La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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para entrar así en su visión de las cosas. ¿Acaso se saben interpretar mejor las parábolas de Jesús por haber estudiado la gramática de una lengua antigua, la historia de un pueblo, o la arqueología? No, para interpretar las parábolas de Jesús hace falta otra ciencia, la ciencia de los símbolos que sólo puede adquirirse con el ejercicio de las facultades del alma y del espíritu.

      Pero este nivel de conciencia elevado sólo puede ser alcanzado si mejoramos nuestra manera de vivir, si nos mostramos más atentos, más respetuosos con las leyes del mundo espiritual. ¡Cuántos creen que podrán proyectarse a los planos superiores sin cambiar nada en sus hábitos de vida y de pensamiento! Pues no, por mucho que se entreguen a elucubraciones de todo tipo, se quedarán en “la letra” y no comprenderán.

      Los patriarcas, los profetas, que eran Iniciados, pudieron elevarse hasta el mundo divino gracias a una disciplina de vida. Esta disciplina de vida es la que nosotros debemos adoptar para subir, en pos de ellos, hasta ese lugar en el que tuvieron revelaciones, no hay otros métodos. Así que, si queréis leer la Biblia, empezad por preguntaros lo que debéis mejorar en vuestra existencia, y no os inquietéis si no lo comprendéis todo inmediatamente. ¡Hay tantos textos difíciles! El Génesis, por ejemplo, o el Apocalipsis... Pero leed sin turbaros, y tratad de elevaros con el pensamiento rogando al Espíritu santo para que venga a iluminaros.

      En varias ocasiones os he leído, en el Evangelio de san Juan, el pasaje que se llama la Oración sacerdotal: “Padre, ¡ha llegado la hora! Glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique, puesto que Tú le has dado poder sobre toda carne, para que conceda la vida eterna a todos aquellos que Tú le has dado...”

      Lo que dice este texto quizá no sea comprensible en el sentido intelectual del término; pero, puesto que viene del alma y del espíritu de Cristo, es a nuestra alma y a nuestro espíritu a los que se dirige, y sobre ellos ejerce su poder; y, una vez que estas palabras han alcanzado nuestra alma y nuestro espíritu, todo nuestro ser, hasta nuestro cuerpo físico, siente sus vibraciones. “He hecho conocer tu nombre a los hombres que Tú me has dado del medio del mundo. Eran tuyos y Tú me los has dado; y han guardado tu palabra... Les he dado la gloria que Tú me has dado para que sean uno, como nosotros somos uno – yo en ellos y Tú en mí – para que sean perfectamente uno y que el mundo conozca que Tú me has enviado y que Tú les has amado como Tú me has amado. Padre, quiero que allí donde estoy, aquellos que Tú me has dado estén también conmigo, para que vean mi gloria, la gloria que Tú me has dado, porque Tú me has amado antes de la fundación del mundo...”

      Sí, estas vibraciones que vienen del mundo del alma y del espíritu son sentidas por todo nuestro ser, y algo que dormitaba en nosotros se despierta y se pone en movimiento. Los textos bíblicos, cuyo estilo critican a menudo ciertos eruditos, son comparables a corrientes de fuerzas que tienen el poder de despertar las almas, de colmarlas, de curarlas. La Oración sacerdotal es uno de los textos más auténticos, más verídicos, más profundos que podamos leer. ¡Y peor para aquellos que se limitan a hacer un análisis critico!

      2 - La palabra de Dios

      Son estas experiencias las que menciona san Juan en el Apocalipsis, así como san Pablo en su Segunda Epístola a los Corintios. San Juan escribe: “Yo, Juan... fui arrebatado en espíritu, y oí detrás de mí una voz fuerte como el sonido de una trompeta que decía: Lo que ves, escríbelo en un libro...” Y san Pablo: “Conozco a un hombre en Cristo que fue, hace catorce años, arrebatado hasta el tercer cielo (si lo fue en su cuerpo, no lo sé, si lo fue fuera de su cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe). Y sé que este hombre (si fue en su cuerpo o sin su cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe) fue llevado al paraíso y oyó palabras inefables que no le son permitidas a un hombre expresar...”

      Tomemos solamente las obras filosóficas. ¡Cuántos filósofos fabrican sistemas que sólo expresan su propia visión del mundo! Esta visión, necesariamente limitada, refleja sus insuficiencias espirituales, psíquicas, intelectuales, ¡y hasta físicas! Sin hablar de aquellos que buscando cultivar la originalidad, se esfuerzan por presentar teorías nuevas. Y entonces, ¡tantos filósofos, tantas filosofías! La verdad es que sólo existe un único sistema de explicación del universo, quiero decir un único sistema que explique adecuadamente lo que son el Creador, la creación y las criaturas, y cada uno debe esforzarse en reencontrar sus fundamentos. Que luego exprese los resultados de sus investigaciones según su temperamento propio, según su carácter, según su sensibilidad, o también podemos decir con “su voz”, es algo normal.

      Un cantante que debe interpretar una partitura sólo puede hacerlo con su propia voz, y expresa a través de ella todo lo que él mismo es en profundidad; pero debe respetar la partitura, no tiene derecho a cantar otras notas que las que están escritas. De la misma manera, un filósofo no tiene derecho a cantar otras palabras que aquéllas que están inscritas en el gran libro de la vida, solamente tiene derecho a cantarlas con su propia garganta. Esto es lo que yo me esfuerzo en hacer, desde que descubrí la luz de la Ciencia

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