López Obrador: el poder del discurso populista. Luis Antonio Espino
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Dos décadas después, el pensamiento de AMLO seguía añorando ese “pasado glorioso” del siglo xx. Al tomar posesión como presidente de la República, así lo relataba:
Luego de la etapa violenta de la Revolución, desde los años treinta, hasta los setenta del siglo pasado, la economía de México creció a una tasa promedio anual del 5%. De 1958 a 1970, cuando fue ministro de Hacienda Antonio Ortiz Mena, la economía del país no solo creció al 6 por ciento anual sino que este avance se obtuvo sin inflación y sin incremento de la deuda pública. […] Posteriormente hubo dos gobiernos, de 1970 a 1982, en que la economía también creció a una tasa del 6 por ciento anual, pero con graves desequilibrios macroeconómicos, es decir, con inflación y endeudamiento.2
El relato del pasado glorioso viene acompañado de un mito firmemente arraigado en la psique del mexicano: nuestro país es inmensamente rico en recursos naturales, un cuerno de la abundancia tal que, en realidad, solo necesita un gobierno honesto para que todos podamos, sin esfuerzo, disfrutar de esa riqueza. Decía AMLO en 2012:
En México la falta de justicia debe avergonzarnos más porque no existe ninguna razón natural o geográfica que la justifique. Nuestro país, a pesar de que lo han saqueado por siglos, todavía es de los que poseen más recursos naturales en el mundo. En todo su territorio hay riquezas: en el norte, minas de oro, plata y cobre; en el sur, agua, gas y petróleo.3
2. Entonces, llegó a ese país un villano inefable: el neoliberalismo y sus promotores, la “mafia del poder”/los “neoliberales”/los “conservadores”
Los años ochenta marcan el advenimiento del villano del relato, ese grupo inmoral que vino a cambiar trágicamente el destino de la patria, al despojarla de su inmensa riqueza. Esto decía AMLO en el 2000:
A partir de 1980 comenzó una aciaga época. Se desvaneció el optimismo y aparecieron la decepción y la desconfianza. Se multiplicaron, entonces, grandes y graves problemas: corrupción, crisis económica, sobrepoblación, desempleo, pobreza, inseguridad, deterioro del medio ambiente y de los servicios básicos.4
La “aciaga época” inició en los años ochenta con la llegada de una nueva élite que tomó el control del hegemónico Partido Revolucionario Institucional, el PRI, del que López Obrador era militante de toda la vida. Ese grupo, encabezado por tecnócratas con posgrados en el extranjero, como Carlos Salinas de Gortari, desplazó internamente a la antigua élite –los políticos de ideología nacionalista-estatista a los que AMLO admiraba– para imponer una nueva visión del país: el “neoliberalismo”. Desde el momento en el que este se impone como molde del pensamiento de las élites del poder, México cambia para mal. Así hablaba López Obrador en 2018:
El problema se originó a partir de la aplicación del llamado modelo neoliberal […]. En forma paralela a esta infame política económica, la corrupción campea con toda impunidad en la administración pública. Nunca antes se había padecido de tanta corrupción como ahora, nunca en la historia de México desde la época de la Colonia, se había padecido de tanta corrupción. Podrán acusarme de exagerado o extremista, pero la descomunal deshonestidad del periodo neoliberal, de 1983 a la fecha, supera por mucho lo antes visto y no tiene precedente.5
¿Qué llevó a los “neoliberales” a cometer semejante despropósito si, según AMLO, las cosas iban tan bien en México? Su falta de moralidad. Porque no se trata de un grupo que actúa de buena fe, pero que se ha equivocado de ideología, o cuyas recetas para lograr el desarrollo no resultaron efectivas y deben ser sustituidas por otras. En el discurso de López Obrador lo más importante no es discutir ideas, sino las características de las personas, y los “neoliberales” son personas moralmente inferiores, gente despreciable y de mala entraña que se apoderó del PRI y, posteriormente, del Partido Acción Nacional, el PAN. Así enlistaba AMLO hace quince años los pecados de los neoliberales en su apasionado discurso contra el proceso de desafuero al que fue sometido en 2005:
Son los que en verdad dominan, mandan en las cúpulas del PRI y del PAN. Son los que mantienen a toda costa una política antipopular y entreguista. Son los que ambicionan las privatizaciones del petróleo y de la industria eléctrica. Son los que utilizan al Estado para defender intereses particulares.
Son los que, al mismo tiempo, consideran al Estado una carga y quieren desvanecerlo en todo lo tocante a la promoción del bienestar de los pobres y de los desposeídos. Son los que manejan el truco de llamar ‘populismo’ o ‘paternalismo’ a lo poco que se destina en beneficio de las mayorías, pero nombran ‘fomento’ o ‘rescate’ a lo demasiado que se le entrega a minorías rapaces.
Son los partidarios de privatizar las ganancias y de socializar las pérdidas. Son los que han triplicado en veinte años la deuda pública de México. Son los que defienden la política económica imperante, no obstante su serie de fracasos, que dan como resultado el cero crecimiento y el aumento constante del desempleo.
Son los que quieren cobrar IVA a los medicamentos y a los alimentos, pero exentan de impuestos a sus amigos y protectores. Son los que han socavado la calidad de vida de las clases medias. Son los que han convertido al país en un océano de desigualdades, con más diferencias económicas y sociales que cuando Morelos proclamó que debía moderarse la indigencia y la opulencia.
Son los que han arruinado la actividad productiva del país y han obligado a millones de mexicanos a dejar sus hogares y sus familias para emigrar a Estados Unidos, arriesgándolo todo en busca de lo que mitigue su hambre y su pobreza.
Son los que quieren perpetuar la corrupción, el influyentismo y la impunidad, que son sus señas de identidad. […]
Pero no hay mal que por bien no venga; hacía falta conocer a fondo a los santurrones, a los intolerantes, a los que hipócritamente hablaban de buenas conciencias y del bien común. Hacía falta que esas personas se exhibieran sin tapujos, con toda su torpeza, frivolidad, desparpajo, codicia y mala fe para saber con claridad a qué atenernos.6
En el relato, el expresidente Carlos Salinas cumple el rol de archivillano. Sus sucesores en la presidencia han sido meros ejecutores de las mismas decisiones nefastas que llevaron a la consolidación de una élite empresarial corrupta y maligna que domina las instituciones del Estado, a las organizaciones de la sociedad civil y a los medios de comunicación:
La política salinista se siguió aplicando durante los gobiernos de Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, y el ‘grupo compacto’ creado por Salinas no solo continuó acumulando riquezas, sino que también fue concentrando poder político hasta situarse por encima de las instituciones constitucionales. En los hechos, los integrantes de ese grupo eran quienes verdaderamente mandaban en la Cámara de Diputados y en el Senado, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Instituto Federal Electoral, en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación […] y en el gobierno en su conjunto, así como en los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, en la mayoría de las agrupaciones de la llamada ‘sociedad civil’ y en las organizaciones supuestamente no gubernamentales. Además, ejercieron una influencia determinante, si no es que el control parcial o total, en la mayoría de los medios de comunicación.7
A lo largo de los años, el grupo de villanos descrito por AMLO ha recibido diversos nombres además de “neoliberales”: “mafia del poder”, “minoría rapaz”, “machuchones” y, más recientemente, “conservadores” y “fifís”. Las palabas cambian, pero el papel del villano del relato es el mismo: impedir que un heroico AMLO logre su misión de redimir a México para que el “pueblo” alcance su destino de abundancia sin esfuerzo.
3. El héroe: el binomio AMLO-“pueblo”
El héroe del relato de AMLO es el binomio que él forma junto con el