La isla del tesoro. Robert Louis Stevenson
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—Pues la cosa es clara como la luz del medio día, exclamó el Caballero: este es el libro de cuentas del malvado sabueso. Esas cruces ocupan allí el lugar de los nombres de buques y aldeas que él echó á pique ó entró á saqueo. Las sumas no son más que la parte que en cada hazaña de esas tocó á nuestro escorpión, y en donde tenía algún error ya ve Vd. que cuidaba de añadir algo que aclarara como “Á la altura de Caracas” ya puede Vd. colegir por esta inscripción que algún desdichado buque fué tomado al abordaje á la altura de las costas mencionadas. ¡Dios haya recibido en su seno á las pobres almas que tripulaban esa barca, tiempo hace ya!
—Es verdad dijo el Doctor. Vea Vd. de lo que sirve ser uno viajero; es verdad. Y el monto aumenta á medida que él asciende en categoría.
Muy poco más había en el libro, excepto determinaciones geográficas de algunos lugares anotados en las hojas en blanco hacia el fin del cuaderno, y una tabla para la reducción de monedas francesas, inglesas y españolas á un valor común.
—¡Hombre arreglado! exclamó el Doctor; no era á él á quien podían hacérsele trampas, de seguro.
—Ahora, prosiguió el Caballero, veamos esto otro.
El papel cuyo exámen seguía, estaba sellado en diversos puntos, habiéndose usado un dedal por vía de sello, tal vez el mismo que había yo encontrado en la bolsa del Capitán. El Doctor abrió los sellos con gran cuidado y apareció entonces el mapa de una isla, con su latitud, longitud, sondas, nombres de montañas, bahías, caletas, abras, y todos los pormenores necesarios para poder llevar un buque á anclar á salvo en sus costas. Parecía como de unas nueve millas de largo y cinco de ancho, teniendo la figura de una especie de dragón en pie, y presentaba dos magníficos fondeaderos, perfectamente cerrados y una eminencia en la parte central marcada con el nombre de “El Vigía.” Veíanse algunas adiciones hechas en fecha más reciente, pero lo que más saltaba á la vista eran tres cruces marcadas con tinta roja, dos en la parte norte de la isla y una al sudoeste, y además, escrito con la misma tinta encarnada en caracteres muy claros y elegantes, bien distintos de la tosca escritura del Capitán, estas tres significativas palabras “Aquí el tesoro.”
Por detrás, la misma mano había trazado estas explicaciones complementarias.
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