Humanos. Natalia López Moratalla

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Humanos - Natalia López Moratalla Fuera de Colección

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Con independencia de que existiera o no una barrera reproductora zoológica con sus antecesores no-humanos, el primer hombre se “prendaría” de la belleza de la primera mujer. Eso nos dice el Génesis. La primera vez que me di cuenta en clase y acuñé espontáneamente el término reconocimiento procreador, un alumno que parecía haberme entendido dijo «¡Acaba de tirarse de la moto!». Sí, realmente me pareció ver por primera vez algo que me resulta evidente.

      Este dato, amigo lector, no es una mera curiosidad. Pudo ser así o de otra forma. Pero esta explicación tiene cierta coherencia. Es un hecho que el mecanismo, que conocemos por ahora, por el que un fragmento del cromosoma X pasa al Y, sin perderse del X, requiere una duplicación del X. Por tanto, el genoma completo humano 44 XXXY.

      Puede explicarse biológicamente, no demostrarse, que Adán y Eva fueran concreados desde ese preciso genoma genérico. Por tener un cromosoma Y sería el Adán genérico, no personal. De ese genoma completo, o naturaleza humana, al separarse 22 XX —Eva persona, “costilla de Adán”— queda 22 XY, Adán persona. Un varón y una mujer que crean la familia humana, como primeros padres.

      Insisto en que no pretendo demostrar nada. Sí afirmar que hay razones para aceptar y enseñar que el origen del hombre del que habla con tanta profundidad el Génesis, nos sugiere mucho más que un mero “mito de Adán y Eva”. El lenguaje del Génesis es simbólico, expresando así la realidad más profunda de lo que describe: la igualdad radical entre varón y mujer, concreados en el tiempo. Dos personas de la misma naturaleza, de los que provienen todos los humanos en los diversos linajes, que, a lo largo de dos millones de años, se han expandido y diversificado en poblaciones en toda la Tierra.

      Obviamente, no pretendo sentar cátedra o decir la última palabra sobre este proceso. El mecanismo pudo ser otro que aún no haya sido descubierto, pero por lo que conocemos hoy, este lo explica y no disponemos de ningún dato que lo ponga en tela de juicio.

      Lo importante es que la biología humana concuerda con la antropología de la persona, para la que el hombre es siempre un ser familiar. De nuevo me surge la convicción de que ¡estamos muy bien hechos!

      El cerebro tiene dos niveles de complejidad: el nivel que depende del estado de las neuronas —que constituye lo que se denomina la reserva cerebral —y el nivel —reserva cognitiva— que depende del estado de las conexiones entre ellas.

      La funcionalidad del cerebro depende de la herencia recibida —y con ella de los componentes de las neuronas y el mayor o menor desarrollo de las áreas cerebrales—, y de los cambios que con la vida sufra el material genético de las neuronas; lo que supone unproceso epigenético, como hemos indicado anteriormente.

      Tras el nacimiento —en el ambiente exterior al seno materno— el cerebro recibe la acción de una gran cantidad de estímulos que permiten el desarrollo de las fibras cuyo conjunto constituye el conectoma. Con la entrada en la adolescencia se alcanza un conectoma más intenso, que se perfila de forma diferente de unos a otros según sus vivencias. Esta estructura madurará y al final de la adolescencia habrá construido la configuración propia de cada uno.

      El funcionamiento del cerebro y de la psique de cada persona depende de sus dos reservas. La reserva cerebral es pasiva en cuanto lo recibido de la herencia genética y el estado de las neuronas cuantifican la reserva. La reserva cognitiva describe un mecanismo activo; esto es, la arquitectura de las conexiones cerebrales, que se haya ido configurando a lo largo de la vida, por la que fluye la información con una dinámica propia.

      Fig. 1.8. Los dos niveles de complejidad del cerebro pueden medirse como reservas, cuya suma separa el límite de los trastornos psíquicos.

      Ambas reservas se forman gracias a la plasticidad cerebral. Así, los cambios en las neuronas y en la arquitectura se deben a que todo —educación, vida afectiva, decisiones, vivencias, decisiones, entrenamientos, etc.— deja huella en el cerebro. Podemos decir que si la reserva cerebral es a modo del “hardware” —los sustratos estructurales de que se dispone— y la reserva cognitiva es análoga al “software” del cerebro, la fuerza o robustez funcional que resulta.

      Al mismo tiempo, llena de esperanza el hecho de que todo es entrenable, todo puede mejorar, las reservas mejoran y lo que importa es el valor final de la suma de las dos. Cuando la suma de la reserva cerebral y la reserva cognitiva alcanza y supera el umbral límite, el cerebro está protegido de la enfermedad y/o del trastorno mental.

      El concepto de reserva muestra que el funcionamiento del cerebro de cada uno depende de lo recibido en la herencia y de las huellas que cada uno deja con su vida.

      Lo peculiar del funcionamiento del cerebro: aflojar las ataduras

      Existen dos características de la arquitectura funcional del cerebro que subyacen a la capacidad de cada hombre para liberarse del encierro en los automatismos de las necesidades biológicas y del encierro en un permanente presente.

      1 En primer lugar, la rotura del encierro en los automatismos estímulo/respuesta se debe a la capacidad de autocontrol cuya base neurológica es el frenado de la excitación: ¡Stop, piensa y decide! lo llevan a cabo, los circuitos inhibidores de la velocidad de los flujos de la información, situados en lugares concretos de la corteza prefrontal.

      2 En segundo lugar, la rotura del encierro en el presente tiene como condición sine qua non, la posesión de una memoria, peculiar y genuinamente humana, que no elabora ni guarda recuerdos, sino que con ella traemos al presente las vivencias emocionales y cognitivas del pasado que nos interesen y desde ellas simula el futuro. Esta memoria intemporal se apoya en las redes de circuitos neuronales en los que participan las neuronas de los lóbulos parietales superiores, regiones de las que carecen incluso los primates no humanos.

      Es decir, sin la peculiar riqueza de ambas características de la estructura funcional del cerebro humano —poder frenar la velocidad de los flujos de información por los circuitos inhibidores y una memoria intemporal—, no sería posible la manifestación de las capacidades genuinamente humanas.

      La arquitectura funcional del cerebro humano es la materia prima para la elaboración de una respuesta, no automática ni estereotipada, sino personal y labrada por la vida de cada hombre. De hecho, como acabamos de indicar, la alteración de la arquitectura funcional conlleva trastornos cerebrales.

      El cerebro humano, el más complejo de cuantos existen, tiene tres capas con la misma estructura corporal: vísceras, tórax con el corazón y cabeza se correspoden con tronco cerebral, sistema límbico —al que llamaremos corazón del cerebro— y corteza cerebral o cabeza (Figura 1.9).

      Fig. 1.9. Las tres capas del cerebro humano —cortical, sistema límbico y tronco— se corresponden con la estructura corporal cabeza, corazón y vísceras.

      A lo largo del proceso evolutivo han aparecido sucesivamente cerebros con una, dos y tres capas. La etapa reptiliana aportó el tronco encefálico, que controla los instintos relacionados con la supervivencia, y el cerebelo. A él los hombres debemos las respuestas automáticas, viscerales.

      La segunda capa, el sistema límbico, apareció con los mamíferos. Esta capa es el corazón de nuestro cerebro y contiene las estructuras que procesan las emociones y la construcción de la memoria emocional, y otras requeridas para percibir por los sentidos.

      En

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