López Obrador: el poder del discurso populista. Luis Antonio Espino

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López Obrador: el poder del discurso populista - Luis Antonio Espino

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políticos voltearon a ver a la academia preguntando: ¿por qué tienen tanto poder los discursos demagógicos de los líderes populistas? Una de las especialistas que ha arrojado más luz al respecto es Patricia Roberts-Miller, profesora de retórica de la Universidad de Texas en Austin. Ella define así a la demagogia:

      Así, en un discurso demagógico el mundo se divide en buenos y malos. No hay grises, ni puntos medios. Cualquier problema de la sociedad, cualquier situación política complicada, cualquier decisión colectiva se simplifica a niveles extremos, y se narra como un enfrentamiento entre dos grupos que están en conflicto permanente: el grupo interno, es decir, “nosotros” (que somos buenos, honestos, morales, oprimidos, víctimas) y el grupo exter­no, es decir, “ellos” (que son malos, corruptos, inmorales, opresores, victimarios). La demagogia es polarizante porque habla de dos “polos” extremos en la sociedad y le hace creer a la gente que tiene que elegir uno de ellos, en una especie de guerra entre el bien y el mal.

      El “escape de las responsabilidades de la retórica” al que alude Roberts-Miller significa que los demagogos no se hacen responsables de sus palabras y por eso no se sienten obligados a hablar con veracidad, a argumentar con apego a las reglas de la lógica o a demostrar sus argumentos con base en hechos y datos. Tampoco se sienten obligados a ser consistentes con lo que dicen en el tiempo o a mostrar congruencia entre lo que dicen y hacen, porque, como veremos más adelante, usan las palabras como un instrumento de poder, no como un fin. Por eso pueden decir mentiras escandalosas, verdades a medias o cambiar de opinión de un día para otro sin dar ninguna explicación.

      Para la demagogia, lo más importante no es exponer o demostrar argumentos, sino hablar de la identidad de quien los plantea. Si una persona pertenece al “nosotros” bueno, entonces todo lo que dice es correcto, todas sus afirmaciones son ciertas y todo lo que hace está bien. Si pertenece al “ellos” malvado, entonces todo lo que dice y hace es falso, sus datos son equivocados o manipulados y sus acciones obedecen a sus malas intenciones. Por eso, lo más importante para la demagogia es que la gente entienda quiénes son “ellos”, quiénes somos “nosotros”, qué mal nos hicieron “ellos” a “nosotros” y qué castigo se merecen por ese mal. De ahí que los demagogos inviertan casi todo su tiempo y energía en repetir ese relato, y no en debatir asuntos o ideas.

      Más que hablar de soluciones a los problemas, la demagogia argumenta que “ellos” se merecen un castigo, que puede ir, en una escala muy amplia, desde el desprecio y el rechazo de la sociedad, hasta la restricción de derechos civiles o políticos, la cárcel, el exilio y, en casos extremos, la violencia física o el exterminio. Es por eso que la demagogia necesita revivir permanentemente el dolor de los agravios del pasado, emoción que acumulada en el tiempo se puede transformar en el combustible político de mayor potencia: el odio.

      El discurso demagógico, además, se apoya intensivamente en el uso de falacias retóricas. Las más frecuentes en el discurso de AMLO son:

      1 Ad hominem o ataque a la persona. Se emplea para descalificar un argumento dirigiendo ataques a quien lo plantea, sin que con ello se demuestre la invalidez o falsedad del propio argumento. Esta es la falacia más común en el discurso del presidente López Obrador, como lo demuestra cada vez que es cuestionado y responde con ataques e insultos a críticos y opositores.

      2 Ad verecundiam o apelación al respeto. Es el inverso del ad hominem, y se emplea al decir que, como alguien tiene algún tipo de autoridad, entonces todo lo que hace o dice es válido, veraz y corresponde a la realidad. AMLO usa esta falacia cuando refuta cualquier crítica o señalamiento invocando su propia “autoridad moral”.

      3 Ad populum o apelación al pueblo. Consiste en asegurar que, cuando la mayoría o “el pueblo” está de acuerdo con alguna afirmación, opinión o decisión, entonces esta es correcta y no tiene caso ni siquiera debatirla. El presidente invoca a diario al “pueblo” para justificar sus acciones, como si recibiera permiso para actuar de parte de una entidad omnisapiente, bondadosa e infalible, porque “el pueblo nunca se equivoca”.

      4 Ad baculum o apelación a la fuerza, literalmente “al báculo”, en referencia al bastón de mando de líderes políticos, religiosos o militares. Cuando alguien invoca su posición de poder como prueba suficiente de que dice la verdad. Por ejemplo, cuando el presidente dice que quienes lo cuestionan o critican “dañan la investidura presidencial”.

      5 Tu quoque o “whataboutism” o apelación a la hipocresía. Es una variante del ad hominem que se usa para justificar la conducta del grupo interno diciendo que el grupo externo es peor porque ha hecho o sigue haciendo cosas iguales o peores, y por eso no tiene derecho a criticar. Por ejemplo, cuando el presidente dice que alguien no puede criticarlo porque, según él, no criticó a presidentes anteriores: “callaron como momias cuando…”.

      6 Falsa equivalencia. Se usa para comparar argumentos o acciones que no son comparables. Por ejemplo, cuando AMLO dice que puede atacar a un columnista de un diario porque este lo criticó en un artículo. La equivalencia es falsa, porque el presidente tiene el poder del Estado y al atacar a la prensa coarta la libertad de expresión que ejerce el columnista al criticar al poder.

      7 Falso dilema. Que consiste en argumentar que una situación que exige una decisión solo puede resolverse de dos formas, una de ellas favorable a quien plantea el dilema y la otra polémica, desventajosa o criticable. Por ejemplo, cuando el presidente dice que, ante la pandemia, o se salvaban vidas decretando una cuarentena obligatoria o se salvaba a la economía permitiendo la libre circulación.

      8 Falacia de asociación. Cuando se afirma que una acción de una persona representa a todo un grupo. Por ejemplo, cuando el presidente dice que, dado que él es honesto, entonces todo su gabinete está formado por personas honestas. O al revés, cuando afirma que si alguien está de algún modo relacionado con uno de sus “adversarios”, entonces todo lo que dice o hace esa persona o institución es falso e ilegítimo.

      Como puede verse, la narrativa del presidente cumple cabalmente con todos los requisitos para ser considerada demagó­gica. Veamos cómo opera este relato en la práctica diaria.

      la narrativa demagógica en acción

      1. La crisis de desabasto de gasolina de 2019

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