Eternamente. Angy Skay

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Eternamente - Angy Skay Solo por ti

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cuando se casó con Norbert, yo la amaba más que a nada en el mundo. He sufrido mucho por ella, Any. No lo sabe, nunca se lo he dicho. Siempre la observaba y seguía sus pasos. Parecía un loco detrás de ella, pero algo no me dejaba separarme de donde estuviese. —Mi cara era un completo poema—. El trabajo aquí, en Londres, lo solicité yo. Lo hice para estar a su lado. Incluso, cuando me enteré de lo de Norbert, estuve muy cerca de ella, pero jamás me vio. A partir de ahí, siempre intenté coincidir en el autobús, en el metro, en su trabajo… Pero no se acordaba de mí.

      —No tenía ni idea, pero si hiciste algo así, creo que deberías contárselo, porque es muy bonito, John.

      Él sonrió ligeramente.

      —No dudes que lo haré.

      —¿Cómo conseguiste que se acordara de ti? —le pregunté, realmente interesada.

      —Un día, en el autobús, decidí que era ahora o nunca y, sin más, me acerqué a ella. Y hasta el día de hoy la enamoré segundo a segundo, como se merece.

      Mis ojos, llenos de lágrimas, lo miraban asintiendo a todo lo que me decía. Qué bonito es el amor cuando llega. Y sí, en algo llevaba razón John: se lo merecía; eso y mucho más.

      En ese momento, el doctor nos llamó y, a toda prisa, decidimos dejar la conversación para otro momento. Según nos acercábamos, nuestros nervios florecían más y más, hasta que nos dijo que estaba bien y pudimos soltar todo el aire que teníamos contenido en nuestros pulmones. Nos abrazamos y nos besamos los unos a los otros, llenos de completa alegría. ¡Menos mal! Mi hermana es la única familia que me queda, por lo que no soportaría perderla, y gracias a Dios que todo quedó en un mal recuerdo. Aunque, a veces, no puedo evitar que un dolor inmenso me llene el corazón al pensar que el desenlace podría haber sido el contrario.

      Luego está el tema de Jim… Este es otro cantar.

      Estaba muy equivocada. Pensaba que era una persona transparente, pero me he dado cuenta de que no es así. No he vuelto a saber nada de él, aunque, no sé por qué, sé que me queda poco para tener noticias suyas. El beso que me dio en la puerta de mi casa hizo que un amargo sabor se quedara en mis labios y en mi pensamiento. No sé qué le rondará por la cabeza, pero es algo que no estoy dispuesta a consentir. Era el cliente perfecto, sin embargo, el supuesto príncipe azul ha resultado ser un sapo, y no un sapo cualquiera. Tendré que mantener mucho más las distancias, y siempre que esté en el trabajo, intentaré tener a alguien conmigo para evitar quedarme a solas con él.

      Por último, está Mikel… ¿Qué habrá pasado con él? Para evitar una discusión, no me he atrevido a preguntarle a Bryan. No es que sea una desagradecida, ya que él me salvó la vida. De lo contrario, seguramente estaría muerta ahora mismo. Siempre se lo agradeceré.

      No obstante, es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida, y me gustaría saber el porqué de muchas cosas. ¿Qué hacía con una pistola? Y lo peor de todo…, ¿le pegas dos tiros a alguien sin más y sin importarte qué pueda pasar después? Si alguna vez se nos va de las manos alguna discusión, ¿podría correr yo esa misma suerte?

      No es que lo piense, claro que no, y creo que no sería capaz. Pero siempre correrá la duda por mi cabeza.

      Una persona normal puede perder los papeles y matar a su contrincante dándole un mal golpe en la cabeza, incluso de muchas maneras diferentes. Pero él… llevaba una jodida pistola como si nada. Y, por la serenidad que desprendía, parecía estar acostumbrado. Me atemoriza el simple hecho de pensarlo. ¿Habrá matado a alguien más? No quiero ni plantearme las posibilidades que puede conllevar hacerle esa pregunta.

      Me tomé la libertad de contratar a un investigador privado hace cuatro meses. Me asusté. Y no precisamente por lo que encontré, porque no encontré nada sobre Bryan, ni una analítica siquiera. Eso fue lo que más me llamó la atención. Es como si él no existiera, lo cual atrajo más mis dudas. Si no existes, ¿quién eres? Eres una persona reconocida en Londres, pero si te investigan, no sale nada sobre ti. Solo datos mínimos, como el nombre propio y el de la empresa; algo muy raro.

      Bryan estuvo explicándome claramente —o al menos eso creo— el tema de la seguridad en la casa. Los dos gorilas, como yo los llamo, son sus trabajadores. Lo que no llego a comprender es el cometido que tienen en su empresa. Quizá sean sus guardaespaldas, aunque nunca lo he visto llevar a nadie. Ya he podido ponerles nombre. Sé que uno de ellos se llama Eduardo y el otro Liam.

      Por lo que me ha contado Bryan, Liam es su hombre de confianza. Es como si Max fuese su mano derecha y Liam la izquierda. Nunca lo había mencionado, y creo que después de ver los desplantes que le hacía cada dos por tres a ambos, decidió contármelo todo.

      Cuando pasó lo de las niñas, Bryan se tomó al pie de la letra la amenaza de esos mensajes y, acto seguido, puso todo patas arriba para garantizar nuestra seguridad. No he vuelto a recibir nada más desde entonces, y es algo que me tranquiliza, pero siempre hay alguien al lado de mis hijas cuando Bryan y yo no estamos. Como aquella vez que coincidimos los dos en Sevilla. Yo estaba allí por trabajo, y sé que mis hijas se quedaron en buenas manos con Giselle, Nina, John y los de seguridad. Estoy segura de que no podría haberles pasado nada.

      Otra pregunta que florece en mi cabeza es qué hacía Bryan en Sevilla. Negocios, según él. Sí, pero ¿qué tipo de negocios?

      Dudas, dudas y más dudas me consumen día a día.

      Está claro cuál es el problema de esta relación. Por mucho que no queramos aceptarlo, hemos ido demasiado rápido como para pararnos a pensar en la cantidad de sucesos que nos han pasado desde que nos conocemos. Si analizamos las cosas buenas y las malas, son muchas más las buenas, está claro, puesto que el hecho de ser padres es la mejor alegría que nadie podría tener en la vida. Pero si pensamos en las malas, la balanza estaría muy igualada.

      Esto no se quedará así, dado que mi cabezonería puede con todo. Y sé que, aunque sea tarde, averiguaré quién eres, Bryan Summers.

      Yo saqué a la luz todo mi pasado, pensando que mi vida era lo peor para él y que me repudiaría por ello. Pero no, él lo sabía todo. Y ya me quedó bastante claro que el artífice de que la carpeta llegara a manos de Bryan fue ni más ni menos que Abigail Dawson, cómo no.

      Esa es otra.

      Si alguna vez vuelve a toparse en mi camino o me entero de que tuvo algo que ver con los mensajes que me mandaron, juro que me las pagará, y de la manera más cara que pueda, porque me tomaré la justicia por mi propia mano.

      Y Max, ese hombre al que ya considero un amigo… Pero ¿amigo fiel? La respuesta es no. No llego a entender por qué protege tanto a Bryan. Recuerdo la conversación que tuvimos cuando se enteró de que contraté a un detective privado para investigar a Bryan. La reacción no podría haber sido peor. Ni la situación. No pensaba contárselo, pero me pilló de pleno. Lo recuerdo a la perfección.

      Estaba en el aparcamiento de mi trabajo. Allí es donde solía ver a mi detective, como yo lo llamaba. Yo le pagaba y él me daba fotos e informes que destruía en cuanto salía del garaje para que Bryan no los viera. El último día que lo vi, pues no hubo manera de encontrar nada relevante como para continuar con la investigación, le entregaba un sobre con dinero en el preciso instante en el que entraba Max al garaje como un toro mientras yo le sonreía agradecida al hombre.

      —Muchas gracias por sus servicios, aunque he de decir que no han servido para nada. Entiendo que no ha sido su culpa.

      —El placer ha sido mío, señorita A…

      ¡Pum!

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