La zanahoria es lo de menos. David Montalvo
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En otras palabras, como yo mismo lo veo y se lo compartía a Rafael: si estás dentro de un túnel oscuro en tu vida, recuerda que así como tuvo una entrada, también hay una salida. Esa siempre es la buena noticia en cualquier crisis.
Tiempo después colaboré con una empresa cuyo personal no lograba alcanzar los resultados esperados.
Cuando platicaba con el director de Recursos Humanos, él achacaba la situación a la falta de profesionalismo, entrega y compromiso de su gente, sobre todo en algunos departamentos. Percibía que ya habían caído en una zona de confort.
Como en muchas organizaciones, al momento de brindarles algunas de mis conferencias y seminarios, y haciendo un poco de trabajo interrogatorio, me pude dar cuenta de que las principales áreas de oportunidad no eran la falta de trabajo o la falta de entrega que el director ponía en tela de duda. Era un asunto que provenía completamente de la raíz de la compañía. En poco tiempo habían tenido muchos cambios en los niveles altos de la organización y eso les estaba cobrando factura. También, como en el caso de Rafael, tenían un desorden en su carreta.
Existían problemas desde cómo «bajaba» la comunicación desde la dirección general a los empleados. Había mucho ruido entre lo esperado por los directores y lo ejecutado por el personal; en realidad, desde ahí empezaban las trabas. No era que unos estuvieran bien y otros mal, sino que trabajaban en canales y frecuencias completamente diferentes. Y desde esa raíz había que trabajar.
Estoy convencido de que cuando cambias, todo cambia. Por esa razón, tanto a Rafael como a esta organización les propuse lo que ahora quiero compartir contigo: limpiar desde adentro. Y ¿cómo hacerlo? Con un detox emocional.
Toxicidad emocional
Desde que nacemos, aunque ya traemos una genética determinada, adoptamos actitudes y creencias que van forjando la personalidad. Acorde con lo que observamos o con lo que escuchamos de voces ajenas, creamos nuestros propios filtros. Hay muchos factores externos que moldean nuestra forma de ver la realidad.
Nos condicionamos con base en el ambiente al que llegamos. Podemos nacer y crecer en un ambiente tanto sano como hostil, tanto amoroso como indiferente, con padres ausentes o sobreprotectores, padres conservadores o liberales, padres que basan su educación en el miedo o en el respeto. Padres que están involucrados en un negocio familiar y desean el mismo futuro para los hijos. Padres que se ubican por encima de los hijos para satisfacer sus propias necesidades.
A pesar de que vivir en estos ambientes para muchos puede ser la condena fatal —incluso ya escucho a algunos decir: «Es lo que me tocó, no hay de otra»—, la verdad de las cosas es que desde luego nos influye, pero no nos condena a una historia, y más cuando ni siquiera es nuestra propia versión, sino una previamente diseñada por otros. Las cosas no son tan malas como parecen, porque quienes nos reciben nos condicionan, pero no nos determinan.
Nuestra historia es única, pero la que hemos vivido hasta ahora no tiene que ser la única que tengamos. Siempre es posible escribir una nueva y reconstruirnos una mejor experiencia al vivir.
¿Siempre? Por supuesto, aun en las condiciones más desfavorables.
Pero para que esto suceda, para lograr reescribir lo que sí queremos, es fundamental abrir ciertas cajas internas para ver lo que contienen, darles una buena sacudida, limpiarlas, sacar lo que ya no sirve, botar lo innecesario y reacomodarlas en los sitios que les corresponde.
Muchas de estas cajas están tan empolvadas y sus cerraduras tan oxidadas, que su apertura se vuelve toda una odisea.
Esas cajas que todos llevamos dentro están repletas de creencias, actitudes, experiencias, recuerdos, situaciones tanto fáciles como difíciles, de éxito como de fracaso, de aceptación como de rechazo.
A todo ese conjunto de archivos que no nos ayuda, que nos impide desarrollarnos o que simplemente nos estanca y que está dentro de cada una de estas cajas internas, le llamo toxicidad emocional.
La toxicidad, desde el punto de vista químico, se define como «La capacidad o la propiedad de una sustancia para causar efectos adversos sobre la salud. Y una dosis tóxica es la cantidad determinada de una sustancia que podría esperarse que, en condiciones específicas, ocasionara daños a un organismo vivo determinado» (fuente: GreenFacts.org).
Las cosas no son tan
malas como parecen,
porque quienes nos reciben nos
condicionan, pero no nos determinan.
Hoy se habla mucho a nivel mundial sobre una intoxicación del organismo. Existe un debate en la comunidad médica sobre este tema. Algunos doctores más ortodoxos creen que si el cuerpo estuviera intoxicado, esto se reflejaría en una enfermedad clara, comprobable y detectable a simple vista.
El problema es que el hecho de no mostrar externamente una patología o la ausencia de síntomas no significa que no existe una intoxicación o desequilibrio. Cuántas personas delgadas conocemos que en apariencia se ven muy sanos pero por dentro, debido a su mala alimentación, viven en un desbalance terrible que tarde o temprano les cobrará un alto precio.
Lo que no podemos negar es que en nuestra época, más que nunca, estamos expuestos a productos químicos, a radiación, a alimentos con alto grado de pesticidas, herbicidas y fertilizantes artificiales, aire y agua más contaminados, aparatos electrónicos con importantes campos de radiofrecuencia y otros elementos que han alterado nuestra vida.
Este concepto «tóxico», que particularmente se refiere al impacto en nuestro bienestar y salud física, lo podemos trasladar al interior y también tiene una participación importante desde la perspectiva de la salud emocional y el desarrollo psicosocial.
Si definiéramos de manera más concreta el concepto de toxicidad emocional sería: la consecuencia, efectos y resultados negativos debido a emociones, sentimientos, pensamientos y conductas mal gestionadas interiormente.
Se basa en elementos muy comunes y con los que convivimos a diario como son el rencor, las heridas no sanadas, vivir en el pasado, el odio, la desesperanza, la frustración, la incertidumbre, el mal humor, el sedentarismo, los pensamientos derrotistas o las creencias paralizantes, y muchos otros que explicaré a lo largo de este libro.
Este tipo de toxicidad puede ser mucho más grave que la de naturaleza física, ya que va carcomiendo el interior, produce lamentables consecuencias y se convierte en una parálisis que impide pasar a la acción e incluso genera hastío de seguir viviendo.
Cuando alguien dice que está harto de su vida, más que poner atención a las circunstancias que lo rodean, sería interesante echar un vistazo a su interior para conocer su grado de toxicidad emocional.
En la historia del burro y la zanahoria, cuando vivimos en estado tóxico es como si saturáramos nuestra carreta llenándola de cajas y cajas y quisiéramos que aquella corriera como un Ferrari. Eso no solo es imposible, sino que además, por el mismo peso que lleva, en cualquier momento la carreta tronará y se desbordará.
Ello le sucede a millones de personas