El Secreto De La Dominante. Diego Minoia

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El Secreto De La Dominante - Diego Minoia

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se van, me fijo en sus expresiones: la del policía está concentrada y la de Manfredi, aliviada. Teniendo en cuenta la razonable reacción de los dos huéspedes chinos, que no se quejaron ni formularon acusaciones contra la organización del hotel, imagino que Manfredi volverá a su habitación para retomar su sueño interrumpido.

      Ahora Wang Shi y Chen hablan entre sí en voz baja en chino. Aunque no conozco su idioma, puedo detectar un tono de agitación en su conversación. Les dejo confabular y continúo mi exploración visual de la habitación.

      El armario está abierto, las cajoneras tienen los cajones sacados y dejados con aberturas aleatorias seguramente por la premura de la búsqueda. Casi parece que el armario y los cajones se han quedado, inmóviles y asombrados, con la boca abierta, fijos en esas extrañas expresiones que la gente asume cuando se encuentra en situaciones imprevisibles e inusuales. Parte del contenido de los cajones está desparramado por el suelo. No me parece que haya nada en particular, las cosas habituales que uno se lleva de viaje: ropa, ropa interior, algunos libros....

      Sobre el escritorio están dispersas, en desorden y abiertas con el respaldo, algunas partituras musicales. Algunas han acabado en el suelo, abiertas. Reconozco por los títulos de las portadas que son las composiciones que se interpretarán en los conciertos del Auditorio y que unas horas antes me había comentado el maestro Wang al hablar del set list que había preparado.

      El hecho de que las partituras que quedan sobre el escritorio estén todas de espaldas, apoyadas sobre el piano como techos de dos aguas puestos por un niño con ganas de jugar, me deja una sensación extraña... como algo ya visto.

      ¡Por supuesto! La imagen me llega de repente, como un flashback

      cinematográfico. Veo a Fabienne en uno de los gestos que hace a menudo: busca algo en su bolso y, al no encontrarlo, se impacienta y le da la vuelta al bolso, sacudiéndolo para sacar el contenido.

      Siempre me ha parecido misterioso que las mujeres se las arreglen para meter todas las cosas imaginables en sus bolsos (sobre todo si son inútiles para usos prácticos comunes a otros seres vivos masculinos). Igualmente misterioso, si no más, es el hecho de que regularmente esos "agujeros negros" de diseño se lo tragan todo, negándose a devolver lo que los legítimos propietarios han puesto en ellos.

      Evidentemente, los diseñadores de moda van por delante de los científicos, ya que han descubierto cómo desmaterializar los objetos. ¿Quién sabe dónde van a parar todas las cosas que se introducen en los bolsos de las mujeres y no vuelven a aparecer en la tierra?

      Dejo estas reflexiones para la posteridad y envío un beso virtual a Fabienne porque gracias a ella he intuido un elemento importante. Los libros estaban revueltos como hace ella con su bolso cuando busca algún objeto y pierde la paciencia. Así que quien entró no buscaba objetos preciosos, como el desorden y la exploración de los cajones podrían sugerir a primera vista. Los objetos preciosos no se esconden entre las páginas de un libro, y menos aún entre las de una partitura de orquesta.

      Además, la intuición se ve confirmada por el hecho de que no le hayan quitado a Wang ni el precioso anillo ni los gemelos de diamante que forman parte de su "uniforme de trabajo" cuando dirige (me fijé en ellos en las fotos publicadas en los periódicos, que le mostraban con el brazo levantado en un clásico gesto de dirección).

      Entonces, si no buscaban objetos de valor... ¿qué querían los intrusos? A estas alturas, estoy convencido de que las partituras juegan algún papel en la historia, si no, ¿qué sentido tendría hojearlas y sacudirlas al revés?

      Mientras Wang Shi y Chen siguen intercambiando frases agitadas, o eso me parece (quizá los chinos siempre hablan así), me acerco a las partituras para observarlas mejor. Me he dado cuenta de que tienen muchos símbolos y escritos hechos con rotuladores de colores. Esta es una práctica habitual entre los directores y es signo de una cuidadosa preparación de Wang que, antes de enfrentarse a la dirección de esas obras maestras, las ha estudiado profundamente señalando los puntos cruciales para dar indicaciones precisas y meditadas a los instrumentistas durante los ensayos.

      Sin embargo, hay una partitura que es nueva y que carece por completo de marcas y observaciones añadidas. Lo cojo con mi mano. Se trata de la Quinta Sinfonía de Beethoven, la que comienza con una de las ideas musicales más simples y a la vez más poderosas jamás concebidas por una

      mente humana: Ta Ta Ta Taaaan, Ta Ta Ta Taaaan.

      Esas cuatro sencillas pero poderosas notas tocadas al unísono por la orquesta (Sol, Sol, Sol, Mi bemol) y luego repetidas un tono más abajo (Fa, Fa, Fa, Re) que han sido comparadas por el mismo autor con el "Destino llamando a la puerta". Es extraordinario pensar que este mismo ritmo, tres cortos y uno largo, en el alfabeto Morse indica la letra V. Esto explica que el incipit de Beethoven se utilizara como tema musical de Radio Londres durante la II Guerra Mundial: representaba musicalmente el símbolo que Churchill hacía con los dedos en señal de victoria.

      Si pienso que toda la vida de Beethoven fue una enorme lucha contra las convenciones sociales, contra la enfermedad que le dejó progresivamente sordo, contra las convenciones musicales que le enjaulaban... me estremezco. Al final tuvo su victoria y fue la historia la que se la adjudicó, como ocurre con todos los grandes.

      Wang, que me ve con la partitura en las manos, se acerca a mí diciendo: - "Estupendo, ¿verdad?"- y me la quita de las manos con suavidad pero con determinación.

      - "Definitivamente," -- respondo - "el primer movimiento de la 5ª es una de las páginas que he analizado más profundamente en el curso de mis estudios. Contiene secretos, en mi opinión, de valor universal."

      - "¿Secretos?" - me pregunta Wang Shi con una sombra de inquietud que parece cruzar su mirada.

      - "Sí, el secreto del genio beethoveniano. La capacidad de tomar una célula rítmica formada por sólo dos notas diferentes y construir con ella todo un movimiento sinfónico. Una verdadera catedral del sonido elevada a la fuerza del pensamiento, a la razón, a la fatiga de la búsqueda de una perfección que Beethoven persiguió en todas sus obras. Quien haya leído los cuadernos de Beethoven no puede dejar de conmoverse por la inmensa lucha de este hombre por conquistar la perfección. Cuántas notas, cuántas reflexiones, cuántas tachaduras antes de fijar la idea definitiva en la partitura. Todo lo contrario que Mozart, un genio del mismo nivel, pero que tenía el don de escribir música de forma inmediata, sin agitación interior ni segundas intenciones".

      - "Dices la verdad, Max" - me sonríe, y ahora parece más relajado - "Tus análisis son dignos de un verdadero amante de la música, incluso de un verdadero conocedor."

      - "Permíteme entonces resolver una pequeña curiosidad que me surgió observando tus partituras" - digo aprovechando el piropo que me acaban de dirigir - "¿Cómo es que todas tienen las marcas de colores que pusiste en la fase de preparación de los conciertos, excepto esta que en cambio es nueva?"

      - "Eres muy observador" -- responde - "Conmigo tengo las partituras de las composiciones que dirigiré aquí en Roma y que no puse en el programa en el anterior concierto en Pyongyang, en Corea del Norte. Se las di a Sherman, mi gerente, antes de salir de Pekín. Ayer, cuando nos encontramos aquí en el hotel, vino a devolvérmelas. En cambio, la nueva partitura, la Quinta Sinfonía de Beethoven, es una copia de repuesto. Me la trajeron porque la original, la que tenía mis instrucciones escritas a mano, se utilizó para el concierto en Pyongyang y se quedó en la aduana norcoreana, junto con el resto de mi equipaje, para su inspección".

      - "Por suerte para ti, el resto de la gira se desarrolla en Europa y seguro que no tendrás más problemas de este tipo" - le tranquilizo.

      - "Por supuesto, siempre y cuando me

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