La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La isla del tesoro - Robert Louis Stevenson страница 12
—Pase Vd., Sr. Dance, dijo entonces, en un tono benévolo y amable.
—Buenas noches, Dance, dijo á su vez el Doctor con una inclinación de cabeza. Y buenas noches, tú también, amigo Jim, ¿qué buenos vientos traen á Vds. por acá?
El Inspector quedóse de pie, derecho y tieso como un veterano, y contó lo acaecido como un estudiante que recita su lección. Era de verse cómo aquellos dos caballeros se acercaban insensiblemente, y qué miradas se dirijían el uno al otro, embargándoles la sorpresa de tal modo que hasta se olvidaron por completo de fumar sus puros. Cuando se les refirió cómo mi madre había vuelto sola conmigo á la posada, el Doctor se dió una buena palmada en el muslo y el Caballero Trelawney exclamó:
—¡Bravo, bravo! y en su entusiasmo arrojó su excelente puro á la chimenea. Mucho antes de que lo hiciera se había ya puesto de pie, y medía á pasos agitados la habitación, en tanto que el Doctor, como si esto le ayudara á oir mejor, se había arrancado la empolvada peluca y se nos exhibía allí, haciendo una figura extrañísima, con su propio pelo negro, cortado á peine, como se dice en términos de barbería.
Al fin el Inspector Dance concluyó su narración.
—Sr. Dance, dijo el Caballero, es Vd. un hombre de muy noble corazón. En cuanto al hecho de haber atropellado á aquel perverso lo considero, señor mío, como un acto meritorio, tal como el pisar sobre una alimaña venenosa. Y por lo que hace á este buen mozalbete Hawkins, él ha sido “triunfos” en este juego. Vamos, chicuelo, ¿quieres hacer el favor de tirar el cordón de esa campanilla? Es preciso que obsequiemos al Sr. Inspector con un buen vaso de cerveza.
—Por lo visto, Jim, ¿tú crées tener en tu poder lo que esos malvados buscaban? interrogó el Doctor.
—Aquí lo tiene Vd., dije alargándole el paquete envuelto en tela impermeable.
El Doctor lo tomó y le dió vueltas y más vueltas, como si sus dedos danzaran con la impaciencia nerviosa de abrir aquello; pero en vez de hacerlo así, depositó el paquete tranquilamente en su bolsillo.
—Caballero Trelawney, dijo, así que el Sr. Dance haya tomado su cerveza, tiene, por fuerza, que salir de nuevo al servicio de Su Magestad; pero en cuanto á Jim, me propongo hacerlo que se quede esta noche á dormir en mi casa, así es que con su permiso, propondría yo que le mandáramos dar una buena tajada de pastel frío para que cene.
—Como Vd. quiera, Livesey, dijo el Caballero, Hawkins se ha hecho acreedor á algo mucho mejor que un pastel frío.
Dicho esto, me trajeron y colocaron en una mesita lateral un grande y apetitoso pastel de pichón, con el cual me despaché concienzudamente y muy á mi sabor, porque la verdad es que tenía yo tanta hambre como un halcón. En el interín, el Sr. Dance recibía nuevos cumplidos, tomaba su cerveza y concluía, al fin, por despedirse.
—Y ahora Caballero, dijo el Doctor...
—Y ahora, Livesey, exclamó el Caballero en el mismo tono.
Cada cosa á su tiempo, como lo reza un adagio, dijo el Doctor riendo; ¿Vd. ha oído hablar de ese Flint, á lo que creo?
—¡Oído hablar de él! exclamó el Caballero, oído hablar de él! Pues si ha sido el más sanguinario filibustero que jamás ha cruzado el océano. Barba-roja era un niño de pecho junto á él. Los españoles le tenían un miedo tan horrible que, debo decirlo con franqueza, me sentía yo orgulloso de que Flint fuese un inglés. Yo he visto, con mis propios ojos, las gavias de su navío, á la altura de la Trinidad, y el gallinazo hijo de borrachín con quien yo me había embarcado, hizo proa atrás, refugiándose á toda prisa en Puerto-España.
—Está bien, dijo el Doctor, también yo he oído hablar de él en Inglaterra; pero la cuestión es esta, ¿tenía dinero?
—¡Dinero! exclamó el Caballero Trelawney, ¡ha oído Vd. cosa! ¿pues qué es lo que esos villanos buscaban sino dinero? ¿qué les importa á ellos nada que no sea dinero? ¿y por qué otra cosa arriesgarían sus viles pellejos que no fuese por dinero?
LOS PAPELES DEL CAPITÁN. “Tanto el Caballero como yo estábamos ya observando...”
—Eso lo veremos pronto, replicó el Doctor; pero Vd. está tan extraordinariamente excitado y declamador que no acierto á sacar en limpio nada de lo que deseo. Lo que yo quiero saber es esto: suponiendo que tengo yo en mi bolsa, aquí, la llave para descubrir el punto en que Flint ha sepultado su tesoro, ¿el tal tesoro será algo que valga la pena?
—¡Que valga la pena! ¡Por San Jorge! Valdrá nada menos que esto: si tenemos esa clave que Vd. sospecha, yo fletaré un buque en Brístol y llevaré conmigo á Vd. y á Hawkins, y crea que desenterraré el tal tesoro aunque deba buscar un año entero.
—Muy bien; ahora pues, si Jim consiente, abriremos este paquete, dijo el Doctor poniéndolo sobre la mesa.
El lío estaba cosido, así fué que el Doctor tuvo que sacar de su estuche unas tijeras y cortar las hebras que lo aseguraban. Dos cosas aparecieron: un cuaderno y un papel sellado.
—Primero examinaremos el cuaderno, sugirió el Doctor.
—Tanto el Caballero como yo estábamos ya observando por encima de su hombro cuando él lo abrió, pues por lo que hace á mí ya el mismo Doctor me había antes invitado á que me acercase sin ceremonias, dejando la mesa donde había cenado, para participar en el placer de la curiosa investigación. En la primera página no había más que algunos rasgos de manuscrito, como los que un hombre, con una pluma en la mano, puede hacer por vía de práctica ó de entretenimiento. Una de las frases escritas era la misma que el Capitán llevaba en los dibujos indelebles de su brazo “Caprichos de Billy Bones.” Luego se leía esto: “Maese W. Bones, piloto,” “No más rom,” y “Cerca de Punta de Palma lo hubo” y algunos otros motes y palabras sueltas, en su mayor parte ininteligibles. No pude prescindir de que se excitara mi curiosidad pensando quién sería el que lo hubo y qué fué lo que hubo. Lo mismo podía tratarse de una buena estocada en la espalda que de otra cosa cualquiera.
—No sacaremos de aquí gran cosa en limpio, dijo el Doctor volviendo la hoja.
Las diez ó doce páginas siguientes estaban llenas con una curiosa serie de entradas. En la extremidad de cada una de las líneas se veía una fecha, y en la otra una suma de dinero, como en los libros de cuentas comunes y corrientes; pero en vez de palabras explicativas, sólo se encontraba un número variable de cruces entre una y otra. En la fecha marcada 12 de Junio de 1745, por ejemplo, se veía claramente que la cantidad de setenta libras esterlinas se debía á alguno, y no se veían sino seis cruces para explicar la causa ú origen de la deuda. En algunos lugares, para mayor seguridad, se añadía el nombre de algún lugar como “Á la altura de Caracas,” ó bien una mera cita geográfica de latitud y longitud como, 53° 17´ 20” y 19° 2´ 40”.
Aquel memorándum