Hispanotropía y el efecto Von Bismarck. José María Moya

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Hispanotropía y el efecto Von Bismarck - José María Moya

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concurso de todos los habitantes de esas tierras y no solo de una élite remota y ausente, como en el caso de sus imperios competidores.

Hablar de «colonias»para referirse a losterritorios de ultramarno corresponde con larealidad sociopolíticadel Imperio español,en donde se hablabade «las Españas» parareferirse a los territoriosamericanos y asiáticos,además de los europeos.

      El Imperio español —como derivado de la Reconquista ibérica— fue desde su inicio un proyecto de mestizaje racial y cultural integrado bajo una lengua, una religión y una Corona comunes. De hecho, hablar de «colonias» para referirse a los territorios de ultramar no corresponde con la realidad sociopolítica del Imperio español, en donde se hablaba de «las Españas» para referirse a los territorios americanos y asiáticos, además de los europeos, bajo la misma Corona. Los habitantes de uno y otro lado del Atlántico y del Pacífico eran tan súbditos como los de la península; los nobles que vivían en uno u otro territorio no eran diferentes los unos de los otros. Los hospitales, universidades, caminos y demás infraestructuras que se construyeron en América o en Asia no se hicieron solo a beneficio de los peninsulares; desde el principio se acogió —tras someterlos por las buenas o por las malas— a los gobernantes de las tierras conquistadas y a sus hijos, en las universidades y conventos, también en los ejércitos y en la administración. Muchas de estas prácticas nos pueden parecer chocantes y hasta repulsivas en nuestros tiempos, ya que estamos hablando de que ese trato igualitario fue más para las élites que para el pueblo llano, pero es que era igual en la Península.

      En este contexto es útil recoger el testimonio del geógrafo, historiador y hombre de ciencia Alexander von Humboldt, quien, como alemán, era neutral ante las distintas leyendas que se han querido imponer. Si bien en sus escritos Von Humboldt no deja de criticar al Imperio español, no podemos dejar de registrar que, tras haber viajado por muchos países y continentes, sostenía que no había pueblos más felices que los gobernados por el Imperio español, que los indígenas estaban protegidos por leyes españolas que eran «sabias y humanas», que casi no había esclavos —cuando en los Estados Unidos eran esclavos un sexto de sus seis millones de habitantes— y que los campesinos de los territorios del Imperio español eran menos pobres que los alemanes y los rusos; sostenía también que los mineros mexicanos eran los mejor pagados del mundo, ya que percibían salarios entre seis y siete veces mayores que los de un minero alemán, por ejemplo. Por último, Von Humboldt afirmaba que las instituciones científicas de la Ciudad de México eran muy superiores a las de cualquier ciudad estadounidense y que, en esta y en varias ciudades más de la América Hispana, estaban a la altura de las europeas.

Von Humboldt sosteníaque no había pueblos másfelices que los gobernadospor el Imperio español,que los indígenas estabanprotegidos por leyesespañolas que eran«sabias y humanas».

      Como hemos sostenido antes, el Imperio español fue un imperio de mestizaje cultural, político, científico y racial. Podemos encontrar una cantidad significativa de retratos familiares de la época, con parejas interraciales y su descendencia mestiza exhibidos con gran orgullo. En contraste, apenas en este siglo se empieza a reconocer públicamente en los Estados Unidos a los descendientes mulatos de próceres como Jefferson y otros titanes de la libertad que, sin embargo, tuvieron esclavos y esclavas y procrearon con ellas, pero en relaciones clandestinas.

      Al igual que como con Noé, debemos comprender a las personas y sus circunstancias en su generación; pero no podemos dejar de reconocer que el modelo que aplicaron otras potencias fue el del genocidio y la destrucción, en lugar del mestizaje y la asimilación que caracterizó al Imperio español.

      DESBANCANDO LAS LEYENDAS

      Así como no podemos aceptar la leyenda negra creada y promovida principalmente por los anglosajones y neerlandeses, tampoco podemos caer en la leyenda dorada y sostener que el Imperio español se construyó a fuerza de puro amor y bondad. Como en toda ocupación, hubo violencia en la conquista, hubo despojos y también destrucción. La diferencia es que esos eventos —que, como hemos sostenido, se dieron en el contexto de la época— en general iban en contra de las normas y órdenes generadas desde la metrópoli; normas que fueron generando un corpus llamado derecho de Indias en donde se recogían de forma sistemática este cuerpo jurídico. De hecho, muchos de los conquistadores que abusaron de su fuerza y poder regresaron a España encadenados o fueron ejecutados en el sitio por sus superiores; también lo fueron quienes por codicia quitaron a otros —y sobre todo al rey— su parte del botín, porque también hay que ser honestos en que eran botines y no otra cosa.

      Así mismo debemos cuestionar la leyenda del buen nativo, que pretende hacer creer que el continente americano estaba poblado por personas absolutamente pacíficas y alejadas de cualquier actitud o sentimiento de baja ley. De hecho, una buena parte de la conquista se dio por unos puñados de españoles que formaban alianzas con pueblos indígenas en contra de otros pueblos nativos que los tenían sometidos y expoliados. El caso más relevante es el de Hernán Cortés, quien llega a la posteriormente llamada Nueva España con unos mil quinientos hombres bien apertrechados, pero que, al llegar a Tenochtitlán — la capital de los mexicas, llamados también aztecas—, lo hace con lo que le queda: cinco hombres, tres caballos y dos perros; el ejército que hizo posible la conquista de la capital del Imperio mexica era un ejército tlaxcalteca, pueblo sometido por los mexicas y que, bajo el mando de Cortés, esperaba liberarse de ese yugo. Tan importante fue el papel de los tlaxcaltecas que el rey de España les dio fuero equivalente al de los vizcaínos y que, por ello, entre los cinco delegados americanos a las Cortes de Cádiz (nombre dado a la convención constitucional de 1812) uno era tlaxcalteca y venía por derecho propio.

      LA INDEPENDENCIA

      Un imperio construido a lo largo de cuatrocientos años no puede carecer de defectos, errores y tragedias, pero para durar tanto (ninguna república hispanoamericana ha llegado aún a mucho más de la mitad) debió haber logrado el respaldo o, al menos, la sumisión de la mayor parte de sus pobladores, como parece reconocer Von Humboldt. Tanto es así que lo que luego devino en las independencias de las repúblicas americanas realmente fueron movimientos de independencia, sí, pero en contra de la Francia Napoleónica. Napoleón había logrado que el rey Carlos IV de España abdicara, quien lo hizo en favor de su hijo, Fernando VII, pero luego este lo hizo de vuelta en favor de su padre para que fuera quien entregara la Corona a Napoleón con el fin de colocar en Madrid como rey a su hermano José Bonaparte.

Las independenciasde las repúblicasamericanasrealmente fueronmovimientos deindependencia, sí,pero en contra de laFrancia Napoleónica.

      Independientemente de que el mal llamado «Pepe Botellas» (José Bonaparte era abstemio) formara un gobierno bastante bueno, que Fernando VII —bien llamado «el rey Felón»— fuera un pésimo gobernante y que los Borbones fueran un linaje de origen francés, los españoles de todos los continentes iniciaron lo que se llamó la guerra de Independencia. En varias regiones de la España peninsular se organizaron juntas revolucionarias —siendo la más popular en América la de Cádiz— y en el otro lado del Atlántico se empezaron a reproducir otras tantas.

      Si bien más adelante hubo divisiones entre los patriotas y los realistas, lo que dice la historia —a pesar de la leyenda— es que la independencia de América no se inicia como una independencia contra España (todos se sentían españoles como el que más), sino que fue una lucha de independencia contra los Bonaparte. Solo después de que el rey Felón, ya repuesto en el trono, aboliera la Constitución de 1812, es cuando los movimientos en las Américas se tornan en contra de la metrópoli.

      Es importante resaltar que en esos años revolucionarios se convoca en Cádiz un proceso constituyente, que de América vienen cinco delegados por derecho propio y que uno de ellos, Joaquín de Mosquera Figueroa, nacido en Popayán —la actual Colombia— no solo es uno de los que preside las Cortes de Cádiz, sino que también, en virtud de ello, queda en un momento como regente de todo el Imperio español. También es importante reconocer que la Constitución de 1812 —conocida como la Pepa— fue la primera constitución

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