Humanos. Natalia López Moratalla

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con ello, de caminar con las dos piernas, la bipedalidad. Estar de pie y tener que sujetar la musculatura de la verticalidad, exige que la cadera adquiera una forma adecuada para la sujeción de los músculos glúteos. Esto conlleva, que el canal del parto en la pelvis femenina sea estrecho, lo que exige un parto prematuro.La criatura humana nace por eso siempre de un parto prematuro, sin acabar, y necesitada por tanto de un “acabado” en la familia.

      2 Andar con las piernas conlleva que las manos queden libres. La posición de brazos y piernas y la estructura de nuestras manos y pies nos liberan de la necesaria adaptación a la vida en los árboles, al mismo tiempo que nos permiten correr y transportar objetos mientras andamos o corremos. Nuestra mano está liberada de las funciones motoras; es muy corta y tiene un largo dedo pulgar, gracias a lo cual podemos hacer pinza de precisión, yema del índice con yema del pulgar, y por tanto sujetar y manipular materiales. Correlativamente, el cerebro ha de ser el adecuado para los finos y precisos movimientos de los dedos (Figura 1.3).Fig. 1.3. Estructuras anatómicas de las extremidades de primates no humanos y humanosLa mano humana es así el presupuesto —necesario, aunque no suficiente— para la fabricación de útiles complejos. Desde antiguo se afirmó que somos inteligentes porque tenemos manos. Realmente, la mano es el correlato de la inteligencia; la capacidad de fabricar instrumentos para usos de proyección futura y no solo por estricta necesidad inmediata, sino incluso por expresión artística, concuerda con unas manos que no se gastan en agarrarse a un árbol o en caminar. Tener manos nos libera.

      3 Otro rasgo propio del hombre es el aparato fonador, que permite emitir y modular sonidos: la posición del hueso hioides, que sujeta la musculatura del aparato fonador, otorga la capacidad de articular sonidos. En todos los mamíferos la laringe ocupa una posición más alta que la faringe y se sitúa casi en la salida de la cavidad bucal por lo que pueden ingerir alimentos sin dejar de respirar. La laringe alberga las cuerdas vocales que, al abrirse y cerrarse al paso del aire, produce el sonido base; encima de la faringe queda una cámara de resonancia que modula el tono, permite vocalizar y ayuda al movimiento de la lengua, los labios y el paladar.Las estructuras morfológicas de la voz humana son el correlato de la capacidad de lenguaje, que necesita procesar información cerebral. Para los hombres, poder hablar ha requerido un proceso evolutivo que sincronizara una doble maduración: la del perfeccionamiento del aparato fonador, ya que los símbolos se transforman en sonidos, y una especialización del cerebro, para comprender los códigos. Así pues, las bases neuronales del lenguaje están interconectadas con otros aspectos, como es el control fino de los movimientos de la lengua, los labios, que haga posible emitir voces, cambiar el tono, etcétera.

      Estos son algunos de los muchos aspectos característicos del cuerpo de los hombres. El proceso de hominización, la aparición de tales rasgos en la evolución, pudo ser viable sin la familia y, al mismo tiempo, ese conjunto de rasgos hace al hombre naturalmente familiar.

      El hombre es un viviente no-especializado que humaniza las necesidades biológicas. La conducta humana no solo no es instintiva ni automática, sino que además humaniza las tendencias naturales necesarias para sobrevivir. Por ejemplo, es un gesto humano universal mostrar afecto, acogida y hospitalidad invitando a comer; y también es un gesto humano privarse voluntariamente de la comida, e incluso, hasta hacer huelga de hambre si tiene suficientes razones para jugarse la vida.

      La conducta humana —que “humaniza” las tendencias naturales— requiere un cerebro que integre lo afectivo y lo cognitivo. Y exige a cada persona “humanizar” su cerebro

      El ser humano posee un plus de realidad, a la vez que una significativa pobreza biológica. La conducta del hombre pone de manifiesto, hasta en el nivel más adherido a la biología, el hecho de que no está estrictamente sometido a las condiciones materiales.

      En primer lugar, el hombre no tiene un conjunto fijo de estímulos sino que puede interesarse incluso por cosas que no existen. Y una vez captado el estímulo, puede reaccionar al mismo de diversas formas, no determinadas biológicamente, sino culturales o, a veces, contraculturales, e incluso no reaccionar. El nivel del espíritu afloja un vivir con ligamen al dictado de los genes. La construcción y maduración del cerebro personal no está cerrada, sino abierta a las relaciones interpersonales y a la propia conducta. El cerebro presenta una enorme plasticidad neuronal y, sobre todo, está necesitado —para ser viable y para alcanzar la plenitud humana— de atención y relación con los demás (Figura 1.4).

      Fig. 1.4. El ciclo vital intereses/conducta de cada hombre está abierto “más allá”, de forma que, a lo largo de la historia de la humanidad, tiene por hábitat el mundo humanizado por él.

      Precisamente porque el hombre está liberado del encierro en los automatismos de la especialización animal, es capaz de técnica, educación y cultura, con lo que soluciona los problemas vitales que la biología no le da resueltos y, además, proyecta el futuro. El hombre está hecho para trabajar y porque trabaja no se somete automáticamente a las condiciones materiales del medio ecológico, sino que las transforma.

      Las facultades específicamente humanas —el lenguaje, el conocimiento intelectual, la voluntad, la capacidad de amar, el sentido religioso, etc.— no están ligadas directamente al funcionamiento del órgano cerebral. Lo evidencia el hecho de que están abiertas a desarrollarse y a retroalimentarse mediante hábitos, y no meramente con el paso del tiempo, o del desarrollo orgánico. Estas facultades son los instrumentos naturales, a través de los cuales cada uno manifiesta algo de sí mismo: facultades para la manifestación personal.

      El cuerpo humano tiene un lenguaje que manifiesta a la persona, ya que habla acerca de una realidad que no se agota en la descripción de los procesos fisiológicos, sino que remiten más allá, remiten a la persona. Lo cual, obviamente, no significa que operen sin el cuerpo o sin un cerebro adecuado. Por el contrario, el cerebro es condición previa.

      Las notas puestas de manifiesto por la biología humana, que describen el carácter de persona —y con ello el fundamento de la dignidad de cada hombre—, no son otorgadas por sus acciones, sino por algo que es previo a estas. No existe una propiedad biológica que explique la apertura libre, intelectual y amorosa de los seres humanos hacia otros seres.

      El hombre está no-especializado, desprogramado por aflojar los nudos gordianos y hecho para trabajar. La biología humana pone, pues, de manifiesto que el actuar humano no es simplemente instintivo o automático, sino libre; y por estar abierto a la relación con los demás, está capacitado para humanizar la necesidad.

      Más realidad sin más genes

      Hasta muy recientemente, creíamos que “ser más” que un chimpancé suponía contar con más genes. A comienzos de este milenio conocíamos los catálogos completos de los genomas y nos asomábamos excitados a ver las diferencias genéticas con nuestros parientes más próximos.

      Y ¡oh sorpresa!: no tenemos más genes sino incluso alguno menos que los chimpancés y casi igual que la mosca del vinagre. Recuerdo a este respecto la indignación de un viejo amigo cuando le conté esto que acababa de aprender: ‹‹Pero bueno, no os basta a los de ciencias decirnos que “venimos del mono” sino que además ¡somos más tontos!››. No, es que no es cuestión solo de genes. En la línea evolutiva hasta al hombre se han perdido genes que reducen la capacidad automática de adaptación al medio y que, llamativamente, son ganancia en posibilidades de manifestación del carácter personal. Veamos algún ejemplo:

      1 Es el caso de “mi gen favorito”, el gen MYH16, que sufrió una mutación hace algo más de 2 millones de años, justo cuando aparece el hombre. Este cambio genético supuso una fibra muscular fina y débil que disminuye la musculatura de la masticación, pero, a cambio, permite al hombre el gesto típicamente humano de la sonrisa. El plus de realidad de cada hombre le permite compensar con el arte culinario

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