Glitter Season. Victory Storm

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Glitter Season - Victory Storm

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¿Por qué?”, había preguntado Emma tratando de ocultar el nudo en la garganta.

      “ El próximo año cumplo dieciséis años y el abuelo Giulio quiere que vaya a hacer una práctica en la sede de Seattle durante todo el verano.”

       Emma se había puesto a llorar desesperada y se había calmado sólo después de que Aiden le había prometido que no hubiera faltado a su cumpleaños número trece.

       Pero, sólo un par de meses después sucedió una violenta pelea entre Cesare y Giulio, con la consiguiente separación de las dos ramas de la familia.

       Cuando Emma intentó pedir a su abuelo que invitara a Aiden a su cumpleaños, él se había enojado muchísimo y había amenazado con castigarla, si hubiera osado pronunciar de nuevo ese nombre que ni siquiera era italiano.

       Habían pasado doce años desde entonces.

       Doce años de cumpleaños que se habían vuelto más oficiales y formales.

       Doce años durante los cuales había visto a Aiden sólo unas pocas veces en algún evento organizado por alguna otra persona que más tarde habría conocido la ira de Cesare y Giulio Marconi.

       Doce años anclada al brazo del abuelo que la mantenía siempre cerca suyo, listo para mantener a distancia a los “Marconi con la M minúscula”, como decía él, y a protegerla de cualquier pretendiente o enamorado que hubiera tenido el coraje de acercarse a la que consideraba más que una hija, sino un verdadero pedazo de su corazón.

       Tímida e insegura como era, Emma nunca había tenido la necesidad de liberarse de ese control morboso y asfixiante o de ir en contra de los deseos del abuelo y, si eso por un lado le imponía muchas limitaciones sobre todo en el campo amoroso, por el otro la hacía la Marconi más libre de la familia.

       A diferencia de todos sus parientes, ella había podido permanecer fuera de las cuestiones empresarias, ya que era mujer y no tenía un interés particular por los negocios, como le recordaba a veces el abuelo.

      “ Con esa carita tan dulce e inocente serías la presa favorita de todos los tiburones de Portland… No, Emma, tu sólo tienes que pensar en terminar tus estudios y buscarte un buen marido que pueda cuidar de ti”, le decía a menudo el abuelo. Lástima que no hubiera sido fácil terminar los estudios de arquitectura y mucho menos especializarse en diseño interior, ya que Cesare odiaba a los arquitectos tanto como a los dentistas y le parecían sólo inútiles, a diferencia de los geómetras y de los ingenieros. Además, no entendía qué sentido tenía estudiar tres años para aprender a decorar un ambiente. “¡Todos decoran su casa y nadie tiene esa especialización absurda que sólo los arquitectos podían inventarse! ¡Qué cosa inútil!”.

       Por no hablar de la búsqueda de marido. El extenso examen y el interrogatorio al que se sometía a cada pretendiente de la nieta no permitía a nadie llegar a la tercera cita. ¡Ninguno estaba a la altura! Uno era demasiado snob, uno tenía padres divorciados, uno no era católico, uno no tenía raíces italianas, uno había dejado el colegio, uno le había respondido mal… y así hasta el infinito.

       Emma había intentado ver a algunos muchachos a escondidas sobre todo en el colegio, pero su abuelo tenía ojos y orejas por todas partes.

      “ Lo hago por tu bien. Un día me agradecerás, hija mía”, le respondía siempre cuando Emma daba muestras de sufrimiento.

       Sin embargo, su abuelo siempre había sabido ganarse su afecto con una cuenta en el banco ilimitada, que siempre le había permitido comprar todas las casas que quería y decorarlas, o irse a vivir sola. Alcanzaba con que no dijera que se había graduado como arquitecta (estudio que él no había aprobado jamás) y que prometiera mantenerse alejada de los trepadores sociales y de la vida mundana.

       Y Emma había aceptado. Por lo demás, no tenía necesidad de trabajar y había abierto un blog de arquitectura bajo un nombre falso, donde daba consejos sobre cómo reestructurar y decorar casas. No era un blog con muchos seguidores, pero había logrado abrirse camino en el laberinto virtual de la web.

       Mientras tanto, también había comenzado a escribir algunos cuentos (siempre bajo un seudónimo), a frecuentar algún club del libro y a participar en el grupo del blog Sueños de Papel de Rachel Moses y de otras apasionadas de libros que intercambiaban consejos e información para ayudar a escritores novatos a tener visibilidad y a mejorar sus obras.

       Claro, no tenía amigos y no salía con nadie además de sus primos y alguna vieja compañera del colegio, pero ahora las cosas estaban cambiando.

       El encuentro con Abigail Camberg y Rachel Moses le había cambiado la vida y ahora tenía alguien con quien poder hablar abiertamente de sus pasiones y de sus sueños.

      “ Emma, hija mía”, la recibió el abuelo apenas vio a la nieta entrar por la puerta de la oficina.

      “ ¡Abuelo!”, exclamó feliz como una niña corriendo a abrazar a ese viejo hosco que siempre la había amado como ningún otro.

      “ ¿Cómo estás?”

      “ Bien. ¿Y tú?”

      “ He tenido mejores momentos”, murmuró el hombre sentándose en su silla presidencial detrás del escritorio e invitando a Emma a sentarse frente a él.

      “ Mala señal”, pensó de inmediato Emma en alerta. Cuando iba a ver a su abuelo, él siempre la hacía acomodar en el saloncito, donde generalmente había siempre un té o un café con dulces que la esperaban.

       Pocas veces su abuelo la había hecho sentar delante a su trono y todas las veces había sido para regañarla, como esa vez que había descubierto que se veía a escondidas con un tal Clark que Cesare había definido como un “idiota holgazán de un republicano”, o cuando peleaban porque Emma había decidido asistir a los cursos de arquitectura y no de economía como se esperaba, o cuando le había comunicado que se iba a vivir sola a un altillo, o la única vez que había ido a una fiesta donde se había emborrachado con un solo whisky.

      “ Lo lamento mucho, abuelo, que estés pasando un mal periodo. He hablado con Sally, la esposa de Salvatore, la semana pasada, y me dijo que el banco te rechazó el último préstamo”, respondió Emma, intentando distraerlo hablando de la Marconi Construcciones. Cosa que normalmente funcionaba.

      “ Si, mi querida. Los tiempos dorados terminaron y esta crisis nos está cortando las piernas. De todas formas, tenemos pérdidas desde hace demasiado tiempo… ya llevamos cinco años que continuamos con este descenso al infierno y yo empiezo a no ver el final del túnel. No me sorprende que Giulio haya tenido un infarto. Después de tantos años trabajando duro para lograr algo de lo que estar orgulloso, ahora verse destruido por los bancos, con el consejo de administración que quiere vender las acciones a cualquiera que se divierta desarmando las empresas… Yo… yo…”, se enojó Cesare, pero después el cansancio y la fatiga respiratoria le fueron quitando las palabras.

      “ Te lo ruego, tranquilízate”, se asustó de inmediato Emma yendo hacia él y tomándole la mano. Su abuelo tenía setenta y ocho años y, si el corazón le funcionaba bien, no se podía decir lo mismo de los pulmones después de haber pasado años fumando como una chimenea. Los doctores le habían quitado los cigarrillos y la pipa desde hacía tres años, pero él seguía sufriendo de espasmos respiratorios por el estrés.

      “ Tendrías que ceder el puesto a uno de nosotros y retirarte, papá”, le había dicho su segundo hijo Samuele en una cena familiar,

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