Eternamente. Angy Skay

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Eternamente - Angy Skay Solo por ti

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problemas para el trabajo y demás?

      —Sí, la gente miraba muy bien tu expediente, y cuando se enteraban de que había estado en la cárcel, rara vez era la que me contrataban, solo por temporadas muy cortas. Incluso había veces en las que trabaja únicamente por días. Fue horrible.

      —Qué gente más ridícula… Eso no quiere decir que no seas una buena persona.

      Suspiro.

      —No, pero la gente solo ve lo que quiere ver. Menos mal que encontré a Manuel. Tuvo una paciencia infinita conmigo.

      Sonrío al recordar a mi jefe. Cuánto lo echo de menos, y qué a gusto he trabajado con él siempre.

      —En fin, espero que no me digas que tienes nada más oculto. Al final, me matarás de un infarto.

      Me coge de los hombros y me aprieta contra él para salir de la tienda a buscar a Brenda.

      —No, por mi parte está todo muy claro. Algún día tendrás que hablarme de ti.

      Sonríe de medio lado con esos finos y rosados labios, haciendo que un hoyuelo se le marque en el lado derecho de la mejilla.

      —Algún día.

      Tengo un objetivo claro, muy claro. Son las nueve en punto de la mañana y estoy con Brenda en pleno centro de Londres. Sí, seguramente estemos locas, pero aquí estamos, como auténticas policías. Me paro a pensar con detenimiento. Esto es ilógico.

      —¿Sabes que todo esto es una locura?

      —Sí.

      —¿Sabes que creo que deberías empezar a seguir el consejo de Max?

      —Sí.

      Esta mañana solo hablo con monosílabos.

      —Any, ¿estás volviéndote loca? —me pregunta con los ojos como platos al ver mi actitud.

      —Puede…

      Tamborileo en mi mesa con los cuatro dedos de la mano mientras contemplo el edificio que tengo enfrente. Bien, reflexionemos. Mi mente está a tres mil por hora, nunca mejor dicho. Estoy aquí con un único objetivo, y ese es Darks, que lo tengo delante: edificio con fachada de estucado gris plata, cristaleras enormes y, si mis cálculos no fallan, diez plantas. Ahora tengo que averiguar a qué se dedica esta empresa. Mi siguiente objetivo —aunque no tengo tan claro que vaya a encontrarlo así de rápido— es Darek, el tal Darek.

      Si por lo menos hubiera visto una foto suya de frente, lo tendría bajo control. Para eso soy muy buena. No se me olvida una cara así como así, y menos si me interesa.

      —Any, no sé qué demonios piensas hacer. ¿Con qué excusa vas a entrar ahí? —Señala el edificio.

      —No hay seguridad en la puerta, por lo que no creo que sea difícil el acceso.

      Me levanto para pagarle nuestros cafés a la camarera y, de paso, para interrogarla un poco. Veo cómo Brenda menea la cabeza enérgicamente. Lo sé, yo también pienso que a veces, y solo a veces, estoy un poco loca.

      —Perdone, ¿me cobra? —Extiendo un billete.

      —Sí, claro —me contesta muy alegre la camarera.

      Me preparo para sacarle información en cuanto se acerca con la vuelta.

      —Disculpe, ¿podría preguntarle algo? —Pongo mi carita de niña buena.

      —Sí, claro. Usted dirá.

      —La empresa Darks…, ¿sabe a qué se dedica exactamente?

      Asiente con rapidez. ¡Bingo!

      —Es una empresa de construcciones, señorita.

      —Y, por casualidad…, ¿sabe usted quién es el dueño? ¿Un tal Darek?

      La camarera se lleva un dedo a la barbilla en plan interesante. Pero enseguida hace una mueca con la boca de manera negativa.

      —En ese aspecto no puedo ayudarla.

      Suspiro fuertemente.

      —Muchas gracias. Ha sido muy amable.

      Cuando me doy la vuelta para irme, oigo que me dice:

      —Pero si le diré que viene todos los días a por un café sobre las tres del medio día. Es un hombre —mira hacia ambos lados y después susurra— bastante atractivo…

      Termina la frase poniendo ojos de gata. Vaya tela… ¡Ja! No me equivocaba de cafetería. Está justamente enfrente, y es la única que hay en toda la manzana, por lo que he visto.

      —De verdad, qué poca vergüenza. ¿Cómo tienes tanta cara? —me recrimina Brenda cuando ve que llego de la barra después de interpelar a la camarera.

      —¿Qué pasa? Solo he sacado información. Vamos —la apremio, cogiéndola del brazo—, tenemos trabajo.

      Salgo muy segura de mí misma. Brenda tiene cara de descomposición total. Está adquiriendo un color cada vez más blanquecino según cruzamos la carretera que va directa a la entrada del edificio, y eso que ella es mulata.

      —¿Te encuentras bien? —le pregunto con una sonrisa guasona.

      —No te rías, Any. Estas cosas me dan cagalera.

      Prorrumpo en una carcajada que hace que la suelte del brazo y tenga que agarrarme la barriga debido al dolor de reírme tanto.

      —No seas tan exagerada. ¡No es para tanto!

      Brenda niega con la cabeza sin parar mientras, a paso decidido, entramos en el edificio. Por lo que divisan mis ojos, parece un sitio siniestro; muy siniestro para ser una empresa de construcción. Lo raro es que no hay secretaria en la entrada, y eso me da que pensar, pues no sé muy bien cómo la gente sabría dónde tendría que ir. Tiene únicamente un largo pasillo y, a ambos lados, puedo observar miles de obras de arte de un montón de países diferentes como Rusia, Alemania, Tailandia, Estados Unidos… Las paredes están cubiertas de madera oscura y no hay un solo espejo en todo el pasillo. Al lado del ascensor hay una mesa redonda de cristal y, sobre ella, un jarrón con flores secas, parecidas a las que se ponen en los cementerios. Sin duda alguna, deberían cambiarlas.

      Brenda me mira y arquea una ceja. Mi cara no es para menos. No sé siquiera por dónde tengo que ir.

      —¿Y ahora qué? ¡Esto es un desastre!

      —Brenda, cálmate. Vamos a llamar al ascensor, a ver si encontramos algo.

      —¿Y si no hay nada?

      Mi amiga está al borde del infarto, lo sé.

      —Brenda —suspiro—, encontraremos algo. ¡Cálmate!

      Pulso el botón del ascensor y las puertas tardan dos segundos en abrirse. Raro. Parece que estaban esperándonos. Entramos

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