Eternamente. Angy Skay

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Eternamente - Angy Skay Solo por ti

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enfadado.

      —Claro… —digo desganada—. Me voy con Brenda y las niñas a la playa a dar un paseo. Ahora volveré. ¿Qué hacía aquí?

      —Ha venido a entregarme unos papeles.

      —¿Va a quedarse?

      Estamos muy lejos de casa, así que dudo que vaya a irse.

      —No, no ha querido. Ya se lo he dicho.

      Me marcho con los ojos encharcados. Pero no pienso llorar; él se lo ha buscado. Yo no estoy comportándome de manera infantil. Él fue el que se pasó tres pueblos conmigo. Si quiere algo, que venga a decírmelo.

      Cojo a las pequeñas y salgo a la entrada de la casa para esperar a que llegue Brenda. Veo cómo Max se sube en su coche y sale disparado. No sé qué hará aquí o qué será tan importante, pero algo grave debe ser cuando se ha pegado este viaje para venir. Tendré que enterarme, y sé cómo voy a hacerlo.

      Paseamos por la playa que tengo frente a la casa en la que estamos. Es de arena blanca y fina. Tenemos kilómetros de playa privada que corresponden a la finca. Todo un paraíso. Ponemos una toalla sobre la arena, tanto para las pequeñas como para nosotras, y nos sentamos.

      —¿Estás bien? —me pregunta Brenda.

      —No lo sé. Creo que están escapándoseme muchas cosas.

      —¿Has averiguado algo más?

      Asiento. Estoy harta de hacer averiguaciones sobre la vida de Bryan. Aunque él me haya dicho que pertenece a su pasado, ¿tan malo es para no compartirlo?

      —¿Y bien?

      —Es poco, pero me vale. Sé que la llave que me entregó Anthony es de un pariente suyo y que corresponde a una casa. Pero no sé dónde está siquiera. Es un puto rompecabezas, Brenda.

      —¿Y qué hay de lo otro?

      —Un pen drive.

      Brenda me mira sin entender nada. Está hablándome de lo que había detrás de la chimenea; lo que parecía más misterioso de todo, a fin de cuentas. Esta familia y sus secretos…

      —¿Cómo dices? —me pregunta asombrada.

      —Sí, así me quedé yo. Lo que había detrás de la chimenea de Anthony era un pen drive.

      —¿Qué hay dentro?

      —No lo sé. No sé siquiera si estoy preparada para verlo.

      Me quedo unos instantes mirando el mar. Pienso, le doy vueltas a todo una y otra vez. Mi rompecabezas no termina de encajar, y tengo un descontrol mental que no me deja ni dormir. Le cuento que hoy ha venido Max, que necesito que me ayuden una vez más para despistar a Bryan, para llevar a cabo mi plan.

      —Claro que sí. Sabes que puedes contar con nosotros para lo que quieras. Y cambiando un poco de tema, ¿qué te ha parecido Ulises?

      —Lo he pasado mal… ¡No te rías!

      —Any, ¡por Dios! Si lo conoces desde antes que yo.

      —¿Y qué? Eso no me da derecho a tener que conocer todas las partes de su cuerpo.

      —Entonces, ¿qué? —insiste, realmente interesada.

      —¡Oh, Brenda! ¡Venga ya! ¿De verdad quieres que te lo diga?

      —A mí me gustaría saberlo.

      Nos quedamos las dos en absoluto silencio y, cuando giramos la cabeza, ahí está el hombre del que estamos hablando: Ulises. Las dos estallamos en una carcajada mundial. Ulises se sienta en la arena y coge a la pequeña Lucy en brazos de manera cariñosa. A Natacha, al momento, le da envidia y empieza a tocarle la pierna con su pequeña manita. Todos nos quedamos con cara de bobos mirándola. Al final, Ulises termina cogiendo a una en cada brazo.

      —¿Y bien? —Ulises nos saca a ambas de nuestros pensamientos.

      —No está mal —le contesto, a sabiendas de su respuesta.

      Brenda comienza a reírse de nuevo.

      —¿Cómo que no está mal? —pregunta molesto, pero en el fondo sé que no lo está.

      Él mismo empieza a reírse; se lo tiene bien creído el tío. Se nos pasa la risa cuando Ulises suelta:

      —Any, llevo un tiempo sin hablar cercanamente contigo, y la verdad es que lo echo de menos. Sabes que te quiero, y quiero a estas dos niñas tan preciosas que tienes, pero…

      —Sigue sin gustarte —termino la frase.

      Niega y mira a Brenda.

      —No es eso. Bryan me cae bien; mejor dicho, al final ha conseguido caerme bien. Pero no me gusta verte así. Más que una persona normal, parece que eres de la CIA, y esto no puede seguir así. Creo que deberías ponerle las cartas sobre la mesa y que te diga lo que tenga que decirte. —Hace una pausa y suspira—. Tú hiciste lo que nadie jamás hubiese hecho nunca: le contaste toda tu vida a una cámara sabiendo que lo sabría medio mundo, y lo hiciste por él. Creo que lo mínimo es que él lo haga por ti.

      —Lo sé, Ulises, pero no lo hace. Antes me dijo que era pasado y que ya no tenía que preocuparme. No sé si lo mejor es dejarlo estar…

      —Haré por ti todo lo que me pidas, y lo sabes. Pero no puedes vivir así siempre: con las dudas, las preguntas sin respuesta… No, Any, eso no es vida para nadie. Tú también contaste tu pasado, te repito, por él.

      Junto mis rodillas y apoyo mi cabeza en ellas. Pienso y pienso. Es lo único que hago últimamente. No sé qué hacer, pero la curiosidad, algunas veces —o casi siempre—, me puede. ¿Por qué no puede contármelo y ya está?

      Mañana iré al cementerio a ponerle unas flores a mi madre. No estamos lejos de Cádiz, así que tardaré muy poco en llegar. Lo que no tengo claro aún es si iré sola o con Bryan.

      A la hora de comer, como habíamos hablado, Ulises comienza con su plan para ayudarme a averiguar qué le ha traído Max a Bryan; tarea que parece no ser muy difícil.

      —Bryan, ¿nos vamos a por esa botella de vino que hemos dicho?

      —Claro, dame un segundo.

      Se va escaleras arriba y, tras ponerse una camiseta para tapar ese escandaloso cuerpo que tiene, baja para irse con Ulises.

      —No tardaré —me dice, dándome un beso en los labios y mirándome fijamente a los ojos.

      Este hombre va siempre por delante de mí, y no sé por qué. Asiento como puedo. Me dirige una última mirada, pero no sin antes decirme:

      —Recuerda: la curiosidad mató al gato.

      Lo miro extrañada. Es imposible que haya escuchado mi conversación con Brenda y Ulises. No pierdo el tiempo en pensar. Quizá me lo ha dicho por la conversación que hemos tenido en la piscina.

      Me meto por la puerta en la

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