12+1 Faros para una vida con sentido. Javier Gaspar
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Hasta que un día de verano, volviendo a casa después de una visita comercial en Marbella (a la altura del faro Calaburras), sentí que me faltaba el aliento de vida y paré el coche en el arcén. No encontraba una salida, un camino, estaba completamente perdido y no me quedaban fuerzas. Y entonces me rendí. Bajé del coche, abrí los brazos en cruz y le dije a Dios (aunque podía haber sido simplemente el Universo, el Creador o la Vida, según las creencias de cada cual): “Me rindo, ya no puedo más. Me entrego a ti. Dime qué debo hacer y lo haré”.
Por supuesto, Dios no me respondió ni me dijo lo que tenía que hacer, pero, curiosamente, a partir de aquel momento llegó el alivio. Encontré paz interior, calma. Desde ese día y progresivamente empecé a sentirme mejor, a estabilizarme y a verlo todo claro. Empecé a practicar el desapego, a quitarme relaciones tóxicas, a sanear un montón de cosas y a descubrir que tenía dones y talentos dormidos. Se completó mi metamorfosis kafkiana y nació un nuevo Javier. Un Javier entregado a los demás, entregado a la vida. Y poco a poco encontré de nuevo mi rumbo, mi sentido.
“No encontraba una salida, un camino, estaba completamente perdido y no me quedaban fuerzas.
Y entonces me rendí.”
Aquel episodio de Berlín y lo que vino después fue mi Gran Leñazo, como lo bauticé luego. Fue el tortazo que me dio la vida para obligarme a parar, a mirar en mi interior y encontrar mi esencia, lo que vibra conmigo.
Cuando sucedió tenía 45 años, tres menos que en el momento de escribir estas líneas. Mi vida era, aparentemente, maravillosa. ¿Por qué me pasó justo en aquel momento? Yo lo veo como un despertar a la conciencia. Estaba resistiéndome a mi proceso espiritual hasta que aquel día, en el Museo Judío, en aquellos pasillos que transmitían de forma misteriosa el horror del Holocausto, se me expandió el corazón. Mi mente, sin embargo, no estaba preparada para conectarse con esa emoción tan fuerte, así que me sentí superado, desbordado, literalmente perdido.
Sin embargo, aquella catarsis fue en realidad el inicio de una maravillosa transformación, el nacimiento a una nueva vida, mucho más plena y auténtica. Ahora siento que soy totalmente yo y estoy totalmente en mi camino. Antes tenía una vida aparentemente buena, pero no me sentía satisfecho. Notaba un vacío interior que al final se hizo tan grande que no pude ignorarlo e implosioné. Y a partir de ahí hice un proceso de introspección, de búsqueda interior. Fue como una prueba de vida, un despertar. Empecé a tomar conciencia de las cosas verdaderamente importantes de la vida, de lo esencial. Y así encontré los faros que me devolvieron el rumbo y dieron un nuevo sentido a mi vida. Ahora ya no siento ansiedad, simplemente fluyo y escucho a mi corazón.
¡Me siento más libre y pleno que nunca!
El hervor de la gamba
¿Sigues aquí? ¡Qué bien! Me encanta tu compañía. Me encanta que me des la oportunidad de aportar un poco de luz a tu vida con mis palabras. No hay nada que me pueda hacer más feliz que ayudar, que ayudarte.
Antes de seguir me gustaría aclararte una cosa. El objetivo de este libro no es hablarte de mí. En realidad, he tenido que hacer un esfuerzo para explicarte mi proceso, pues lo que me gustaría en realidad es tenerte delante y que me explicaras cómo estás. Si lo he hecho es porque me consta que muchas personas se sienten perdidas en algún momento de su vida y necesitan ayuda para encontrar su camino. Y creo, humildemente, que mi proceso de despertar espiritual puede resultar inspirador y útil a esas personas, en especial a las que sienten un gran vacío en su interior como el que yo sentí.
Me gustaría, de alguna forma, ahorrarte sufrimiento. Después del jamacuco de Berlín mi camino hasta hoy no ha sido sencillo. Ha sido un largo y doloroso proceso de crecimiento personal en el que a ratos me he sentido hundido y a menudo perdido. En estos tres últimos años he leído más de cien libros y he visto cientos de conferencias sobre crecimiento personal. Como te comentaba antes, soy un obseso del aprendizaje, de la mejora continua, y seguramente eso me ha ayudado a buscar en otros la ayuda que necesitaba y que ahora te ofrezco a ti.
Quiero aclararte también que no estoy aquí para evangelizarte ni convencerte de nada. Puedes dejar de leer en cualquier momento, faltaría más. Yo simplemente trato de explicarte mi vivencia, de transmitirte un poco de generosidad y de afecto en un mundo que está falto de ambas cosas. No te hablo desde las alturas del gurú, sino desde la honestidad y sencillez de un compañero de viaje, de un amigo.
Toma de este libro lo que creas que puede servirte, no más. No se pueden forzar las cosas, lo sé por experiencia. Tras mi despertar me empeñé en convencer a las personas de mi entorno de que tenían que vivir su propio despertar espiritual. Me sentía como un pescador de almas, como un predicador. Creía, iluso de mí, que era tan fácil como darle a un interruptor. Pero descubrí que no, que sólo se puede ayudar por inspiración, nunca por adoctrinamiento. Y acepté que lo único que puedo hacer es, a través de mi historia y de mi propio ejemplo, irradiar algo de luz para que algún día, cuando alguien me vea radiante, se acerque y me diga: “Oye, estás muy bien, ¿cómo lo haces?”.
Esto es lo trato de hacer desde que aquella tarde de verano, en el camino de vuelta a Benalmádena desde Marbella, sentí que me faltaban las fuerzas, paré el coche en el margen y me rendí. Desde entonces he centrado mi vida en la generosidad. He montado un gastrobar cuyos beneficios van destinados íntegramente a obra social; he creado una galería de arte solidaria; he reorientado mis negocios hacia la responsabilidad social corporativa permanente; he cofundado una asociación de empresarios con corazón en Málaga; y de cara al futuro, además de este libro, me gustaría producir una obra de teatro y una película, y algunas cosas más.
Lo mejor de todo, sin embargo, es que ya no tengo ansiedad. Tengo muchas ganas de hacer todo lo que te acabo de explicar, pero sin expectativas ni necesidad de aplauso. Todo surge natural, desde la buena intención, el cariño y el amor. Siento una enorme paz interior y un equilibrio que, dentro de mi carácter intenso y apasionado, me permite afrontar las vicisitudes de la vida con calma, estabilidad y armonía.
¿Hace falta una catarsis como la que viví en Berlín y durante los meses posteriores para alcanzar este estado y vivir en plenitud? Me gustaría pensar que no, por eso escribo este libro, para que no tengas que llegar a ese extremo, para que encuentres antes tu esencia y si en algún momento te despistas puedas retomar tu rumbo rápidamente y sin sufrir.
En realidad todo es muy sencillo: basta con vivir dando las gracias cada día, dando amor y recibiendo amor. El caso es que nos perdemos, nos despistamos, nos desorientamos. Hay tantos estímulos ahí fuera que acaban por arrastrarnos y llevarse nuestra energía, mental, física y espiritual. Entonces nos olvidamos de nuestra esencia y nos convertimos en unos neuróticos, cada uno con su paranoia buscando encajar en un mundo de egoísmo. Pero nunca vas a poder encajar en un mundo de egoísmo porque tú estás hecho/a de amor incondicional.
No nos damos cuenta porque sucede poco a poco: vamos acumulando basura mental y al final perdemos la claridad y el norte. La vida, que es la gran maestra, nos va poniendo pruebas y nos va enviando mensajes para que volvamos a nuestra esencia, pero somos unos aprendices torpes y, como estamos inmersos en el ruido mental, no la escuchamos. Es como el colesterol: va entrando poquito a poco y al final no hay vena.
El problema es que vivimos distraídos, en la entropía, en el limbo. La mayor parte de las personas se pasan la vida quejándose y deseando, deseando y quejándose. ¿Pero en realidad necesitan algo? ¿Acaso no tienen la tierra y sus cuatro elementos, un cuerpo y sus cinco sentidos, el sentido común y el libre albedrío? ¿Qué les falta? Te lo diré con humor malagueño: