Hispanotropía y el efecto Von Bismarck. José María Moya
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—Pero hablando de guerras, la labor realizada por los diplomáticos españoles durante la salvaje Segunda Guerra Mundial sí que es merecedora de orgullo para con unos compatriotas que supieron dar la vuelta a una situación en medio de la locura genocida nazi (¡eso sí que fue un genocidio!), salvando la vida de decenas de miles de judíos por toda Europa. Miguel Ángel de Muguiro y Ángel Sanz Briz en Hungría iniciando el proceso gracias a la consideración de españoles que los sefardíes podrían acreditar. ¡Qué cosas del destino que ambos se llamaran «Ángel»! Eduardo Popper de Callejón y Bernardo Rolland de Miota, en Francia; José Rojas Moreno, en Rumanía; Sebastián Romero, en Grecia; Julio Palencia, en Bulgaria; Juan Schwartz Díaz-Flores, en Austria. Y en el mismo Berlín, José Ruiz Santaella. ¡Increíble!
—Así es, querido colega… ¡Qué de personajes notables de nuestra historia! No sabría con cuál quedarme.
—Pues a mí hay uno que siempre me pareció de lo más interesante. Un dominico. Inquisidor para más señas.
—Caramba. ¡Me dejáis sin habla! De otro tal vez lo hubiera imaginado. Pero de vos… —contestó algo zumbón.
—¡Seguro que habéis oído hablar de él! Fue del tiempo de mi abuelo, Felipe III, y era un burgalés llamado Alonso de Salazar y Frías. Y tras un proceso que se hizo muy popular, el de las llamadas brujas de Zurragamurdi, estuvo estudiando y recorriendo todas las tierras del valle del Baztán, y gracias a su ahínco personal, fuimos el primer lugar donde se dejó de perseguir y de promover las matanzas de mujeres, hombres y hasta de niños que en tan gran número llevaron a cabo en Alemania, Suiza o Inglaterra. Un adelantado a su tiempo, aunque la verdad sea dicha, en nuestros reinos, querido Amadeo, pocas se ajusticiaron afortunadamente. Que nuestros pecados fueron otros, pero no se nos ponga este en nuestro debe.
—Muchos tendríamos, pero no pocos argumentos para sentirnos orgullosos de nuestra historia y de nuestra gente (que así la consideré tal), y que hicieron inmortal el nombre de España. Bien con la pluma, como Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Garcilaso, María de Zayas, Tirso de Molina, Góngora, Baltasar Gracián, Emilia Pardo Bazán, Galdós, Valle-Inclán, Baroja, los Machado… Innumerables. O con su arte, sus manos y sus pinceles, como los Berruguete, la Roldana, Alonso Cano Martín Montañés, Juan de Mesa, Gil de Siloé, Churriguera, Salzillo, Benlliure…
Fuimos el primer lugardonde se dejó deperseguir y de promoverlas matanzas de mujeres,hombres y hasta deniños que en tan grannúmero llevaron a caboen Alemania, Suiza oInglaterra. |
—¡Y os habéis dejado la lista de los pinceles, primo! Zurbarán, Murillo, Velázquez, Goya, Sorolla, Picasso, Miró, Dalí…
—Y ya puestos —quitándose uno al otro la palabra con entusiasmo—, por qué no volver a los inventores, ya que citamos a Ayanz. Blasco de Garay, con sus ingenios para la Armada del emperador y de su hijo; Juanelo Turriano, con sus artefactos, que volverían loco a un tal Da Vinci; el canario Agustín de Betancourt y Molina, precursor de la radio, la telegrafía y la termodinámica, en la segunda mitad del XVIII; Narciso Monturiol e Isaac Peral, ambos luchando por los primeros submarinos que se pudieran considerar así; el autogiro de Juan de la Cierva; la leonesa Ángela Ruiz Robles, maestra rural en Galicia, que será la precursora del libro electrónico y de las tabletas interactivas en la primera mitad del siglo XX, o el logroñés Manuel Jalón, que, aparte de la fregona, inventaría nada menos que las jeringuillas y agujas desechables. ¡Cuánto talento!
—La verdad, querido primo —dijo Carlos acabando ya la segunda jícara de chocolate—, es que creo que hemos tenido mejores súbditos que gobiernos les hemos dado.
—Cazzo, caro Carlo! —exclamó saliéndole del alma Amadeo—. No digo que no, pero como pueblo, es el más orgulloso, anárquico y pícaro que en el mundo haya. Y bastante ingobernable. Cuna de soldados que tantos fueron poetas. Soldados que tuvieron fama de fieros, pero que cuando hubo que demostrar su solidaridad en el ejercicio de su labor, han dado todo un ejemplo. Desde las acciones realizadas por los médicos militares en la guerra del Vietnam a la impagable labor en misiones internacionales de estos tiempos más cercanos. Desde los Balcanes a Afganistán; desde el Índico al Mediterráneo; desde Iraq a Malí; de Líbano a Somalia. Ya dijo aquel rapsoda que «no hay un puñado de tierra en el mundo / sin una tumba española». Y lo que es más increíble: con el reconocimiento por su labor como pocas otras Fuerzas Armadas han tenido.
—La verdad —cabeceó algo apesadumbrado mientras se dirigían fuera del refectorio hacia la basílica— es que no es creíble lo de nuestro pueblo. No sé si es que no vemos o es que no queremos ver todo lo bueno de nuestro legado histórico. No me entra en la cabeza. ¡Eso sí que me deja hechizado y patidifuso! —rieron ambos la broma.
No sé si es que novemos o es que noqueremos ver todolo bueno de nuestrolegado histórico. |
—Tal vez tenga yo una idea más cercana a la posible razón, habiendo tenido la posibilidad de estudiar tras mi marcha y en la distancia a este pueblo tan grande, terco, solidario y hedonista. De hecho, voy a utilizar una analogía aprovechando el lugar donde estamos. Este palacio monasterio que desde el primer momento fue considerado una maravilla propia de la Antigüedad Clásica. Un lugar en honor a una batalla. A la guerra. Donde lo político y lo religioso se funden. Que aúna arte, conocimiento, ciencia, literatura, esculturas, pinturas, y fue todo un referente de la modernidad del momento. Tan vasto lugar es casi inasumible desde un solo ángulo. Es demasiado grande. ¡Es bestial! De lejos, tal vez podamos admirar la mole, pero desconocer su contenido. Contenido que se escapa a un análisis sencillo. Contenido inabarcable a un solo paseo. A una sola mirada. A un simple juicio.
»La historia de España es un poco como este lugar. Inabarcable, compleja, llena de arte y conocimiento; de literatura y de batallas; de la cruz y la espada; sin duda, inasumible. Bestial. Que hay quien la adora, y a quien le supera. La desprecia. Muy posiblemente porque conocerla a fondo es casi una tarea homérica. Solo poder conocerla bien haría que se pueda, al menos, mirar con otros ojos. Por eso en lugares como este hacen falta buenos guías que conduzcan a los que lo visitan, para explicarles apasionadamente, pero de manera rigurosa, el qué y el porqué de cada parte. De este modo, estoy seguro de que se enamorará del todo.
Carlos II llegó hasta la puerta de la Cripta Real, desde donde se escuchaban las risas y juegos del panteón de Infantes, y volviéndose a su primo y colega Amadeo, masticó las frases que había dicho y, sonriéndole con sus finos labios, el que todos creyeron falto de seso, le dijo:
Creo que es tiempo deenfocar nuestra mirada aesas luces, y de una vez verla historia de España no yacomo una historia de éxito,sino como una historia dela que estar, con motivo,muy orgullosos. |
—¿Sabéis? ¡Creo que hubierais sido un gran rey para España!
—¿Sabéis? Todos los que aquí moran por la eternidad fueron hombres y mujeres antes que reyes y reinas. Y como los hombres y mujeres que gobernaron, tuvieron sus luces y sus sombras. Pero creo que es tiempo de enfocar nuestra mirada a esas luces, y de una vez ver la historia de España no ya como una historia de éxito, sino como una historia de la que estar, con motivo, muy orgullosos.
Y fue acabar esa frase cuando el carillón del monasterio volteó sus campanas llamando a ánimas, las cuales fueron difuminándose como las velas de los buques que en tiempos rigieron el imperio de los mares haciendo de España una nación eterna.
Javier Santamarta del PozoPolitólogo, periodista, escritor y entusiasta de la historia de España. Ha trabajado en Ayuda Humanitaria en varios conflictos, y sigue como experto publicando artículos y dando formación para expatriados civiles y militares. Es colaborador habitual en varios programas de radio y medios como ABC o El Liberal. Ha escrito durante años sobre costumbrismo, arte, libros… y, sobre
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