Hispanotropía y el efecto Von Bismarck. José María Moya

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un gesto de incredulidad:

      —Nada me gustaría más que ser el interlocutor, pero ustedes tienen una especial relación con el Reino Unido.

      Reaccionó rápido con una pregunta:

      —¿Pero… el Reino Unido está en Europa?

      Ya se anticipaba la salida veinte años antes. Mis argumentos objetivos apelaban a que nuestro presupuesto de Defensa era la sexta parte del inglés, la quinta del francés y la cuarta parte del alemán. Era muy extraño pensar que pudiéramos ser interlocutores. Sin embargo, me respondió:

      —Nosotros hemos tenido un problema muy grave en Timor Oriental y los únicos que nos han comprendido son ustedes y los ingleses, porque ambos tienen memoria de imperio.

Los ingleses no hanllegado a tener unimperio, porque paraconstruir un imperiodebe alcanzarse unacierta duración en eltiempo, creo que 300años, y sobre todohaber hecho mestizaje.

      La posición estratégica es un valor de España; la capacidad de interlocución es un atributo de los españoles. En el extranjero lo saben, y mi referencia al Departamento de Estado americano, cuando propuso que España liderara las relaciones entre los EE. UU. y Europa en materia de Defensa, es una prueba. Creo que hemos superado un periodo maldito al estar excluidos en el momento de la creación del sistema moderno de relaciones internacionales al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

      Por otra parte, se nos reconocen virtudes que nacen de la experiencia de ser un país viejo. En el año 295 de nuestra era, hace casi 2000 años, el emperador Diocleciano dividió el Imperio romano en seis «diócesis»: Germania, Britania, Galia, Hispania, Italia y África. África se perdió a comienzos del siglo VII; las otras cinco son hoy los cinco PIB más grandes del Europa. Atención a los complejos con el separatismo. España es uno de los países más importantes de Europa, sin duda, pero también de los más antiguos, y no solo como nación, sino también por el origen del Estado moderno que nace con los Reyes Católicos, a la par que Francia e Inglaterra. Nuestro contrapunto con Europa viene de que España, por razones muy dispares, no recibió los beneficios de la Revolución Industrial, como tampoco recibió después los del Plan Marshall.

      Niall Ferguson describe en su libro Civilización: Occidente y el resto el origen de la humanidad en la cabecera del Nilo, en África, desde donde se emigra en dos direcciones: hacia Europa por un lado y hacia Oriente por otro. Se ha discutido mucho sobre cuál de esos dos tipos humanos era el más inteligente y se plantean esquemas muy curiosos sobre quién va por delante; Oriente toma la delantera con descubrimientos como el de la pólvora; con el tiempo eso cambia y Occidente se despega, en 1776, con la invención de la máquina de vapor, que nació para desaguar las minas de carbón, y allí empieza la Revolución Industrial que proporciona a Occidente una asombrosa ventaja. Probablemente, con la globalización del siglo XXI, todos se están equiparando, pero antes el proceso daba clarísima superioridad a Occidente. España quedó al margen de dicha Revolución Industrial. Nuestra singularidad hoy es que somos una economía emergente. Inglaterra, Alemania, EE. UU., Japón, Francia e Italia son países que llevan 200 años industrializándose y enriqueciéndose. España, en el año 1935, tenía 300 dólares de renta per cápita. Cuando muere Franco, en 1975, la había multiplicado por diez; en 2014, cuando abdica el rey Juan Carlos, era de 30 000 dólares, es decir, en total se había multiplicado por cien. Ahora somos uno de los cuatro países del mundo que ha multiplicado por 100 su renta per cápita en setenta años. Somos una economía emergente porque hace setenta años éramos una economía tercermundista. Durante todo el siglo XIX, con sus excepciones, porque hubo épocas buenas, España era el lugar extravagante y romántico para los viajeros ingleses o franceses que hablaban de una España exótica.

Ahora somosuno de loscuatro países delmundo que hamultiplicado por100 su renta percápita en setentaaños.

      Lo más importante es habernos integrado en el mundo occidental. España estaba aislada, y nos quedan algunos complejos del aislamiento. Es verdad que con Franco hubo mucho más aislamiento, no porque él lo quisiera, sino porque lo rechazaban los demás. Es verdad también que Alfonso XIII fue una personalidad importante en la Primera Guerra Mundial, pero la secuela que ha dejado el régimen anterior, no solo el franquismo, sino esa España que no entró en la Revolución Industrial, nos marginó de Europa y nos tipificó como el extraño, el raro, el extravagante, el romántico. Esa es, a mi modo de ver, la principal secuela y la nueva España, es la España integrada, en lo político, y sobre todo en lo económico. Si algo nos ofrece hoy tranquilidad en esta coyuntura es Europa. La Unión Europea nos va a dar ayuda condicionada, pero lo que nos diferencia del 36 es que éramos muy pobres y ahora somos ricos, una diferencia fundamental.

      Cuentan una anécdota del general americano Vernon Walters, que trabajó íntimamente con diez presidentes norteamericanos desde Eisenhower. Todos le reconocemos, porque estaba presente, como traductor, en el encuentro que, en diciembre de 1959, mantuvieron en Madrid Franco y el presidente americano. Después, fue segundo en la CIA, embajador en Naciones Unidas y, en los primeros 70, asesor del presidente Nixon, pero siguió viniendo a España con asiduidad. Cuando yo era secretario de Estado, tuvimos bastante relación y me contaba, asombrado, que Nixon le pidió que viniera a ver a Franco y, entonces, pidió a través del Ministerio del Ejército una audiencia en la que le dijo:

      —Mi general —hablaba lenguaje militar—, el presidente Nixon tiene mucho interés en conocer qué piensa vuestra excelencia de la guerra fría.

      Y Franco le dijo:

      —Mire, general, al presidente Nixon no le importa nada lo que yo piense de la guerra fría, al presidente Nixon lo que le importa es qué va a pasar con España cuando yo falte, y le puede decir que, cuando yo falte, España será un país europeo normal. Cuando yo llegué en el 36, la clase media española era un 17 % de la población; ahora, la clase media es el 75 % y ya no habrá bandazos.

      Esa visión de Franco de que España sería un país europeo normal, porque ya había una clase media estabilizadora, es una garantía que tenemos, aparte de la Unión Europea, de que no volveremos a una situación como la del 36, donde el 80 % de la población tenía escasamente para vivir y no tenía nada que perder. Hoy la situación, afortunadamente, no es la misma, pienso que no vamos a repetir esos tiempos, aunque tengamos un gobierno socialcomunista, de frente popular, etc. Creo que la situación es radicalmente distinta.

      En la Fundación Transforma España, hemos trabajado en un programa denominado «Un proyecto para España». En España, durante el periodo constitucional, no hubo proyectos que se vieran culminados por el éxito, tan solo hubo el de la Transición, con sus luces y sus sombras; como todo, nada es perfecto. En la Transición hubo un proyecto que era Europa: queríamos ser un país europeo. La gente de mi generación NO nació en Europa, yo nací en una España que no estaba en la Europa política, estábamos en la Europa física, pero no en la política. Ahora, desde el ingreso en 1986, se nace en Europa, estamos en ella, somos europeos. Este proyecto salió bien, pero cuando culminas un proyecto, deja de serlo; desde entonces, España no tiene proyecto. Nuestros ciudadanos necesitan plantearse dónde querrán que estén sus hijos y sus nietos. Hemos tenido un crecimiento económico asombroso, pero por debajo de eso hay que ofrecer un contenido. Antes queríamos estar en Europa. Ya estamos, ¿y ahora qué hacemos? No se sabe, y si no lo sabemos, no iremos a ningún lado. El último en llegar es siempre el que no sabe dónde va.

España no tieneproyecto. Nuestrosciudadanos necesitanplantearse dóndequerrán que estén sushijos y sus nietos.

      Nuestro proyecto, que probablemente tendremos que dejar en hibernación, porque la situación actual lo único que promueve es un radicalismo entre las dos Españas por enésima vez, defiende que España puede desempeñar un papel esencial en la construcción de Europa. Lo que estamos viviendo en este momento histórico, a mi juicio, está incardinado en dos principios: uno es la revolución tecnológica y el otro es la globalización. Ambos

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