Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga

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Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910 - Adriana María Suárez Mayorga

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style="font-size:15px;">      48 La función esencial de las crónicas, memorias o notas de viaje era describir el ambiente de determinado lugar desde la mirada particular del observador, labor que suscitaba la utilización de diversas estrategias narrativas que estaban fuertemente ligadas a la condición personal de quien escribía.

      49 Tómese en consideración que la “conciencia de las penurias materiales del país no sólo provino de las vivencias de los extranjeros. También estuvo presente en el tema de las exposiciones universales. [...] Los colombianos avisados sabían de sobra que las mercancías nacionales no entraban en la categoría de los fetiches exóticos, ni pertenecían al género de los verdaderamente industriales” (Martínez, 2001, pp. 22-23).

      50 Miguel Cané (1851-1905) inició “su carrera de escritor en La Tribuna y el Nacional” y luego se desempeñó como “director general de Correos y Telégrafos; diputado; ministro plenipotenciario en Colombia, Austria, Alemania, España y Francia; intendente de Buenos Aires; ministro del Interior y de Relaciones Exteriores” (Terán, 2008, p. 14).

      51 Martín García Mérou (1862-1905) se desempeñó como escritor, crítico literario, diplomático y político. Tras salir, “hacia julio de 1883”, de Colombia, estuvo en Venezuela y Buenos Aires por un corto tiempo, hasta que fue designado “secretario de la Legación en Brasil” (1883) y, un año después, en España (1884). Luego fue “nombrado ministro en Paraguay” (1886), Perú (1891) y Estados Unidos (1896) (García Mérou, 1989, pp. III-IV).

      52 Un ejemplo de ello es Saffray (1984). Para profundizar en el tema de los viajeros extranjeros que visitaron el país remitirse a Martínez (1978), Carvajal (1979), Romero (1990), Deas (1993), Díaz Granados (1997) y Jaramillo Uribe (2002).

      53 La lectura de ambas obras sin duda permite vislumbrar las similitudes existentes entre Miguel Cané y Martín García Mérou, o bien porque aluden prácticamente a las mismas temáticas, o bien porque emplean un orden semejante para efectuar la exposición de los acaecimientos. Sin embargo, a la vez es tangible que el tono usado por cada uno para narrar lo ocurrido proporciona una mirada ciertamente personal de la sociedad bogotana.

      54 Terán (2008) asevera que el orgullo mostrado por Miguel Cané hacia 1888 por la cultura de Buenos Aires mutó poco después en desazón.

      55 Cané creía que el “‘cosmopolitismo democrático’ que irrum[pía] fundamentalmente en los centros urbanos y la agitación anarquista que [quebraba] la paz social” eran fruto de la inmigración (Solari, 2001, p. 79).

      56 Miguel Cané condensó “de modo insuperable dentro de su grupo socio-cultural el registro de la pérdida de la deferencia, así como el sentimiento fóbico frente a los avances del igualitarismo y la sensación de cercamiento de la elite; todo ello enmarcado en una mirada entre extrañada y severa respecto de las modificaciones estructurales que introducía la modernidad” (Terán, 2008, p. 25).

      57 El temor a las masas se vio acentuado en la Argentina finisecular por el alto índice de inmigrantes que arribaron procedentes de diferentes naciones, con ideologías distintas y un nivel educativo dispar. En efecto, para Miguel Cané “el inmigrante encarna[ba] la ‘atrofia moral’ de una época volcada sobre todo al logro del beneficio material” (Solari, 2001, p. 79).

      58 Domingo Faustino Sarmiento decía que “el predominio del afán de riquezas sólo [podía] generar un país sin ciudadanos” (Terán, 2008, p. 50), visión con la que concordaba Miguel Cané cuando declaraba que el “consumo ostentoso era la marca de un rumbo perdido” (p. 52). De aquí surgirá en el pensamiento canesiano una “tensión entre mercado y virtud” (pp. 52-53) que redundará en la conversión de Buenos Aires “de la Atenas del Plata” a “la Cartago Sudamericana” (p. 55).

      59 Al respecto decía: “Pero ¿desde cuándo acá los impuestos municipales se emplean entre nosotros, nobles hijos de los españoles, en el objeto que determine su percepción? ¿Cuánto pagaba hasta hace poco un honrado vecino de los suburbios de Buenos Aires en impuestos de empedrado, luz y seguridad, para tener el derecho de llegar a su casa sin un peso en el bolsillo, tropezando en las tinieblas y con el barro a la rodilla?” (Cané, 2005, p. 182).

      60 El altozano era el atrio de la catedral. Ocupaba “todo un lado de la Plaza [de] Bolívar”, estaba “colocado sobre cinco o seis gradas” y tenía “un ancho de diez a quince metros” (Cané, 2005, p. 191). Era, además, el sitio en donde los políticos y la élite bogotana se congregaban para discutir temas de actualidad o para conversar sobre la cotidianidad de la urbe.

      61 Hacia 1907, Hiram Bingham (1875-1956) formuló la misma similitud de Bogotá con Madrid, en aras de demostrar el carácter provincial de la capital colombiana; en sus palabras: “Caracas is more like Paris, while Bogotá resembles Madrid. [...] Bogotá is of necessity more provincial” (Bingham, 1909, p. 248). Hay que indicar que este explorador y político norteamericano decidió emprender a comienzos del siglo XX una travesía por Venezuela y Colombia con el fin de recorrer la ruta de la campaña más celebrada de Simón Bolívar. Partió de Nueva York a mediados de noviembre de 1906 y llegó a Caracas a comienzos de diciembre; allí se juntó con Hamilton Rice, quien ya tenía cierta pericia en viajar por la parte austral del continente americano. Ambos duraron un mes en Caracas y cuatro más cruzando Los Llanos y Los Andes hasta arribar a Bogotá (p. 239). La traducción del inglés es mía.

      62 La cursiva es mía. Téngase en mente que para esta época, académicos de la talla de Rufino José Cuervo, Miguel Antonio Caro y Jorge Isaacs, ya eran ampliamente reconocidos en el continente. Interesa indicar que Aguilar (1884) reprobó la exaltación del progreso espiritual sobre el progreso material. Lejos de coincidir con quienes enaltecían la majestuosidad de las residencias de la élite para anteponerla a las carencias urbanísticas que mostraba el espacio citadino, en su obra el presbítero explícitamente decía que “los versos y la literatura, solos, lleva[ban] á los hombres al hospital y á las naciones á la ruina” (p. 191). Usando la correlación capital-país, él aseguraba que la realidad colombiana era directamente proporcional al letargo en que se encontraba Bogotá, pues esta era la única gran urbe del continente que se había quedado atrás en el tiempo, o sea, que todavía conservaba “el aspecto, suciedad, atraso, estancamiento y preocupaciones” del pasado colonial (p. 69). La única, además, que carecía “de las comodidades, inventos y adelantos de las ciudades modernas” (p. 69), pese a ser una de las más “populosas” de “la América española” (p. 70). Desde su perspectiva, esto se debía a que en Colombia no se empleaban adecuadamente los impuestos, circunstancia que a la larga explicaba por qué se cancelaban “con repugnancia” (p. 71)

      63 Cabe acotar que Antonio Gómez Restrepo (1938), quien conoció la obra de Miguel Cané, fue el colombiano que mejor expresó esa relación entre el interior y el exterior al aseverar: “Hemos entrado en todos estos pormenores sobre [la antigua ciudad], porque su recuerdo se va perdiendo entre las nuevas generaciones, las cuales no tienen ya término de comparación para apreciar lo que se ha avanzado en pocos lustros: y se exasperan al fijarse únicamente en las muchas cosas que aun nos faltan. Además, este aspecto oscuro del cuadro tiene su contraste luminoso; pues si el exterior de Bogotá en el pasado siglo era muy poco risueño, el interior, la vida social, el movimiento intelectual, compensaban con creces esa deficiencia. Las calles eran tristes y silenciosas; pero salvado el umbral de las casas de nuestra buena sociedad, todo era luz, animación, alegría” (p. 96). La cursiva es mía.

      64 En 1902 Manuel José Patiño retomó en su Guía práctica de la capital esta dualidad interior-exterior al explicar cómo eran las residencias de “las familias acaudaladas” de la urbe. Allí planteaba que, más allá de “los muladares y sucios extramuros”, se entraba “a las habitaciones particulares”, donde “Bogotá [tenía] otra faz”: se hallaban “magníficos palacios, artísticamente decorados y ornamentados” que hacían que el visitante

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