El Secreto De La Dominante. Diego Minoia
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Gracias a su información siempre podemos saber qué de delicioso ha llegado a la cocina, cuándo está fresco el pescado, cuáles son los platos que mejor le salen al chef de turno.
Después del desayuno, un relajante descanso en la piscina y luego las treinta vueltas diarias de natación. Fabienne intentó, en las primeras veces, alterar la cuenta de las vueltas pero luego decidió no vivir en una mentira y me confesó la verdad: a la décima piscina su cuerpo se pone en huelga, racionando el oxígeno, y empieza a tener visiones parecidas a los espejismos en el desierto, completadas con cama solar, bebida fresca y el suscrito que le masajea los músculos doloridos. Ante tan detallados
espejismos no pude evitar acceder, también porque no es tan desagradable acariciar sus bien formadas piernas con la excusa de un masaje.
Pasamos el resto de la mañana leyendo o paseando por Roma, entre galerías de arte y museos, pero siempre tomando rutas diferentes para descubrir cada vez algo nuevo e inesperado de esta magnífica ciudad.
La tarde la dedicamos a trabajar, si no tenemos ningún compromiso particular. Me encierro en mi habitación con mi equipo: teclado musical conectado al ordenador y todo el software más moderno para producir y editar música. Desde mis tiempos de conservador, siempre me he dedicado a componer música, sobre todo bandas sonoras para teatro y documentales, pero también escribo música para amigos concertistas que me la piden.
A lo largo de los años se han consolidado mis colaboraciones con compañías de teatro y estudios de producción de vídeo y ahora, gracias también a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, puedo mantener el contacto con mis clientes incluso cuando están de viaje por el mundo. Hacemos videollamadas, intercambiamos archivos de audio y vídeo... en definitiva, podemos trabajar como si estuviéramos en la misma ciudad.
Fabienne, por su parte, se sienta en una mesa esquinera en la terraza exterior y pinta, si el tiempo lo permite. En caso de mal tiempo, se refugia en uno de los salones interiores del hotel. Es una actividad que, además de darle muchas satisfacciones, le permite ser económicamente autosuficiente. No es que necesite ese dinero, su familia está bien y seguramente no le faltaría apoyo económico si lo necesitara. Pero Fabienne está orgullosa y ha hecho de su independencia económica una cuestión de honor. Y este aspecto de su carácter me gustó enseguida.
En estas dos primeras semanas después de nuestra llegada, Fabienne se dedicó a la decoración de porcelana, ya que en las tiendas del hotel, donde se exponían sus obras, se vendió todo lo que había dejado almacenado al final de nuestra anterior estancia en Roma.
- "Desde esta tarde me dedico a la acuarela" - me informa -- "Ayer llamé a Guido Mazzanti, mi amigo que tiene la galería de arte en via Margutta, y acordamos la entrega de una decena de vistas romanas para finales de mes. Tendré que trabajar mucho, Guido aprecia mi trabajo pero es muy selectivo a la hora de elegir las obras que se exponen en su galería".
Después de trabajar toda la tarde, cada uno por su lado, volvemos a la habitación y nos preparamos para la cena. Esta noche, linguini con langosta y rodajas de mero sobre un lecho de arroz "pilaf", todo ello rocia-do con un excelente Vermentino di Sardegna.
A las 9 de la noche, puntualmente, empiezo mi turno en el piano-bar del jardín de la azotea en el último piso del hotel. Al comenzar la velada con "Blue dream", una de mis composiciones que utilizo como tema de apertura, un rápido flashback visual me lleva a mi primera experiencia como pianista en el hotel.
- "¿Te he contado alguna vez cómo surgió la idea del primer tema musical, el que utilicé al principio de mi carrera?" - digo dirigiéndome a Fabienne que, esta vez sentada en uno de los taburetes altos colocados a un lado del piano, mueve la cabeza en señal negativa.
- "Trabajaba en un hotel junto al mar frecuentado por clientes individuales pero también por grupos de ingleses que llegaban semanalmente en avión chárter. En aquella época tocaba media hora incluso antes de la cena, para el aperitivo. El piano-bar estaba situado justo a la entrada del comedor, por lo que los "fletadores" hacían cola para cenar al menos diez minutos antes de la hora de apertura.
- "Quién sabe" - comenta Fabienne - "tal vez pensaron que no había suficiente comida para todos, así que era mejor hacer cola y entrar primero..."
- "Sí, pero podría ser que esta cola también estuviera influenciada por la tradición del hotel (un poco kitsch, lo admito) de hacer salir a un camarero y golpear un triángulo de metal para anunciar la apertura del comedor al estilo marítimo."
- "Como se hacía en los viejos barcos" - se ríe mi chica francesa.
- "Sí, como en los barcos de los piratas del Caribe" - alzo la voz con expresión de lobo de mar - "Sólo nos faltaba un loro en el hombro".
Así que, al ver a todos estos clientes alineados como soldados, la primera noche se me ocurrió poner una música rítmica para acompañar su entrada, y toqué "The Entertainer" de Scott Joplin.
- "Lo conozco, es el que se utiliza en la película "The Sting", con Robert Redford y Paul Newman" - señala Fabienne.
- "Exactamente. La idea le gustó al director, que obviamente era un hombre de ingenio, quien me pidió que usara siempre esa canción para señalar el comienzo de la cena. Durante unos años ese fue el tema de apertura, antes de sustituirlo por el actual que, además de ser más adecuado, al ser de mi propia composición, me garantiza ingresos adicionales por derechos de autor.
Mientras comparto estos recuerdos con Fabienne, miro a mi alrededor para darme cuenta de la situación en la sala. La pareja de eslavos de la noche anterior ya está sentada en la misma mesa, engullendo sus habitua-les canapés de caviar alternados con amplios sorbos de vodka con bastante esfuerzo.
- "Quizá estén entrenando para alguna competición típica" - digo sonriendo a Fabienne señalándoles con un ligero movimiento de la cara - "Como en esas absurdas competiciones americanas en las que gana quien se atiborra de más perritos calientes en cinco minutos".
- "Siempre consigues ver las cosas desde un ángulo original" - me canta.
Hacia las 10 de la noche, mientras Gordon describe la nueva versión de su cóctel dedicado a Fabienne que acaba de traerle (un poco más de ron y un poco menos de zumo de naranja), llegan los dos chinos, el maestro Wang y su secretario Chen. Les saludo con la cabeza, sin dejar de tocar, y comento con Fabienne: - "Esta noche no hay americanos".
- "Bueno", dice ella - "como los ensayos comenzarán en unos días, Sherman probablemente tendrá sus propios asuntos que atender. Si es tan importante como para organizar una gira en colaboración con el Ministerio de Cultura chino, me imagino que tendrá un montón de artistas en su agenda para gestionar por todo el mundo".
- "Sí," - replico - "pero también debe haber hecho algunos enemigos, ya que trae dos "ángeles de la guarda" con él."
- "Mira, hasta los dos eslavos intercambian comentarios sobre los chinos" - señala Fabienne. - "¿No te parece extraño que esos dos, que nunca antes se les había visto aquí en el hotel, hayan aparecido al mismo tiempo que la llegada de los chinos y no les quiten los ojos de encima? Quizá sean espías del KGB."
- "Parece que estás leyendo demasiadas novelas de espías últimamente" - le digo con sorna