Humanos. Natalia López Moratalla

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humano y el organismo animal que el nivel biológico de cada persona queda diluido; con una distancia así el cuerpo humano resulta inexplicable. Por otra, la vía de señalar tal similitud con el organismo animal que todo lo humano se reduce simplemente a un efecto causado por un cerebro muy evolucionado; esta reducción deja sin explicación posible su psiquismo.

      Los dos caminos resultan insuficientes para dar cuenta cabal del cuerpo humano personal, con una clara relación íntima e intrínseca en los binomios “cuerpo-alma” y “cerebro-mente”.

      Las dos perspectivas han contribuido a crear en la cultura actual un campo abonado para la separación de la persona de su cuerpo, tanto desde el punto de vista intelectual, como también en los intentos de llevar a la práctica esa separación mediante técnicas de intervención y manipulación del cuerpo y cerebro del hombre.

      Esta disociación de la persona de su cuerpo tiene una enorme influencia en el terreno de la transmisión de la vida humana. La práctica de la biotecnología de la contracepción, de la reproducción humana artificial y los tratamientos transhormonales permite, de hecho, llevar a cabo separaciones materiales. La ideología que trata de reinventar al hombre —la del Hombre Autónomo, que no debe a nadie su existencia— requiere disociar su ser biológico de su ser humano necesariamente personal con una triple separación:

      1 Separación de su origen mediante una transmisión de la vida en la que no es engendrado por los cuerpos personales de uno y una, haciendo tambalear su identidad biológica.

      2 Separarle de su propio cuerpo mediante el dominio de quien es seleccionado para venir al mundo y para transmitir la vida y

      3 separarle del propio cuerpo sexuado, pretendiendo que la sexualidad sea una opción y no una condición personal, con pérdida, por tanto, de la identidad sexual.

      No entraremos en las motivaciones de esas tecnologías, las justificaciones o las críticas éticas de su aplicación en los hombres. Escribo este libro con la sola intención de mostrar lo bien hechos que estamos. Lo hago desde la pasión por la ciencia que nunca he disimulado. Tan bien hechos estamos que separarnos de nuestro cuerpo es, en mayor o menor medida, borrar las señales del camino que conduce a la felicidad. Y, como consecuencia, también hace peligrar la supervivencia del humanismo que ha sido la bandera de la cultura occidental.

      El plus de realidad de cada hombre

      Tanto la biología humana como la neurobiología dan razón de la intrínseca fusión en cada hombre del nivel biológico, con sus leyes propias, y el nivel del espíritu, que se manifiesta en la liberación el encierro en los automatismos de los procesos biológicos y de la vida exclusivamente en presente; encierros propios del automatismo de la vida animal. La fusión intrínseca de los dos niveles, desde la constitución misma de cada uno, permite la apertura hacia dentro de sí mismo y hacia los demás. Fusión que da lugar a un plus de realidad de cada hombre, que permite, en definitiva, poder amar a los otros como a uno mismo.

      Con frecuencia, cuando se habla de dos niveles —biológico y espiritual— o de tres —animal, psíquico y espiritual—, se tiende a imaginar estratos uno sobre otro, o grados inferior, medio y superior, con sus límites y fronteras. De forma que, con frecuencia, se hacen preguntas mal planteadas como a qué nivel corresponde el sentimiento o dónde está la inteligencia, etcétera.

      La dinámica de la vida —dinámica epigenética— resolvió, hace décadas, la debatida cuestión de las “junturas del alma y el cuerpo”. Todo organismo animal recibe de sus progenitores una información genética que le constituye: la secuencia de los peldaños de la doble hebra del ADN de aquellos fragmentos, los genes, que son las unidades de información. El ADN de cada cromosoma es una doble hebra de un larguísimo polímero formado por cuatro bases —adenina, timina, citosina y guanina— colocadas en orden preciso a lo largo de cada una de las dos hebras y complementarias entre sí: adenina-timina y citosina-guanina. La secuencia, u orden de colocación, contiene información genética: “dice” que proteína se forma siguiendo ese patrón.

      Sin embargo, el soporte material de la información genética, el polímero ADN, cambia de estructura constantemente —manteniendo logicamente la secuencia— a lo largo de la vida del individuo, y con ello, a su vez el estado del viviente desde cigoto, a embrión, nacido, maduro o anciano. Este cambio con el paso del tiempo, en interacción con el medio —cambiante a su vez—, amplía por retroalimentación la información, dando lugar a lo que conocemos como información epigenética.

      Esta información permite que los mensajes de los genes se expresen de forma ordenada en el tiempo —información temporal—, y de manera diferente en los diversos órganos y sistemas del organismo —información espacial—. Lógicamente, no es el mismo mensaje el que dicta cómo se construye el ojo, que el mensaje que dicta que se construya el hígado.

      El aumento de la información con el proceso mismo es causa eficiente del paso de lo simple a lo complejo, a lo largo del tiempo. Eficiencia que se manifiesta en la aparición de propiedades y funciones que no poseía en etapas anteriores. Las propiedades “no están” en el material de partida, ya sean genes, neuronas o estados mentales.

      Esa regulación ordenada de la expresión de los genes, en el espacio del organismo y a lo largo del tiempo es el programa genético: una ordenada sucesión de los mensajes que “dictan” los genes. Lo que se puede denominar también principio vital de ese organismo concreto y, que clásicamente, se denominó “alma vegetativa” o “alma sensitiva”.

      De esta forma, la lógica de la vida, del cerebro y de la mente, supera cualquier mecanicismo causa-efecto

      En los seres humanos nos encontramos con un nuevo nivel de información: la información relacional, propia de cada uno y que le permite abrirse hacia él mismo, intimidad, hacia los demás, relaciones interpersonales, y hacia el mundo en el que ocupa un puesto específico. Los dos niveles del ser humano están intrínsecamente fundidos, porque integra en la unidad viviente las diferentes informaciones: aquellas genéticas de las que parte para construirse y aquellas otras que le vienen por el proceso de su desarrollo, con las informaciones que proceden de su relación con los demás.

      Esta información, que potencia la información genética recibida de sus progenitores, no surge del proceso como lo hace la epigenética, ni es un añadido (Figura 1.1).

      Fig. 1.1. Emergencia, a lo largo del proceso de autoconstrucción, de propiedades que no poseen las organizaciones del sistema en las etapas anteriores

      El principio vital de cada hombre está potenciado en su misma constitución por la libertad imprescindible y necesaria para poseer intimidad, habitar el mundo y vivir en relación con los demás.

      De forma que el cuerpo humano no es nunca un organismo animal, sino que manifiesta siempre a su Titular. O dicho de otro modo, el cuerpo humano manifiesta un plus de realidad, como capacidad de aflojar el tipo de ataduras que encierran al animal en los ciclos biológicos de la especialización. Ese plus es liberación del encierro en los automatismos y del estar en un exclusivo presente: es libertad.

      El mensaje genético en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia los fines propios personales. Esa dimensión corporal, abierta y relacional, que es precisamente el elemento constitutivo de la personalidad humana, es signo de la presencia de la persona, pero no su causa.

      Los nudos gordianos y los semáforos

      Siempre he visto el mundo vivo con

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