Humanos. Natalia López Moratalla
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Las fuertes conexiones entre el sistema amigdalino, del corazón del cerebro, y la región orbito frontal, de la cabeza del cerebro, permiten la integración y la regulación cognitivo-emocional. La amígdalas cerebrales situadas en cada hemisferio junto a la region medial de la corteza orbitofrontal cumple una función esencial. Las amígdalas evaluan el carácter positivo o negativo del estimulo. Supone un conocimiento intuitivo, que se adelanta al razonamiento, y nos guía para aceptar o rechazar las experiencias.
Fig. 1.10. Las conexiones entre diversas áreas del cerebro intervienen en la toma de decisiones: mientras el corazón procesa las emociones, la corteza orbitofrontal es capaz de frenar la excitación. Las neuronas de la región lateral y polar se frenan entre sí, sopesando la información del contexto y las expectativas de recompensa, hasta alcanzar una respuesta cognitiva-emocional.
Es específicamente humano que lo cognitivo emocione y lo emocional aporte conocimiento. Esa conexión amígdala-región orbitofrotal constituyen el núcleo esencial del cerebro de las decisiones, de las respuestas libres.
El corazón del cerebro
Con los sentimientos, se encienden “al rojo vivo” las conexiones del sistema emocional y lleva la corteza cerebral al máximo de sus capacidades. Los estímulos despiertan emociones que se nos manifiestan en el cuerpo: lágrimas, sudoración de las manos, o latidos del corazón. De ahí que el órgano corazón, localizado en el pecho entre la cabeza y las vísceras, desde antiguo, se haya asociado a lo íntimo, a los amores. El cuerpo, el rostro especialmente, expresa alegría, afectos, ilusiones o, por el contrario, cinismo, violencia, ansiedad, tristeza, decepción… Lo que hay dentro de cada uno. Los sentimientos surgen dentro de nosotros, son algo “que nos sucede” y que guardamos como recuerdos en la memoria emocional a corto plazo; o a largo plazo, si la intensidad es grande, o persiste en el tiempo y se repite.
Los recuerdos de las emociones que despiertan los elementos de nuestro mundo, los sentimientos y especialmente los afectos que damos a las personas y que recibimos de ellas, constituyen el contenido nuclear del corazón del cerebro.
El “siento de la voluntad” no es el “quiero esto decididamente”. La voluntad no se limita a tomar decisiones por una mera conveniencia racional, como si fuera una máquina de calcular, sino que razona y arbitra los medios, en función de algo que ama. Se mueve por motivos queridos desde los que descubre, razonando, medios para preservarlos.
Lo que entra a nuestro interior puede ser aceptado o rechazado y deja su huella; pero lo importante es lo que sale de él: los amores que mantienen vivo el corazón y por tanto nos mantienen vivos en la búsqueda de la felicidad. Y, por desgracia, también los desafectos, las envidias, los celos, etc.; todo aquello que produce quiebras del corazón.
Tenemos un solo corazón para todos los amores. A él entran paisajes, eventos, cosas, animales y, sobre todo, los demás. Y de él salen los afectos y los desafectos
Aquí nos referiremos a los afectos hacia las personas, y especialmente a esas que son “los nuestros” por lazos familiares. A los que pertenecemos y nos pertenecen por los vínculos naturales de la biología, por acogida a la esfera familiar, o por construcción de una comunidad de vida de familia, al ser engendrados personalmente a un mismo espíritu.
Tenemos otros afectos interpersonales que enriquecen nuestra vida: amigos, compañeros de trabajo, de aficiones, de partido, compatriotas, etc., que son de naturaleza diferente. La razón de tales vínculos no incluye nuestro cuerpo de la forma que lo incluyen los familiares. Hasta en la forma de hablar expresamos la diferencia. Hablamos de un “amigo del alma”, de “almas paralelas”, o a diferencia de “fue un padre para mí”, mi “familia de sangre”, “hijo de mis entrañas”, “el amor de mi vida”, etc.
UN MOMENTO ESTELAR DE LA EVOLUCIÓN: SE LOGRA EL CEREBRO HUMANO
Uno de los grandes misterios de la evolución —posiblemente el mayor— es por qué nuestra capacidad cognitiva difiere tanto cualitativamente de nuestros parientes evolutivos más cercanos. ¿Qué fuerzas evolutivas —necesariamente, aunque de modo insuficiente— participaron en esa coevolución de elementos que da lugar a ese cerebro sin el cual el ser humano no hubiera podido ser un ser inteligente?
En este contexto, nos referimos el término inteligencia solo como la capacidad de cuidar a la prole y conseguirle alimentos, para poder tener un punto de referencia con los animales. Una estimación aproximada de la posible inteligencia de un animal es el coeficiente de encefalización, que se define como el cociente entre la masa del cerebro y el valor que se esperaría encontrar en un animal de las mismas dimensiones. Si ese coeficiente está por encima del esperado podría indicar que la masa extra está disponible para las tareas cognitivas más complejas.
El chimpancé tiene un índice de encefalización de 1,2; los Australopitecos entre 1,3 y 1,5. Entre los del género Homo, el hábil primitivo que no sale de África es de 1,8 y el hombre actual de 2,9. Nos encontramos por tanto con dos niveles de inteligencia, medida como coeficiente de encefalización. Por una parte, la que diferencia a los hombres más primitivos de los parientes primates inmediatos —hominización— y, por otra, el sorprendente aumento de capacidades —humanización— a lo largo de la historia de la humanidad. Un recorrido por la historia evolutiva de los primates destaca los siguientes factores:
1 Entre los primates, el mayor tamaño del cerebro adulto y la complejidad del comportamiento, o inteligencia, se correlacionan con una mayor dependencia de las crías, que llega a ser exageradamente grande en los humanos.
2 El aumento de tamaño del cerebro adulto requiere una disminución en el tamaño del cerebro neonatal, lo que no se debe solo al tamaño del canal del parto. De hecho, los chimpancés no dan a luz cuando el cráneo fetal se acerca a los límites del canal de parto y, sin embargo, al nacer tienen el cerebro más pequeño entre los primates no humanos.
3 El tiempo de duración del destete es una medida del nivel de desamparo de los recién nacidos y se correlaciona con la inteligencia en los primates. A pesar de ello, los bebés humanos se destetan pronto: crecen muy rápido y la lactancia supone un alto coste energético para la madre. Además, solo los niños requieren que se les siga cuidando después de destetarlos.
4 Cuanto más grande es el cerebro de la madre más pequeña es la fracción del cerebro del hijo que se forma en su útero. Por ejemplo, los monos capuchinos, que son bastante inteligentes, nacen con solo el 50 % de su masa cerebral adulta y necesitados de cuidados. Los chimpancés al nacer tienen cerebro pequeño con apenas el 40 % del adulto y son una carga para sus cuidadores inteligentes. Los humanos con solo alrededor del 30 % del crecimiento cerebral alcanzado en el momento del nacimiento, experimentan mayor maduración cerebral mientras están bajo el cuidado de otros.
Los cerebros humanos son muy complejos y su gran actividad requiere un metabolismo rápido que produzca mucha energía. Por ello, resultan energéticamente demasiado costosos para que puedan aumentar de tamaño durante la gestación. Por tanto, la encefalización ha de ocurrir en gran medida después del nacimiento. Los humanos nacen, de hecho, justo antes de que las demandas energéticas fetales superen el límite metabólico de la madre sostenible para su fisiología; así alivian la carga de la madre. Para entonces las dimensiones del canal de parto solo deben seguir siendo adecuadas para el parto.
El lento período de crecimiento de la niñez es una adaptación biocultural distintiva de los humanos. Son incapaces