Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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A veces, coméis un alimento indigesto que produce toda una revolución en vosotros. Entonces, debéis comprender lo que sucede y saber entrar en vosotros mismos para reconciliar las dos partes. Actualmente, por todas partes hay revoluciones, porque las revoluciones existen, en primer lugar, dentro de los hombres, en su estómago, en sus pulmones, en su cabeza. Las revoluciones exteriores nunca son otra cosa que el reflejo de las revoluciones interiores. Si no hubiese revoluciones en el hombre, tampoco las habría en el mundo.
Los Iniciados son unos reyes sabios, dulces, atentos para con su pueblo, y muy poderosos, a pesar de las condiciones difíciles de su vida. Cada día visitan su reino, se interesan por las necesidades de sus súbditos, por todas partes por donde pasan miran si hay agua, aire, luz y alimento en cantidad suficiente. El Iniciado es el rey verdadero que sabe visitar cada día a sus células con el pensamiento. Cuando un rey pasa por una ciudad, todos sus súbditos son advertidos y empiezan a limpiar y a adornar las calles. Se dicen: “Llega el rey, debemos estar preparados y bien trajeados para recibirle...” Se apresuran a prepararlo todo y, cuando el rey llega, es acogido triunfalmente. Si os cuidáis de visitar cada día a vuestras células con la imaginación, se producirán en ellas muchos cambios.
Haced esta experiencia: concentrad vuestro pensamiento en vuestros dedos durante unos minutos; constataréis un ligero aumento de temperatura. ¿Por qué?... Se produce aquí un encadenamiento de procesos muy complejos. Está, en primer lugar, el pensamiento, que podemos considerar como una especie de movimiento; este movimiento del pensamiento, de una gran sutileza, arrastra otro movimiento: el del sentimiento. Después, estos movimientos influyen en el sistema nervioso que, actuando sobre el sistema circulatorio, provoca la dilatación de los vasos capilares y el aumento de temperatura, aportando así más abundantemente la vida a los dedos. Los buenos pensamientos que enviáis a cada uno de vuestros órganos y de vuestros miembros producen en éstos cambios benéficos. Si cada día, durante unos minutos, tomáis el hábito de pensar en vuestras células, podréis mejorar vuestra salud.
Actualmente los hombres viajan, visitan todos los continentes, pero se olvidan de visitar su propia tierra. Saben lo que sucede en el otro extremo del mundo e ignoran lo que sucede dentro de ellos mismos. No se dan cuenta de que algunas de sus células sufren y, cuando consultan a su médico, ¡se enteran de que su enfermedad había empezado ya hace años! Debemos adquirir el hábito de visitar nuestras células, porque ellas nos advertirán inmediatamente de lo que sucede en nosotros, de lo que nos falta y de lo que debemos buscar.
Mientras los humanos no aprendan a amarse a sí mismos, cuando pretendan amar a los demás les harán morir en vez de ayudarles. ¿Qué hace el que “ama” las gallinas, las ovejas, los conejos, las ocas, los pavos? Los corta el cuello y se los come. Y cuando un hombre le dice a una mujer: “Querida, te amo, te necesito”, podemos traducir: “Estoy hambriento, déjame que te corte un pedazo, porque tienes una carne muy tierna y tengo ganas de comerte...” Sí, muchos aman a su prójimo de esta manera. Por eso los sabios nos aconsejan amar primero al Señor, y después a nuestro prójimo, porque si sabemos cómo amar a Dios sabremos también cómo amar a los demás.
El amor a Dios, el amor por los demás y el amor por uno mismo se encuentran representados cada uno de ellos por un centro en nuestra cabeza.
El centro del amor a Dios está situado en lo alto de la cabeza; es el centro del amor superior, de la devoción al Creador. El centro del amor a los demás está situado un poco por encima de la frente. El centro del amor por uno mismo se encuentra en la parte de alta de la cabeza, ligeramente hacia atrás. El centro del amor a Dios se encuentra entre los otros dos, y está en relación con el loto de mil pétalos llamado chakra Sahasrara. Este loto sólo se desarrolla con el amor hacia el Creador, un amor puro, perfecto. Al desarrollarse, este centro libera al hombre de la materia y le vuelve capaz de viajar por el espacio.
Recientemente me contaron una pequeña historia. Durante la última guerra había una mendiga que, queriendo aprovecharse de los subsidios que se daban a los refugiados, iba cada día a reclamar al Ayuntamiento. No tenía derecho a estos subsidios y se negaban a dárselos, pero ella volvía sin cesar a importunar a los empleados con sus quejas y... su mal olor, ¡porque no debía haberse lavado desde hacía años! No sabían cómo desembarazarse de esta mujer, hasta que un día, uno de los empleados, más perspicaz que los demás, propuso esto: “Vamos a darle jabón y vestidos limpios diciéndole que tendrá sus subsidios cuando vuelva lavada y correctamente vestida...” Cuando la mendiga se presentó de nuevo al servicio de refugiados le anunciaron esta buena nueva. Primero creyó que se trataba de una broma; pero cuando comprendió que se trataba de una propuesta seria y que su limpieza le permitiría obtener estos subsidios que reclamaba desde hacía meses, frunció el ceño, lanzó algunos gruñidos y se fue. Nunca más la volvieron a ver. Pensaba que el día que estuviese limpia y bien vestida ya no podría mendigar.
Y nosotros también somos, a menudo, como esta mujer; con respecto al mundo invisible tenemos exactamente la misma actitud. Murmuramos, reclamamos grandes cosas, y cuando el Cielo nos dice: “Te daremos lo que deseas, pero primero, lávate”, preferimos permanecer sucios y no tener nada. Cuando encuentran una Enseñanza que les aconseja dejar de comer carne, no beber alcohol, no fumar, vigilar sus pensamientos y sus sentimientos, muchos huyen, ¡porque esta Enseñanza les tiende un jabón!
Alguien viene a veros y os dice: “Amigo, dame tu corazón, lo necesito...” Os negáis; murmura y suplica, un día, una semana, un mes, y, finalmente, le dais vuestro corazón. Y ahí lo tenéis con dos corazones... Pero vosotros ya no tenéis ninguno. Otro reclama vuestro intelecto diciendo que tiene necesidad de él para trabajar. Tras algunas semanas de reclamaciones lo obtiene, y vosotros os veis privados de intelecto. Otro viene y dice: “Amo mucho tu alma, dámela...” Se la dais, y os quedáis sin alma. Finalmente, alguien os pide vuestro espíritu, y también acabáis cediendo... ¡Así adquirís la reputación de ser caritativos!
Me miráis con ojos asombrados: ¿acaso es posible dar el corazón, el intelecto, el alma o el espíritu a alguien? Es tan posible que estaréis horrorizados si os digo que el número de seres humanos que no han dado o vendido su corazón o su intelecto es sumamente reducido. Y esto no es todo: hay también entidades inferiores del mundo invisible que tienen interés en apoderarse del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu humanos para utilizarlos en sus trabajos tenebrosos. En realidad, estos seres nunca consiguen esclavizar otra cosa que el corazón y el intelecto; el alma y el espíritu se les escapan gracias a su esencia superior, divina. Aunque el alma y el espíritu pueden ser sometidos durante un cierto tiempo, debido a su conexión con el corazón y con el intelecto (que están más próximos a la materia, al cuerpo y a las corrientes inferiores, y que son, por tanto, más susceptibles de ser influenciados), al final, son libres e invulnerables. Salvo en el caso en que el hombre se ate, conscientemente y definitivamente, con un pacto con los demonios.
Pero los espíritus superiores también quieren manifestarse en el hombre. Estos espíritus forman una jerarquía de ángeles, de arcángeles y de espíritus luminosos... hasta la Divinidad, y es sólo a ellos a los que podemos, y hasta debemos, dar nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu, porque con ellos nunca seremos robados, ni perjudicados ni abandonados. Debemos rogarles que vengan y se sirvan de nosotros para la gloria de Dios y de Su Reino.
Observad a los hombres y os daréis cuenta de cómo son asaltados por unos ladrones visibles o invisibles que hacen presión sobre ellos hasta volverles esclavos. Y, de esta manera, para obtener dinero, placeres, poder o gloria, los hombres venden su corazón, su intelecto, su alma y su espíritu. El discípulo de la Fraternidad Blanca Universal será tentado de todas las maneras por las fuerzas inferiores que querrán esclavizarle, pero no debe aceptar; debe ser semejante al profeta Daniel, que fue