Obediencia imposible. Eduardo Wolovelsky
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Eduardo Wolovelsky
Obediencia imposible
La trampa de la autoridad
Wolovelsky, EduardoObediencia imposible : la trampa de la autoridad en tiempos de pandemia / Eduardo Wolovelsky. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2021.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descarga y onlineISBN 978-987-599-726-41. Análisis de Políticas. 2. Pandemias. 3. Crisis Social. I. Título.CDD 363.34525 |
Diseño de tapa: Osvaldo Gallese
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Buenos Aires, Argentina
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Impreso en Argentina / Printed in Argentina
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Índice
Reflexiones para una breve introducción | 6
Aislamiento social o la obediencia imposible | 12
ExpertosLa trampa de la autoridad | 34
Los vencedores de la muerte | 48
La Declaración de Great Barrington | 96
Un nuevo totalitarismo se ha apoderado del mundo, el totalitarismo de la verdad tecnocientífica y tecnoeconómica. Esta religión totalitaria ha relegado la palabra narrada al reino de la especulación y de la falsedad. La realidad, se dice, son los hechos. Y en la sociedad tecnológica, en el lenguaje de la estadística, en el mundo globalizado, los hechos se han convertido en fetiches. ¿Qué nos espera? ¿Con qué nos encontraremos ahora?
Joan-Carles Mèlich, La lección de Auschwitz.
La lengua es un poderoso medio de propaganda. Es el más público y, al mismo tiempo, el más secreto. El efecto de la propaganda no es producido por discursos, artículos y panfletos. Se filtra en la carne y en la sangre de la gente. ¿Sabe que ya no hay pobres? Ahora es “gente de bajos ingresos”. Ya no se habla de “cuestiones”, por ejemplo de “cuestiones sociales”. Ahora son “problemas” que los especialistas segmentan en una serie de hechos técnicos. Para cada uno encuentran la solución óptima. Fórmulas eficaces. Pero palabras vacías de todo sentido. Es un colapso de la lengua. Una lengua muerta, neutral, invadida por palabras técnicas. Una lengua que absorbe poco a poco su humanidad.
De la película La cuestión humana.
Reflexiones para una breve introducción
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Gabriel Celaya, “La poesía es un arma cargada de futuro”.
Este libro nace de la urgencia de los tiempos actuales. Ella nos obliga a sentar una posición desde la cual rasgar las certezas impuestas para abrir un debate, ese que jamás es estéril, por mucho que el presidente de la nación pretenda lo contrario, según lo afirmó en una conferencia de prensa.1 Sin discusiones ni disputas, no es posible ni reorientarse en el camino ni decidir nuevas formas de actuar, más inteligentes, más justas y más eficaces. Sin abordar las inevitables controversias, solo nos queda seguir siempre por el mismo sendero hacia el abismo de la angustia y la desazón.
En cada uno de los capítulos que siguen, late la certeza de que los sucesos ocurridos bien pudieron haber sido distintos, y no como espejismo, sino como voluntad contra aquello que falazmente se nos dice que es inevitable. No nos referimos aquí a la emergencia del covid-19, porque tal hecho no está bajo nuestro designio y porque es evidente el deseo de cualquiera de nosotros de que el virus sars-cov-2 jamás haya abandonado su primigenia madriguera animal. Los sucesos a los que hacemos alusión se vinculan con el conjunto de las duras medidas médico-políticas tomadas en nombre de esta nueva enfermedad.
En estas primeras páginas, hemos de considerar como problema fundamental la perspectiva global de santidad, mandatos y temor que no pudo ser puesta en entredicho ni cuestionada, porque el poder que la anunciaba se figuró a sí mismo como el portador de todo el saber y de todo el bien que son posibles en este mundo. En este contexto, a todo el que intentó una mínima reflexión por fuera de los barandales de lo decidido se lo consideró un individualista, un ser inmoral, un negacionista, que no es otra cosa que una forma degradante de calificación, porque coincide con el modo en el que se conoce a quienes sostienen que el Holocausto (la Shoá) es una invención fantasiosa de la historia. Por mucho que enoje y enfurezca, y por mucho que los propios protagonistas no lo deseen, hubo un sesgo de cruel omnipotencia en el hecho de haber aspirado a ser el portador del buen sentido de lo moral, de asumirse como el defensor de la vida o, como diría más tarde uno de los médicos asesores del Poder Ejecutivo, de ser la “antimuerte”. Pensemos por un momento en las palabras de Tzvetan Todorov: “La (buena) política aspira a reforzar la justicia, pero cumplir la ley no convierte a nadie en moral. Es más, desconfiaríamos de un juez que aspirara a la santidad mediante el ejercicio de su profesión”.2
Totalitarismo sanitario
Puede que haya llegado el momento de poner en cuestión muchas de las categorías, conceptos y clasificaciones sociales elaboradas en función de darle legitimidad