Tratado de las réplicas. Evagrio Póntico
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Los Padres del Desierto entienden que el objetivo de la vida cristiana es el conocimiento de Dios, que se alcanza a través de tres etapas: práctica, gnóstica y teológica. Esta escala progresiva, inaugurada por Evagrio, adquirirá con el correr de los siglos otras denominaciones. José Hazzaya, el maestro espiritual más importante en el ámbito siríaco, las denomina etapas somática, psíquica y pneumática. Los místicos españoles, en especial san Juan de la Cruz, hablarán de vía purgativa, iluminativa y unitiva pero, más allá de la diferencia de terminología y caracterizaciones, se trata siempre de un camino de conocimiento y acercamiento a Dios. Estas etapas pueden ser entendidas, además, como progresos en la vida de oración, cuyo último peldaño es aquella oración que está privada de cualquier tipo de representaciones (νοήματα - noémata), es decir, palabras o imágenes, y que se transforma en «el coloquio del intelecto con Dios […] sin ningún intermediario»[25]. Estas mediaciones o noémata que Evagrio busca evitar hacen referencia a los pensamientos, muchas veces apasionados y otras veces pensamientos sin ninguna carga negativa en particular, pero que dificultan la “oración pura”[26]. Y un modo efectivo para expulsar a estos pensamientos es la lectura de la Escritura, que no consiste simplemente en recorrer sus páginas, sino que debe estar acompañada de la meditación o μελέτη (melete), entendiendo por tal la repetición atenta, cuidada y contemplativa de determinadas palabras o versículos bíblicos. De este modo, el intelecto encuentra una especie de ancla en la cual puede fijar su atención y escapar de las distracciones a la que lo someten los pensamientos. Es justamente de esta práctica habitual de los monjes del desierto de la que surge el método de las réplicas.
La práctica antirrhétika era un recurso conocido en el siglo IV. Evagrio hace alusión a ella en varias de sus obras alentando al lector a utilizarla como lo hacía, por ejemplo, David:
Por tanto, se debe ser intrépido para oponerse al enemigo, como lo demostró el bienaventurado David cuando citó voces como proferidas por la boca de los demonios y luego los contradijo. Entonces, si los demonios dicen: “¿Cuándo morirá y su nombre será olvidado?” (Sal 40, 5), él responde: “No moriré, sino que viviré para proclamar las obras de Dios” (Sal 117, 17). Y, si por otro lado, los demonios dicen: “Escapa como un pájaro al monte” (Sal 10, 1), entonces se debe decir: “Porque Él es mi Dios y mi salvador, mi fortaleza y mi refugio; no temeré” (Sal 17, 3). Por tanto, observa las voces contradictorias y ama la victoria; imita a David y presta atención a ti mismo[27].
Los salmos son, para Evagrio, el ejemplo más claro de la técnica que debe ser utilizada en la lucha contra los demonios. David es presentado como un guerrero que conoce esas artes y nos enseña a utilizarlas, pues no se trata de un combate físico, sino que se libra en el mundo de los pensamientos y de las palabras.
Más importante aún que David está el ejemplo del mismo Jesús quien, al ser tentado en el desierto, respondió a Satanás con palabras de la Escritura: «Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Él respondiendo dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios» (Mt 4, 1-11). Es esta la primera tentación que relata Mateo en su evangelio, y allí se ve que el modo que tiene Jesucristo de enfrentar al demonio es replicando a su tentación con palabras de la Escritura, en este caso a Deuteronomio 8, 3. Y de un modo similar reacciona ante las dos tentaciones siguientes, cuando responde con frases de Deuteronomio 6, 16 y 6, 13.
La técnica antirrhétika aparece también en un versículo de la epístola paulina a los efesios donde se dice: «Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno» (Ef 6, 16). La fe, revelada en las palabras de la Escritura, es presentada como un escudo lo suficientemente fuerte como repeler la tentación del demonio, de la misma manera en que protegía a los guerreros que eran atacados durante las batallas. La imagen de la flecha que utiliza san Pablo, y que Evagrio la asociará particularmente al demonio de la acedía, es propia también de los salmos. «Scuto circumdabit te veritas ejus: non timebis a timore nocturno; a sagitta volante in die, a negotio perambulante in tenebris, ab incursu, et daemonio meridiano. (Escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni a la flecha que vuela durante el día, ni la pestilencia que anda en la oscuridad, ni los ataques del demonio de mediodía». Sal 90, 5-6). La carta a los efesios la entiende como referencia a todos los ataques satánicos, en tanto logismoi o pensamientos que se introducen en el alma de un modo potente e inesperado, y a los cuales solamente es posible rechazar con frases de la Escritura, puesto que «no se debe responder al estúpido en oposición a su estupidez» (Prov 26, 4). En cambio, «la persona que es paciente y responde [con un texto bíblico] ha respondido al necio en oposición a su necedad, y ha reprendido al demonio en su necedad y le ha mostrado que ha aprendido que hay un antídoto contra él de acuerdo a las Escrituras»[28].
En varios pasajes de su obra y no solamente en el tratado que nos ocupa, Evagrio da muestras de su aprecio por esta práctica y por la importancia que le asigna en el ejercicio ascético de los monjes. En Sobre la oración, por ejemplo, describe y recomienda el uso de oraciones breves e intensas para combatir a los demonios y recuerda el texto del salmo 17, 38-39 que dice: «Perseguiré a mis enemigos y lo alcanzaré, no me volveré hasta haberlos aniquilado, los aplastaré y no podrán levantarse, yacerán postrados bajo mis pies», expresando de ese modo la necesidad de adoptar una actitud de firmeza frente al ataque de los demonios repeliendo activamente sus insinuaciones[29].
Este tipo de comportamiento que debe seguir el monje se aconseja también en la misma obra cuando los logismoi intentan distraer al alma durante la oración. La perfección monástica, para la doctrina evagriana, consiste en la práctica de las virtudes y en el conocimiento de Dios, el cual se alcanza a través de la oración. Es por eso, entonces, que los demonios estarán particularmente preocupados en impedir que el monje pueda orar, e intentan distraerlo y molestarlo por medio de asaltos sensoriales a través de visiones, ruidos aterrorizadores o golpes corporales, o bien disfrazándose de ángeles en un intento de distraer el alma de Dios y dirigirla hacia ellos. En estos casos, es necesario blandir «el bastón de las súplicas a Dios», consistente en plegarias breves e intensas tomadas de las Escrituras, recomendando especialmente el salmo 22, 4 que dice: «No temeré los males porque Tú estás conmigo»[30].
En el Tratado práctico se expresa de un modo más claro aún: «Cuando seas tentado, no ores antes de dirigir con cólera algunas palabras contra el demonio que te oprime; porque mientras tu alma esté afectada por los pensamientos no podrá alcanzar una oración pura; pero si pronuncias encolerizado alguna palabra contra ellos, les confundes y desvaneces las representaciones mentales (νοήματα - noémata) de tus adversarios. Esto es lo que, de modo especial, produce la cólera y mayormente en los pensamientos»[31]. La fuerza de los logismoi es tan intensa que dificulta o impide incluso la oración. Es necesario entonces, ahuyentar a los pensamientos malvados antes de iniciar la plegaria y, el modo de hacerlo que propone Evagrio, es “decir algunas palabras con ira”. Se trata claramente de la práctica antirrhetica.
David Brakke sugiere cierta similitud del Antirrhétikos con algunos manuales de magia que eran relativamente comunes en los medios egipcios de la época y que contenían invocaciones a Dios, a los ángeles o a los demonios para ser recitadas en diversas situaciones. Worrell transcribe uno de ellos en el que, luego de una larga