Los dos árboles del paraíso. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Diréis: “Pero ¿qué debemos hacer cuando vienen a reclamarnos nuestro corazón, nuestro intelecto? No está bien negárselo...” Os daré unas imágenes. Tenéis un violín que os gusta tocar y que está maravillosamente sintonizado con vuestro ritmo, con vuestras vibraciones. Un día alguien os lo reclama en nombre de la caridad, de la amistad. Debéis decirle: “Amigo mío, te daré la música que sale de mi violín, pero el violín es mío, me lo quedo, no está hecho para ti...” Suponed también que tengáis un capital depositado en un banco. Si alguien viene a reclamároslo, le diréis: “Amigo mío, te daré los intereses de este dinero, pero yo conservaré el capital, para que me siga rentando...” O aún, tenéis un árbol frutal en vuestro jardín y alguien querría que lo arrancaseis para plantarlo en el suyo. Le diréis: “Querido amigo, conservaré este árbol en mi jardín, que le conviene, pero, si te apetece, ven a comer de los frutos de mi árbol todo lo que quieras; te daré incluso un injerto para que puedas ponerlo en tu jardín, pero no más...” Supongamos aún que tenéis un libro extremadamente raro y precioso y que la misma historia se repite, alguien os pide que se lo deis. Le diréis: “Ven a mi casa todos los días, si quieres, para leerlo o para copiarlo, pero el libro debe seguir en mi biblioteca, porque lo quiero ahí...” De esta manera dais un trabajo a todos, les sacáis de su pereza. Todo el mundo está contento y evoluciona mejor.
A vosotros os toca ahora establecer una correspondencia entre estos ejemplos y las diferentes funciones del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu. No deis vuestro corazón, dad solamente vuestros sentimientos. No deis vuestro intelecto, dad vuestros pensamientos. No deis vuestra alma, sino el amor que emana de ella. No deis vuestro espíritu, sino las fuerzas benéficas que brotan de él.
Todos nosotros estamos como prisioneros en el mundo físico; para liberarnos debemos cumplir estos dos mandamientos que Jesús nos dio: amar al Señor y amar al prójimo. Aunque estemos en las peores condiciones exteriores, podemos vivir interiormente en la libertad, la pureza y la paz, porque este amor que tenemos por Dios y por los hombres nos lo da todo. Y, al contrario, podemos encontrarnos en las mejores condiciones exteriores y ser interiormente los más atormentados, los más limitados, los más miserables, porque no tenemos ningún amor.
Tomad al Sol como símbolo de la Divinidad y acercaos a él. Es el amor el que nos acerca a los seres y a las cosas, porque el amor es una fuerza que nos une; cuando amáis a alguien tenéis ganas de acercaros lo más posible a él...
Conocéis la ley de la atracción universal: “Los planetas se mueven como si fuesen atraídos por el Sol en razón directa de su masa y en razón inversa del cuadrado de su distancia al Sol...” El centro de la Tierra ejerce también una atracción. Al estar la Tierra ligeramente achatada por los polos, la distancia al centro es menos grande desde el polo que desde el ecuador, y cuando pesamos un mismo objeto en el polo y en el ecuador, nos damos cuenta de que en el ecuador pesa menos que en el polo. Al ser en los polos la atracción más grande, el objeto allí es más pesado. Pero, suponed que el objeto vuele por el espacio, que se aleje de la Tierra: llegará un momento en el que ya no sufrirá más la atracción terrestre y en el que ya no tendrá, por tanto, peso. Entonces entra en el campo de atracción del Sol, y será el Sol el que empiece a atraerlo. Imaginad, pues, que escapáis a la atracción terrestre: os sentiréis cada vez más ligeros, y no sólo ya no haréis ningún esfuerzo para dirigiros hacia vuestra meta, sino que os sentiréis atraídos, casi absorbidos por el Sol.
La misma ley actúa en nosotros mismos: a veces subimos muy arriba, nos acercamos al Sol espiritual y nos sentimos felices, ligeros, dilatados. Otras veces, descendemos, y nos sentimos pesados, desgraciados. Debemos, pues, hacer todos nuestros esfuerzos para elevarnos, gracias a nuestra voluntad y a nuestro amor por la fuente divina, y nos sentiremos aliviados de nuestras cargas y de los lazos que nos atan a la Tierra.
Os acordáis del esquema que os di:
Si podemos pasar de la parte inferior del esquema a su parte superior, llegaremos al Reino de Dios en donde reinan los tres principios de la sabiduría, del amor y de la verdad. Sucede en el hombre como en las plantas. Aquél que se encuentra en las raíces vive en la oscuridad; pero, si sube a las hojas y las flores, vive en la luz, siente el soplo del viento, el frescor del rocío y los rayos de Sol.*
* Ver un comentario más completo de este esquema en la conferencia “La parábola de la cizaña y del trigo” (La alquimia espiritual, tomo 2 de las Obras completas).
Antes de terminar, volveré sobre las palabras del Maestro:
“ Tened el corazón puro como el cristal,
el intelecto luminoso como el Sol,
el alma vasta como el universo,
y el espíritu poderoso como Dios y unido a Dios”,
porque éstas proyectarán sobre vosotros una luz sobre los dos mandamientos que nos dio Jesús: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento, y con toda tu fuerza” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
París, 19 de junio de 1938
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