Eternamente. Angy Skay
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—¡¿Qué haces tú con este?! —me gritó cerca de la cara.
—Pues…, pues…
—¡¿Pues qué?! —Me miraba desesperado por una respuesta.
Tras ayudar a levantarse al pobre detective, que había caído desplomado al suelo, miré a Max. Sabía que me echaría una bronca de tres pares de narices, y así fue.
—Max, este es José, un detective privado. Estaba… —pensé mi respuesta mientras Max me escrutaba con la mirada. Sería una tontería engañarlo— pagándole sus servicios.
—¿Sus servicios… para qué? —me preguntó, arqueando una ceja.
Por un extraño motivo, bajé la mirada, avergonzada. Pero enseguida la levanté, porque no estaba haciendo nada malo.
—Quería saber quién era Bryan, aunque ha sido en vano.
Max meneó la cabeza enérgicamente de arriba abajo, con cara de pocos amigos.
—Entiendo… Váyase de aquí antes de que le deje sin un diente en la boca. ¡Ya!
El pobre detective no rechistó; se subió en su coche y se marchó a toda prisa.
No sabía dónde meterme.
Max empezó a dar vueltas de un lado a otro por el parking de la empresa. Lo escuché respirar con fuerza. Para ser más exactos, oí hasta el latir de su corazón.
—Vamos a ver, Any…
Lo interrumpí antes de que empezara a hablar:
—No eres mi padre para decirme lo que debo o no hacer.
Al ver las malas maneras en las que se lo decía, se pegó a mí y se quedó completamente a la altura de mi rostro, mirándome de manera intimidatoria. Alcé mi cabeza para mirarlo a los ojos, y en ellos solo había chispas.
—Claro que no soy tu padre, pero veo las consecuencias de lo que haces; consecuencias que tú ignoras por completo.
Enarqué una ceja y lo miré más intensamente.
—¡Ah, ¿sí?! Y, según tú, ¿qué es lo que ignoro?
—Muchas cosas de las que no tienes ni puta idea, y con esto, solo lo empeoras todo.
Ya estaba empezando a desesperarme.
—Habla claro, Max. ¿Qué se supone que empeoro?
—Te he dicho muchas veces que cuando Bryan esté preparado, te contará lo que quieras saber. ¿Por qué sigues indagando?
—¡Necesito respuestas! Respuestas que él no me da, que nadie me da. —Resopló y se pasó una mano por el pelo, impaciente, al ver mi comportamiento—. ¿Qué pasa, Max? ¿Te altero? Pues esto solo es el principio, porque pienso enterarme de quién es Bryan Summers, cueste lo cueste. Ni tú ni nadie va a impedírmelo —le dije, señalándolo con el dedo—. Ahora, si quieres —continué con aires de chulería—, puedes irle con el cuento a tu fiel amigo.
Entonces pasó algo que jamás me habría imaginado. Al darme la vuelta para ir hacia mi coche, Max me detuvo. Me cogió por los hombros y, zarandeándome, me chilló:
—¡No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo! ¿Quién cojones te crees que eres para indagar en su vida de esa manera? ¡¿Quién?! Si él decide contarte sus cosas, lo hará. Si no, créeme, es mucho mejor para ti. ¡Eres una necia!
A cada palabra que iba diciendo, yo abría los ojos más y más, hasta llegar a un punto en el que comenzaron a escocerme. Jamás lo había visto así. ¿Este era el verdadero Max? ¿Dónde estaba su lado cariñoso y pasional?
Me quedé helada, con la mirada fija en él. Enseguida se me escapó una lágrima, y él, asustado, me miró. Creo que en ese momento entró en sí y se dio cuenta de que había perdido los papeles. Y no con cualquiera, sino conmigo.
Cuando te apoyas tanto en una persona como yo lo hacía en Max, duele —y mucho— encontrarte con que no es como lo esperabas. Pero, claro, es lo mismo de siempre… Nada es como lo esperamos.
Max me soltó de inmediato y miró mis hombros marcados por la presión de sus dedos. Sus ojos se abrieron más que los míos al darse cuenta de lo que había hecho, al ver cómo me había hablado.
Retrocedí un paso.
—Any… —Elevé una mano en el aire para que no continuara, pero él no se dio por vencido—: Escúchame, lo siento. No sé qué me ha pasado… Por favor, espera —me suplicó.
Sin mirar atrás, me metí en el coche y salí echando humo del aparcamiento de mi empresa, dejando a Max de pie y observando cómo me alejaba.
Desde ese día, o sea, desde hace un mes, he intentado evitarlo por todos los medios, y hasta el día de hoy lo he conseguido. Todavía no me veo capacitada para hablar con él.
Sé que Bryan se ha dado cuenta de lo que pasa. Estoy segura de que Max se lo ha contado, aunque él personalmente no me haya dicho nada. Pero yo no soy tonta; lo sé.
A pesar de todo lo malo, siempre hay algo que me hace sonreír día a día: mis adorables hijas Lucy y Natacha, mis dos luceros. Crecen tan rápido que a veces me asusta. No quiero que se separen de mí jamás. Son mi día y mi noche y, sobre todo, mis ganas de seguir adelante. Mis dos pequeñas tienen ya casi un año. Parece que fue ayer cuando las tuve. Cada día están más espabiladas. Son una ricura y se portan estupendamente. Andrea, como siempre, nos ayuda en todo lo que puede, sobre todo ahora, que tenemos más trabajo en la oficina y tengo que estar más tiempo fuera de casa.
Hablé con Richard y, en vez de dejar de trabajar por completo como Bryan quería, redujimos unas cuantas horas de jornada. Me da tiempo suficiente para hacer todos mis proyectos y poder disfrutar de mi familia.
Bryan, últimamente, está mucho tiempo trabajando, así que lo veo a duras penas. Aunque intento aprovecharlo al máximo, siempre hay algo que me dice que esté alerta.
—¿Qué estás ocultando, Bryan? —murmuro mientras continúo sumergida en la piscina, relajándome. Hay veces que pienso que me tiro más tiempo en el agua que en mi propia cama.
Noto cómo alguien entra y, seguidamente, me pone una mano en la cintura.
Y aquí está el hombre de mis más profundos pensamientos y dudas.
—Hola… —Besa mi hombro. Me giro y cojo su cara con mis manos para darle un apasionado y largo beso—. ¡Vaya, qué buen recibimiento! —Asiento—. Pero, a pesar de esta magnífica acogida, veo que alguien está dándole vueltas a algo aquí. —Me señala la cabeza. Me mira con admiración, aunque también con cara de «Sé que ocultas algo»—. ¿Es por Max?
Decido que si le digo que sí dejará de preguntarme, pero también sé que creará otra duda más. Realmente, estoy harta de guardarme todo para mí.
—Sí —me limito a decir. Asiente; lo sabe—. Sabes por qué estamos así, ¿no es cierto?