caméntŝá, el taita Martín Agreda (q. e. p. d.), con quien compartí mis primeros años de experiencia tomando yagé, y el abuelo Salvador Jacanamijoy; y de la comunidad siona, el taita Francisco Piaguaje (q. e. p. d.). Estos taitas, además de ser médicos tradicionales prestigiosos al interior y fuera de sus comunidades, promovieron las tomas de yagé en ciudades colombianas como Pasto (departamento de Nariño), Cali (departamento del Valle del Cauca), Medellín (departamento de Antioquia) y Bogotá y propiciaron la creación de comunidades urbanas de tomadores de yagé, las cuales permitirían la aparición de aprendices urbanos de esta tradición, quienes se han dedicado a difundir y mantener el legado de estos taitas. Estos neocuranderos se han tomado el trabajo de promocionar la práctica y servir como puente entre la tradición indígena y la población urbana interesada.

      En segundo lugar, los herederos en primer grado de parentesco de estos taitas consolidaron y ampliaron su radio de acción, de tal suerte que, además de mantener los grupos de tomadores en las ciudades de Colombia, internacionalizaron la práctica de tomar yagé en algunos países de América Latina, Estados Unidos y Europa. De esta manera, hoy se ofertan tomas de yagé oficiadas por taitas pertenecientes a las comunidades indígenas caméntŝá, inga, siona, cofán y coreguaje en distintas ciudades del mundo; así, se puede considerar que los tomadores se han constituido en una diáspora cultural.

      Y, en tercer lugar, debido al boom promocional del yagé, han ocurrido algunos hechos que han sido aprovechados para abrir discusiones relacionadas con temas de propiedad intelectual sobre el uso de la planta, su comercialización y la ética terapéutica. Para el primer caso, hay que recordar la querella entablada por el pueblo cofán contra una empresa de turismo conocida como Ayahuasca Internacional, a quienes los primeros acusan de apropiarse de manera ilegal de la planta con fines comerciales.

      Así, la comercialización de la planta ha configurado un “turismo ayahuasquero” que ha tomado un ímpetu importante, principalmente en ciudades como Mocoa, en Colombia, e Iquitos, en Ecuador, a donde viajan grupos de turistas extranjeros. Dicha comercialización está controlada por argentinos, norteamericanos, canadienses y españoles, quienes han colocado la planta y su tradición en el “mercado de la espiritualidad”, logrando con esto importantes dividendos económicos. De acuerdo con la página promocional de Ayahuasca Internacional, el valor de una toma, incluidos hospedaje y alimentación, oscila entre 160 y 180 dólares diarios (un poco más de quinientos mil pesos colombianos).

      La comercialización del brebaje en el mundo implica franquear las leyes de control de algunas sustancias prohibidas en algunos países. Si bien el yagé es un medicamento natural, cuyos efectos benignos para la salud son reconocidos por sus usuarios, uno de sus componentes, el DMT (dimetiltriptamina), forma parte de la lista de sustancias ilegales en países como Estados Unidos y en Europa; sin embargo, no está comprobado que este componente de la planta la convierta en una sustancia peligrosa. A pesar de esta consideración, en el 2010 el taita Juan Bautista Agreda de la comunidad caméntŝá fue arrestado en Estados Unidos, donde permaneció algunos meses detenido mientras se aclaraba a las autoridades de este país la naturaleza de esta bebida. Sin pruebas contundentes que demostraran que se trataba del tráfico de una sustancia prohibida, el taita Juan Bautista debió ser dejado en libertad.

      En este balance, hay que señalar el caso del yagecero Orlando Gaitán, neochamán bogotano que ofrecía servicios de tomas de yagé a las afueras de Bogotá y quien fue acusado y condenado por acceso carnal violento contra varias mujeres, una de ellas menor de edad, en el marco de los rituales de toma de yagé. Este hecho ha sido uno de los más graves ocurridos durante los últimos años alrededor de las tomas de yagé, ya que, además de lo que representa física y emocionalmente para las mujeres agredidas sexualmente, genera un manto de duda sobre quienes ofician los rituales y terapias durante las tomas de yagé. Indudablemente, esto abre un debate sobre el control al ritual y la ética que acompaña a quienes celebran estas ceremonias. Este caso quedó documentado en el trabajo de investigación titulado Neochamanismo urbano: engaño, abuso y poder en la comunidad carare, de Betty Sánchez Sarmiento (2018).

      Así, considero que el conjunto de hechos relatados no puede analizarse de manera aislada y sin tener en cuenta la inserción de la práctica de tomar yagé como parte de las dinámicas de la globalización cultural propiciadas por el mercado; de este modo, tomar yagé forma parte de un mercado terapéutico urbano (Garzón, 2019), cuya oferta se organiza para responder a demandas de bienestar de sectores de población media urbana, principalmente en países de Europa, en Estados Unidos y en América Latina. Bajo esta dimensión de análisis, el mercado, a comienzos del siglo XXI, es un factor que contribuye a reinventar la tradición de tomar yagé.

      En relación con las lenguas indígenas de Colombia y sus hablantes, hay que decir que han sufrido un serio deterioro social, cultural y lingüístico. En este tema el balance, después de la primera edición de la obra, es dramático. La crudeza de la guerra que nos asiste desde hace sesenta años ha producido más de seis millones de víctimas, entre las que se cuentan distintos pueblos indígenas a lo largo y ancho del país. Muchas comunidades se han visto obligadas a abandonar sus territorios para deambular por las calles de las ciudades colombianas, en espera de asistencia humanitaria por parte del Estado. Al ser forzados a abandonar el territorio físico, también se obliga a abandonar el espacio simbólico, todo aquello que constituye la memoria de un pueblo y que se trasmite de generación en generación mediante el idioma propio; sin lugar a dudas, esto ha acelerado la desaparición de muchas lenguas nativas y sus hablantes.

      En un esfuerzo importante, miembros de comunidades indígenas del país, acompañados por el profesor Jon Landaburu, impulsaron la Ley 1381 de 2010 de lenguas nativas, cuya finalidad es el reconocimiento, la protección y el desarrollo de los derechos lingüísticos y del uso y la reproducción de las lenguas nativas. Esta ley, hay que señalarlo, incluye la lengua romaní de los gitanos, el creole del archipiélago de San Andrés y Providencia y el criollo de San Basilio de Palenque. A pesar de ser una ley bastante avezada, su implementación avanza a pasos lentos, pues hacerla realidad requiere de políticas integrales por parte del Estado colombiano, entre ellas la protección de la vida de las comunidades en sus territorios y la inversión en recursos para la promoción de las lenguas nativas. Estas iniciativas han sido lánguidas y han estado atrapadas en las decisiones burocráticas de funcionarios que poco se interesan por el tema o que no cuentan con partidas presupuestales para echar a andar los programas de revitalización lingüística.

      En relación con la investigación en lenguas indígenas en Colombia, este libro fue resultado de la maestría en Lingüística de la Universidad Nacional de Colombia, en la línea de investigación de lenguas indígenas y criollas en Colombia. En esta línea de investigación

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