Rezar, soplar, cantar: etnografía de una lengua ritual. Omar Alberto Garzón Chiriví
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Respecto a la organización social de la comunidad caméntŝá, se pueden establecer los siguientes entes administrativos, escolares y culturales alrededor de los cuales gravita la vida de la comunidad: el cabildo, la Institución Educativa Rural Bilingüe Artesanal Caméntŝá, de la cual dependen pedagógica y administrativamente las escuelas rurales bilingües Las Cochas, Llano Grande, Tamabioy, San Félix y Leandro Agreda. Por otra parte, están el Carnaval de Blancos y Negros y el Carnaval Indígena, eventos que anualmente congregan a la comunidad.
El cabildo es el organismo encargado de regular la vida política de la comunidad e impartir justicia propia. A través de este se constituyen las relaciones con otros entes, como la Gobernación del departamento de Putumayo, el Gobierno central, la Secretaría de Educación del departamento y la Alcaldía. Está compuesto por un gobernador (uaishanÿa), un alcalde mayor (arcanÿe), un alcalde menor (alguacero), un alguacil mayor (mayor uatëcma) y cuatro alguaciles menores, elegidos por periodos de gobierno de un año. En su interior funcionan, entre otras, la oficina de etnoeducación. Como en la mayoría de las comunidades indígenas, el cabildo es el encargado de manejar los recursos provenientes de la nación, conocidos como el Sistema General de Participaciones (SGP).2
La Institución Educativa Rural Bilingüe Artesanal Caméntŝá, creada en 1990, es el principal centro educativo, donde está centrada buena parte de la educación básica para los hijos de las familias indígenas. La institución educativa presta servicio educativo en la básica secundaria de 6.° a 9.° grados, media vocacional de 10.° y 11.° grados y primaria y secundaria para adultos. El colegio “está fundamentado en las cosmovisiones del pueblo caméntŝá y en la etnoeducación que tiene como principios la integralidad, diversidad lingüística, identidad, interculturalidad, flexibilidad, progresividad, solidaridad, autonomía, participación comunitaria y cohesión social” (Colorado y Villanueva, 2015, p. 68).
De acuerdo con uno de los relatos compilados en el libro de Colorado y Villanueva (2015), la creación del colegio, en palabras de Santiago Chindoy Jacanamejoy, obedeció a que “se ha perdido la verdadera identidad en los diversos aspectos culturales: como la lengua, las costumbres, el folclor y, lo más lastimoso, el verdadero pensamiento indígena” (p. 66).
Entre los retos más importantes del colegio bilingüe está el poder ganar la credibilidad de los mismos indígenas y hacer entender que lo que allí ocurre es de suma importancia para el fortalecimiento cultural y lingüístico de la comunidad. La incredulidad viene fundada, en opinión de las mismas gentes, en que los niños necesitan “aprender cosas para que se puedan defender en la vida”. Cuando se hace mención de esto, se piensa inmediatamente en que los niños y jóvenes aprendan a usar computadoras y sepan matemáticas y ciencias. Frente a esta situación, y con miras a mantenerse vigente entre la comunidad, la institución ha venido, por una parte, adquiriendo recursos para la dotación del colegio y la capacitación de los profesores y, por otra, organizando un currículo en el que se contemple tanto los saberes de la comunidad como los saberes tradicionales de la escuela (ciencias, matemáticas y lenguaje). Lo que queda por discutir es si saberes como la medicina tradicional o el cuidado de la chagra se pueden curricularizar; de ser esto posible, habría que ver cuál es la orientación que se le da al proceso, pues una propuesta sería que el colegio pensara en tecnificar estos saberes, más allá de ser un referencial para sus gentes. Si el proceso que se está dando en el colegio continúa, el paso siguiente sería la constitución de este en una universidad agrícola.
Las discusiones sobre la incidencia de los procesos de escolarización entre los indígenas van en dos sentidos: uno propende a un no rotundo a la escuela y otro promulga la curricularización y pedagogización de la vida indígena. Ambas posturas pecan por exageración. A mi parecer, el debate no debe darse sobre la escuela —institución que en la actualidad se ha transformado para responder a las necesidades del mercado—, sino sobre el lugar social e histórico que demandan estos tiempos a las sociedades indígenas del país. La discusión curricular debe ser política. Es esta la que debe orientar los destinos de un proyecto escolar u otro tipo de proyecto. Una salida a ello depende igualmente de procesos de autonomía, no para “decidir” hacer lo mismo que hacen otros, sino para tomar una decisión frente a los retos actuales: globalización, pero también emergencia de las sociedades minoritarias, crisis de los Estados nacionales, descentralización política y conflicto armado. Estas y otras discusiones, indefectiblemente, deben formar parte de un debate para la generación de políticas de planificación lingüística.
Hay dos festividades que son centrales dentro del pueblo caméntŝá: el Carnaval de Blancos y Negros y el Carnaval Indígena. El primero es la prolongación del que se celebra en la ciudad de Pasto y, en general, en todo el departamento de Nariño y algunas poblaciones del departamento de Putumayo. La participación indígena se da a través de las comparsas en los desfiles del 6 y 7 de enero y con la realización del Carnaval Indígena en las veredas el 8 de enero. Los preparativos del carnaval son de suma importancia y la planificación de las comparsas tiene toda una tradición dentro de la comunidad. Son días de jolgorio y celebración: se bebe chicha de maíz, se comparten viandas y se baila al son de flautas y tambores. Al igual que en las celebraciones de la ciudad de Pasto, el día de blancos se juega con talco y el día de negros, con cosméticos de color negro, los cuales se untan colectivamente.
La otra celebración, quizás la más importante para la comunidad caméntŝá, es el Carnaval del Perdón, bëtsknaté o klestrinyé, que se traduce como “el día grande”. Este se celebra una semana antes de la Semana Santa católica. Esta festividad fue declarada por el Ministerio de Cultura de Colombia como “patrimonio cultural e inmaterial de la Nación” (Resolución 3471 de 2013).
El carnaval inicia su recorrido en alguna de las veredas del municipio y se desplaza a lo largo del territorio. Los participantes bailan al son de tambores, flautas dulces y armónicas. Hombres y mujeres llevan coronas adornadas con cintas de colores y plumas, y se usa el sayo o ruana tradicional de colores a rayas blancas y azules. Los personajes de las comparsas son el matachín, los bandereros y las batas. Esta fiesta congrega a toda la comunidad, incluidas sus autoridades tradicionales, quienes anuncian el inicio del carnaval tocando un cuerno.
El recorrido se detiene en la plaza central de Sibundoy. Allí se asiste a una eucaristía católica en la catedral principal, donde, al finalizar la misa, los asistentes bailan y se regocijan. De allí, salen hacia la casa del cabildo mayor, frente a cuya puerta se ha construido previamente un arco de palma del cual cuelga un gallo, que será decapitado como símbolo de conjuro por el colonialismo. Posteriormente, los asistentes entran al cabildo, donde se ha preparado comida y chicha de maíz en abundancia; se baila hasta bien entrada la noche y, de allí, se sale de visita a distintas casas, donde esperan a los danzantes del carnaval con más comida y chicha de maíz.
El carnaval es la oportunidad para el reencuentro familiar, la reconciliación y el perdón por las faltas que se pudieron cometer durante el año; pero, principalmente, es la oportunidad de compartir el alimento en abundancia, para que durante el año que comienza no falte la comida en ningún hogar caméntŝá. Los estudiantes que viven fuera de Sibundoy regresan para esta fiesta y quienes no lo logran celebran el carnaval