La llamada de lo salvaje. Jack London
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La llamada de lo salvaje - Jack London страница 4
En las bodegas del Narwhal, Buck y Curly conocieron a otros dos perros. Uno era grande y de pelo blanco, venía de Spitzbergen y lo había traído un capitán ballenero a quien había acompañado a una expedición geológica en la isla Barren. Era amigable, de una manera traicionera, sonreía socarronamente mientras por dentro planeaba algún subterfugio, como cuando le robó comida a Buck en la primera cena. Cuando Buck saltó para vengarse, el látigo de François sonó en el aire y alcanzó al culpable, pero a Buck no le quedó más remedio que quedarse con el hueso. El acto de François fue justo, según había decidido Buck, y fue así como el mestizo empezó a ganarse su respeto.
El otro perro no dio ni recibió muestras de amistad, ni hizo ningún intento de robarse la comida de los recién llegados. Era un taciturno y malhumorado compañero, y le dio a entender a Curly que lo único que quería era estar solo, o de lo contrario, habría problemas. Se llamaba Dave, dormía y comía, y en los intervalos bostezaba; no se interesaba por nada, ni siquiera cuando al atravesar el estrecho Reina Charlotte el Narwhal se balanceó y se sacudió como si estuviera poseído. Cuando Buck y Curly se pusieron ansiosos, medio enloquecidos por el temor, él solo levantó la cabeza como si estuviera molesto, los miró de forma incrédula, bostezó y volvió a dormirse.
Día y noche el barco palpitaba incansablemente al ritmo de la hélice, y casi todos los días transcurrían de la misma manera, aunque a Buck le parecía que el clima era cada vez más frío. Al fin, una mañana, la hélice se detuvo y el Narwhal se cubrió con una atmósfera de ansiedad. Él lo sintió: al igual que los demás perros, sabía que se acercaba un cambio. François los amarró y los llevó a la cubierta. Al dar el primer paso en la fría superficie, las patas de Buck se hundieron en una cosa blanca y fofa parecida al barro. Saltó hacia atrás con un resoplido, luego lamió la cosa blanca que caía del aire. Se sacudió, pero seguía cayendo sobre él. La olió con curiosidad y la lamió con su lengua. Se sentía un poco como si quemara, pero la sensación desaparecía al instante. Esto lo desconcertó. Trató de nuevo y obtuvo el mismo resultado. Los espectadores reían a carcajadas y se sintió avergonzado sin saber por qué. Era la primera vez que veía y percibía la nieve.
1. El keno es un juego similar a las loterías, en que una persona compra un cartón esperando que sus números sean iguales a los de las balotas que una persona va seleccionando al azar. Todavía se practica en algunos lugares del mundo. Se le llamaba “lotería china” porque esta población introdujo y popularizó este juego en Estados Unidos a mediados del siglo XIX. (N. del E.).
2. San Francisco. Los personajes hablan en jerga coloquial, en el original. (N. del E.).
EL PRIMER DÍA DE BUCK en la playa de Dyea fue una pesadilla. Cada hora que pasó estuvo llena de conmoción y sorpresa. Lo habían arrancado repentinamente del corazón de la civilización y llevado al corazón mismo de lo primitivo. Aquí no había descanso, el sol no lo acariciaba, no había tiempo para retozar ni holgazanear. Aquí no había paz, tranquilidad ni momento en el que se sintiera a salvo. Todo era actividad y confusión, y en cada segundo de la vida se corría peligro. Había una necesidad imperiosa de estar constantemente alerta, pues estos hombres y perros no sabían de la civilización. Todos ellos eran salvajes y no conocían otra ley que la del garrote y el colmillo.
Nunca había visto perros que pelearan como lo hacían estas criaturas salvajes, y su primera experiencia le enseñaría una inolvidable lección. Es cierto que no vivió la experiencia en carne propia, pero de haberlo hecho no hubiera sobrevivido para aprenderla. Curly fue la víctima. Acampaban cerca de una cabaña, donde ella, con sus amigables modales, trató de acercarse a un perro husky del tamaño de un lobo adulto, a pesar de que ella era la mitad del tamaño de este. No hubo ninguna advertencia, solo una embestida fulminante, un choque metálico de dientes, un retroceso igualmente veloz, del cual Curly salió con la cara destrozada desde el ojo hasta la mandíbula.
Era la manera de pelear de los lobos: atacar y recular; pero había algo más que eso. Treinta o cuarenta huskies corrieron al lugar y rodearon a los combatientes formando un círculo en un silencio expectante. Buck no comprendió aquel silencio ni la ansiedad con la que se relamían. Curly se abalanzó sobre su enemigo, quien la atacó de nuevo y retrocedió. El husky recibió la siguiente embestida con el pecho, en un peculiar movimiento que le hizo perder a Curly su equilibrio. No volvió a levantarse, y eso era justamente lo que los demás huskies estaban esperado. Se abalanzaron sobre ella, gruñendo y aullando, y Curly, entre aullidos de agonía, quedó sepultada bajo aquella masa peluda de bestias.
Todo ocurrió tan rápido e inesperado que dejó a Buck desconcertado. Vio a Spitz sacar su lengua escarlata en una sonrisa socarrona y a François blandir un hacha en medio del caos. Tres hombres con garrotes le ayudaron a dispersar a los animales. No pasó mucho tiempo. Dos minutos después de que Curly había caído, ya habían ahuyentado al último de sus asaltantes. Pero ella yacía mustia y sin vida en medio de la nieve ensangrentada y pisoteada, literalmente hecha pedazos, y junto a ella el mestizo maldecía. La escena habría de atormentar a Buck constantemente en sus sueños. Entonces así eran las cosas. No había juego limpio: una vez caías era tu fin. Bueno, pues él no caería. Entonces, Spitz sacó su lengua riendo de nuevo y desde ese momento Buck le profesó un odio amargo e implacable.
Antes de que pudiera recuperarse de la conmoción que le causó la trágica muerte de Curly, recibió otra sorpresa peor. François le amarró al cuerpo un aparejo con cuerdas y hebillas. Era un arnés como el que había visto que los cocheros les ponían a los caballos en casa. Lo pusieron a trabajar tal como había visto que hacían con los caballos, tirando del trineo en dirección al bosque que rodeaba el valle y regresando con una carga de leña. Aunque sintió herida su dignidad al verse convertido en un animal de tiro, fue suficientemente sensato como para no rebelarse. Se aplicó en su trabajo con determinación y dio lo mejor de sí, a pesar de que todo era nuevo y extraño. François era severo, exigía obediencia instantánea, y gracias a su látigo la obtenía de inmediato; por su parte, Dave, un experimentado zaguero, mordía los cuartos traseros de Buck cada vez que este cometía un error. Spitz era el líder, igual de experimentado, pero como no siempre podía estar en contacto con Buck, le gruñía como símbolo de desaprobación de vez en cuando o echaba astutamente el peso sobre las riendas para forzarlo a seguir el rumbo correcto. Buck aprendió rápidamente y bajo la guía de sus dos compañeros y de François hizo grandes progresos en poco tiempo. Antes de regresar al campamento ya sabía suficiente para entender que con un “jo” debía detenerse y con un “arre”, avanzar; sabía abrirse en las curvas y mantenerse alejado del zaguero cuando la carga casi le pisaba los talones colina abajo.
—Perros buenísimos estos tres —le dijo François a Perrault—. Ese Buck jala como un demonio. Aprendió rapidísimo.
En la tarde, Perrault, que estaba apurado por ponerse en camino con el correo, regresó con dos perros más. Se llamaban Billee y Joe, eran hermanos y huskies puros. Aunque eran hijos de la misma madre, eran tan diferentes como el día y la noche. Billee era excesivamente bonachón, mientras que Joe era todo lo opuesto: amargado, retraído, gruñón y con una mirada maliciosa. Buck los recibió de buena gana, Dave los ignoró y Spitz provocó primero al uno y luego al otro. Billee meneó la cola amistosamente, salió corriendo cuando vio que su gesto había sido rechazado y lloró —todavía amistosamente— cuando los afilados dientes de Spitz se hundieron en uno de sus costados. Sin embargo, con Joe fue diferente. Sin importar cuántas vueltas diera Spitz, Joe