Estudios transnacionales. José Federico Besserer Alatorre
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La preocupación de Michael Kearney (2004a) tenía que ver con el papel de la disciplina antropológica para poder comprender lo humano de una manera “robusta”. Él trabajaba en el Departamento de Antropología de la Universidad de California en Riverside, organizado en los cuatro campos: arqueología, antropología física, antropología lingüística y antropología cultural. Su preocupación era que él identificaba fuerzas centrífugas dentro de la antropología que tendían a separarla por subdisciplinas. El advenimiento de los “estudios culturales” agregaba una tensión adicional entre una antropología humanística y una científica. Esta tendencia a la separación, pensaba él, era probablemente uno de los retos más significativos para la antropología, y fue la razón por la cual adoptó una opinión crítica de cara a los “estudios culturales”, los cuales percibía como una postura que subestimaba la importancia del sustrato biológico de los humanos y del entorno ecológico. Esta problemática ha sido un tema de discusión importante en la literatura estadounidense (Segal y Yanagisako, 2005). Kearney propugnaba por el enfoque de los cuatro campos en la antropología; al mismo tiempo, pensaba, se requiere mantener el enfoque que estudia las bases materiales de la existencia y los enfoques humanísticos que la interpretan como parte de un mismo cuerpo de pensamiento. Estos dos ejes de integración eran la premisa para una teoría integral que permitiese un análisis holístico de lo humano. Éste, según él, era un problema teórico, pero también un problema de la socio logía de la ciencia, pues la disciplina requiere de grupos epistémicos de investigadores que puedan interactuar para pensar en sintonía.
Aihwa Ong, otra prominente antropóloga estudiosa de la transnacionalidad, se expresó también de manera contundente en contra de los “estudios culturales”, los cuales, veía ella, se alejaban de las “grandes narrativas” y con ello de la capacidad de estudiar los aspectos materiales de la condición transnacional. Su argumento fue que el acercamiento de los antropólogos con las humanidades después de la Guerra Fría cedió terreno a posturas que tomaron el estudio de la cultura como texto, generando un discurso “poscolonial elitista que ignora las estructuras de poder en la construcción de la identidad y el cambio social” (Ong, 1999:241). El riesgo, sostenía Ong, era que el resultado de este diálogo interdisciplinario fuese una “antropología ‘lite’ que no fuera capaz de capturar el juego entre ‘cultura y formas materiales de vida’” (Ong, 1999:242). Desde sus primeros estudios, el trabajo de Ong se caracterizó por su interés en el papel de la cultura para comprender la dinámica entre subordinación y resistencia en contextos laborales. Recurrió al instrumental de Foucault para estudiar la relación entre cultura y capitalismo, destacando el papel de las “microtecnologías de poder” con las cuales los sujetos del capitalismo se regulan a sí mismos (Foucault, 1988a:83). Debido a que Foucault no analizó directamente las relaciones entre las prácticas discursivas y la reproducción sistémica del capitalismo, también recurrió Ong al trabajo de Frederic Jameson para explicar que la reproducción cultural tiene una base en la reproducción simbólica del capitalismo (Jameson, 1991:291).
Interpelaciones desde los estudios culturales
Es interesante observar que desde sus primeros trabajos, Ong comparte con autores de los irónicamente llamados “estudios culturales estadounidenses” el interés por la teoría de Foucault (v. Rosaldo, 1994) y por el trabajo de Frederic Jameson, cuya crítica sistemática a la “lógica cultural del capitalismo” ha sido asociada con los estudios culturales. En la práctica, me parece, los estudios culturales han hecho el mismo llamado que Ong al estudio de lo que algunos han denominado “las condiciones materiales”, y otros hacen este llamado a no dejar fuera la interacción entre el sujeto y la “estructrura”. Para ello voy a exponer brevemente dos posturas, la de Paul Gilroy y la de los así llamados “estudios culturales latinoamericanos”.
En los estudios culturales hay un uso reiterado del concepto “transnacional”. Por ejemplo, Paul Gilroy propone que El Atlántico Negro es una “formación transnacional e intercultural” (Gilroy, 1993:IX). El concepto “transnacional” ha sido usado tanto en oposición a los movimientos “nacionalistas” que reclaman que son una nación como en el caso del afronacionalismo; como por los “etnicistas” que proponen que son una “etnia”. Por eso, El Atlántico Negro es una propuesta metodológica explícitamente transnacional e intercultural que propone romper con el “nacionalismo” como ideología y como metodología analítica, y con el “etnicismo” por su mirada esencialista.
El transnacionalismo de la población que fue construida como “negra”, propone Gilroy, se facilitó irónicamente por el carácter transnacional de la venta de esclavos. Los esclavos venían de muchos países y de muchas religiones, lo que derivó en posiciones fragmentadas. Por esta razón, Gilroy propone que es mejor considerar la posibilidad de una unidad “intercultural y transnacional”, es decir que el reconocimiento no debe basarse por el lugar de origen, o porque unos sean más “étnicos” que otros. De ahí que “El Atlántico Negro” es un concepto que rompe con la nación y con el absolutismo étnico para constituirse como intercultural y transnacional.
Las “estructuras transnacionales” que crearon al “mundo negro” han sido sustituidas, propone él, por un entramado transnacional de sistemas de comunicación. El concepto de “diáspora” se vuelve central para el proyecto de Girloy, quien ve al concepto como una propuesta teórica que permite el contrapunteo (un concepto antes usado por el caribeño Fernando Ortiz) (Ortiz, 1983) entre sus especificidades particulares y la sensibilidad común derivada de su experiencia de la esclavitud racializada en el Nuevo Mundo.
Girloy llama a estudiar los procesos transnacionales en dos planos, como una dinámica que se produce en el contrapunteo intercultural que caracteriza a la diáspora y que explica su “doble conciencia”, y como una forma de caracterizar a las condiciones materiales (como el esclavismo y la industria cultural), que son el contexto estructural en que se producen las dinámicas culturales. El trabajo de Paul Gilroy se enfoca en el intelectual transnacional cuyas experiencias están en la base de las innovaciones teóricas del transnacionalismo. Entre estos intelectuales diaspóricos están aquellos que en el pasado vivieron una experiencia de esclavitud y aquellos que en el presente producen en las industrias de la comunicación y las industrias culturales.
La postura de Gilroy, desde los estudios culturales, es reconocer la importancia del contexto material que contribuye a la construcción de la condición transnacional. Sin embargo, no profundiza en el análisis de este contexto, lo que ha sido la prioridad de autores del enfoque transnacionalista como Ong. En cambio, Gilroy sí prioriza en su análisis, cómo la experiencia vivida en la condición transnacional ha hecho aportes desde los márgenes al conocimiento académico; aportes que resultan frecuentemente en confrontaciones con el aparato disciplinario.
Me parece que entre los aportes de Ong y de Gilroy podemos pensar en la importancia de construir una teoría de la mediación en el capitalismo contemporáneo, en la que converjan los aportes disciplinarios y transdisciplinarios. De esto nos ocuparemos un poco más adelante.
La incomodidad de los estudios culturales latinoamericanos
La forma en que se suele nombrar a los estudios culturales como “británicos” o “estadounidenses” nos obliga a reflexionar sobre el problema de las “nacionalidades” de los estudios culturales. Estas etiquetas juegan un papel ambiguo. Surgen como ecos del nacionalismo teórico, pero están íntimamente ligadas