Obediencia imposible. Eduardo Wolovelsky
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Europa es aún más problemática. Al momento de emitirse el decreto, las referencias parecieron ser España, Italia, Bélgica y Francia, y no todo el continente. Es importante aclarar que, más tarde, también Gran Bretaña y Alemania declararían confinamientos de su población de distinto grado y orden. Pero meses después de que se anunciara el primer encierro, en una de las tantas prórrogas que sucedieron, ocurrió un incidente sobre el cual debemos hacer foco. Frente a un modelo diferente en el que se tomaron medidas muy alejadas de la reclusión masiva de la población, del todo o nada, el presidente argentino sostuvo: “La verdad que lo que veo es que Suecia, con 10 millones de habitantes, cuenta 3.175 muertos por el virus. Es menos de la cuarta parte de lo que la Argentina tiene. Si seguimos el ejemplo de Suecia, tendríamos 13 mil muertos”.5 El tiempo no le dio la razón. Por el contrario, mostró lo erradas y dolorosas que fueron las medidas de su decreto. Europa incluye a Suecia, y no es suficiente decir que los más poderosos países de ese continente se adhirieron a los confinamientos. Como en la obra de Henrik Ibsen Un enemigo del pueblo, la gran mayoría podría estar equivocada, en particular si entendemos que el covid-19 no es el único desafío social que enfrentamos, sino que forma parte de una trama vital muy compleja.
Lo cierto es que la ordenanza del Poder Ejecutivo de Argentina contenía un mandato inviable, el del aislamiento social. No era posible obedecer por largo tiempo, y sin embargo se insistió una y otra vez en ello tratando la situación psicológica como un problema menor o una cuestión de voluntad. Mientras las angustias del aislamiento ocurrían y eran vistas con desprecio, la ansiedad por el contagio no disminuía, sino que, por el contrario, crecía con el encierro. Finalmente, tras la muerte de Diego Armando Maradona, el 25 de noviembre de 2020, y el velorio organizado desde el Poder Ejecutivo, ocurrió lo inevitable: toda la lógica del decreto estalló. La expresión “si no hubiéramos organizado esto todo hubiera sido peor”,6 referida al velorio dispuesto en la Casa Rosada por el gobierno, fue la más clara evidencia de la imposibilidad de obedecer, por mucho que se lo hubiese deseado, una disposición que iba contra la más básica condición social de los seres humanos. Lo sucedido durante el velorio de Maradona, donde cientos de miles de personas se fusionaron y agolparon para un acto ritual, que se les negó a casi todos los otros ciudadanos que no pudieron despedirse de sus seres queridos muertos durante 2020, fue finalmente un acto de rebeldía. Puede que haya sido desdibujado o ayudado por la idolatría profesada hacia quien fuera uno de los más eximios jugadores de fútbol de la historia, pero no por ello resultó menos revelador sobre una orden que quedará como uno de los actos más lacerantes de las primeras décadas del siglo xxi.
Antígona
Tal vez, antes de que se redactase el decreto del 20 de marzo de 2020, antes de suponer que un grupo de infectólogos —que no parecen ver la condición humana más allá de los microorganismos que nos pueden infectar— tuviese la última palabra para enfrentar esta o cualquier otra epidemia global y antes de estampar la firma presidencial en un documento que obligaba a lo que no era posible (y por ello era cruel y estéril), hubiese sido importante que todos repasaran ciertas grandes creaciones literarias que el pasado nos ha legado. Puede que entonces hubiesen escuchado el lamento del rey Creonte: “¡Oh, hijo!, a ti, sin que fuera esa mi voluntad, dio muerte, y a ti, a la que está aquí. ¡Ah, desdichado! No sé a cuál de los dos puedo mirar, a qué lado inclinarme. Se ha perdido todo lo que en mis manos tenía y, de otro lado, sobre mi cabeza se ha echado un sino difícil de soportar”.7 Volvamos sobre la historia de Antígona en la obra de Sófocles (siglo v a. C.) para entender las palabras del soberano de Tebas y ser conscientes de la advertencia que han desoído los gobernantes actuales.
Eteocles y Polinices, hermanos de Antígona, están predestinados a darse muerte el uno al otro. Herederos ambos del mismo trono, deciden que han de alternarse cada año en el poder por ser esta la solución más justa. Pero el pacto no se cumple, y Polinices decide enfrentar a su hermano mientras este gobierna la ciudad de Tebas. En la batalla, y tal como estaba predicho, los hermanos se dan muerte el uno al otro. Creonte, ahora monarca de Tebas, establece que a su sobrino Eteocles se lo entierre con las “justas” y “acostumbradas honras”, de tal forma que “lo reciban los muertos bajo tierra”. Pero a Polinices, que se levantó contra su ciudad natal, le niega ese mismo honor, por lo que deberá quedar “sin duelo”, “insepulto” y “a merced de las aves”. Antígona, por respeto a las leyes divinas y por lealtad, decide darle sepultura a su hermano, aun sabiendo que su tío Creonte la condenará a muerte por violar la dura ordenanza que ha dado.
Polinices encuentra la paz de la sepultura, pero Antígona, a pesar de ser la prometida de Hemón, el hijo del propio rey, ha de ser enterrada viva como castigo por violar la orden real. Antígona se da muerte en su sepultura y, al saberlo, lo mismo hace Hemón. Su madre, la esposa del rey Creonte, no soporta el dolor y también se quita la vida.
Hay leyes y decretos tan faltos de razón y de prudencia, impuestos bajo la soberbia de querer mostrar poder y control, que obligan a una obediencia imposible y, por ello, solo pueden concluir en tragedia. Son leyes y decretos que generan conflictos, sufrimientos y dolores difíciles de disipar.
El decreto del 20 de marzo se extendió de diferentes formas, una y otra vez, a lo largo de todo un año laboral y educativo. Tal como le sucediese a Creonte, no se podía llegar con tal orden a buen puerto, ni siquiera a uno maltrecho. Imaginar que el aislamiento social no nos iba a dejar a la deriva es altivez, o ingenuidad, o imposibilidad para el entendimiento de la condición humana. De esta manera, hoy hemos quedado plagados de problemas que no sabemos cómo enfrentar; miedos, disputas y enfrentamientos derivados de una “epopeya bélica” que no era tal. Se ha tratado de defender al sistema de salud, no a las personas (se dirá que se cuida a las personas haciéndolo a su vez con el sistema de salud, el mismo que estuvo abandonado a la burocracia por décadas, pero esto, considerado como un absoluto, es falso, porque la vida de las personas y sus dolencias no se reducen solo a tener un lugar en una terapia intensiva a cualquier costo, por grave que sea la situación). Se ha deshilachado una trama social y será muy difícil volver a tejerla. Nos llevarará décadas.
Tal vez si los gobernantes, los nuestros y los de la mayoría del mundo, los de gran parte de Europa, hubieran abrevado en los pensamientos y las reflexiones de escritos que llevan siglos nutriéndonos, entonces quizá habrían sido más cautos en sus decisiones. Como afirma el Corifeo en la obra de Sófocles: “La cordura es, con mucho, el primer paso de la felicidad. No hay que cometer impiedades en la relación con los dioses (ni en lo referente a las dignidades de la condición humana). Las palabras arrogantes de los que se jactan en exceso, tras devolverles en pago grandes golpes, le enseñan en la vejez la cordura”.8
1 “Aislamiento social preventivo y obligatorio”, decreto 297/202, disponible en línea: <https://shortest.link/8pq>.
2 Como claro ejemplo de lo que aquí se dice, aparece la famosa disyuntiva “entre la economía o la vida elijo la vida”. Véase Cass R. Sunstein, Leyes del miedo. Más allá del principio de precaución, Madrid y Buenos Aires, Katz, 2006, pp. 15 y 16.
3 “Aislamiento social preventivo y obligatorio”, op. cit.
4 Shuriah Niazi, “¿Por qué India ha fallado en contener el coronavirus pese a tener uno de los confinamientos más estrictos del mundo?”, en aa, 26 de septiembre de 2020, disponible en línea: <https://shortest.link/8ps>.