La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Los discípulos de una Escuela iniciática deben ejercitarse para digerir todos los venenos que la gente estúpida o malévola pueda verter sobre ellos en el plano astral. De estos venenos es de los que hablaba Jesús cuando decía: “Bienaventurados seréis cuando os ultrajen, os persigan y digan falsamente toda clase de mal de vosotros...” Así pues, suceda lo que suceda, alegraos, y el Cielo se alegrará por vosotros: habréis superado bien la prueba.
En uno u otro momento, todo hombre es calumniado, ensuciado. El verdadero discípulo de Cristo es aquél que sabe neutralizar las suciedades que recibe sin que su boca profiera una palabra contra Dios o contra los hombres. Y aunque deje escapar, quizá, palabras de irritación, de indignación, de venganza, que vuelva al menos a entrar en sí mismo diciéndose: “Nunca debo olvidar qué lo que sale de mi boca es lo que me ensucia... Me han dado unos ingredientes que no he sabido utilizar, pero, en el futuro, trataré de transformar mi cólera y mi impaciencia en dulzura, en amor y en bondad...” Como una buena cocinera, el discípulo debe aprender el arte de la transformación y sacar partido de todo lo que se le presenta para preparar los mejores platos. Sí, ¡la cocina también tiene algo que decir!
Mirad los árboles: se les pone estiércol y dicen: “Nosotros sabemos bien que lo que entra en nuestra boca no puede ensuciarnos...” Entonces, se ponen a trabajar operando todas las transformaciones cuyo secreto poseen, y después nos devuelven unos frutos tan bellos, perfumados y sabrosos como feo, maloliente y repugnante era el estiércol que habían recibido. Sin embargo, ¿cómo actúan generalmente los humanos? Reciben una pequeña salpicadura ¡y devuelven un cubo de basura! Si hubiesen comprendido los preceptos de Cristo, cuando recibiesen veneno, se esforzarían por devolver miel.
Entonces, ¿cómo debéis reaccionar cuando un gesto, una palabra, una mirada, introducen en vosotros turbación, cólera o algún otro estado negativo? En primer lugar, debéis deteneros, hacer una pausa. Porque, si os dejáis llevar por vuestras reacciones instintivas, os arriesgáis a producir más daño del que os han hecho. La cólera es la irrupción de una fuerza bruta, y esta fuerza bruta no es mala necesariamente, incluso puede ser benéfica para vosotros y para los demás, siempre que sepáis controlarla para poder dirigirla después. Y para controlarla, debéis, en primer lugar, deponer las armas que esta reacción instintiva acaba de poner bruscamente a vuestra disposición. Así que, en primer lugar, debéis deteneros, callaros y razonar; porque el razonamiento es la única rama, la única roca a la que podéis agarraros para no ser arrastrados y llevados por las aguas del torrente. El hecho de detenernos prueba que hemos sabido a qué agarrarnos, que no hemos sido arrastrados por las fuerzas salvajes del torrente.
Pero, una vez que nos hemos detenido, ¿cómo reparar la turbación que hemos experimentado? Haciendo una respiración profunda, haciendo algunos movimientos armoniosos y rítmicos con las piernas, los brazos, la cabeza. Sabed que, aunque estéis atados, un solo dedo que tengáis libre os permitirá restablecer el equilibrio, la paz y la armonía dentro de vosotros. Podéis también escribir con el pensamiento en el espacio unas palabras mágicas con letras de luz: paz, sabiduría, amor, belleza... Estos medios tan sencillos dan grandes resultados; pero debemos ser capaces de mantener la suficiente lucidez y dominio de nosotros mismos para pensar en utilizarlos.
“Lo que sale de la boca viene del corazón...” En realidad, podemos decir que esta boca de la que habla Jesús representa las diferentes bocas de nuestro ser psíquico, no sólo la del corazón, sino también las de nuestro intelecto y nuestra voluntad. La palabra “boca” simboliza, pues, el conjunto de nuestras actividades. Igual que nuestro corazón es la boca por donde pasan nuestros sentimientos, nuestro intelecto es la boca a través de la cual se expresan nuestros pensamientos, y nuestra voluntad la boca que producirá nuestros actos. Vale la pena meditar sobre los poderes de la boca: ella construye o destruye, ensucia o purifica, encarcela o libera, puede ahorcar a un hombre o arrancarlo del suplicio. He ahí otro de los significados del primer versículo del Evangelio de san Juan: “Al principio era el Verbo...” ¡Cuántas dichas y desgracias empiezan por la boca!12
En el libro del Génesis, se dice que cuando Adán y Eva hubieron comido la fruta prohibida, se escondieron del Señor que recorría el jardín con la brisa de la tarde. Dios llama a Adán: “¿Dónde estás?” y entonces se entabla toda una conversación. Adán responde: “He oído tu voz en el jardín y he tenido miedo, porque estoy desnudo y me he escondido. Y Dios Eterno dijo: ¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te prohibí comer? El hombre respondió: La mujer que pusiste junto a mí me dio del árbol y comí. Y Dios Eterno le dijo a la mujer: ¿Por qué hiciste eso? La mujer respondió: La serpiente me sedujo y comí...” 13
Una tradición dice que la fruta comida por Adán y Eva fue una manzana, otra que era un higo... Poco importa: lo que hay que ver en este texto, es que, de alguna manera, toca el mismo tema que la palabra de Jesús: el alimento. La serpiente, que es una personificación del mal, tienta a Eva proponiéndole comer de la fruta prohibida; después, Eva se la propone a Adán. Y cuando Dios les pregunta lo que ha sucedido, Adán acusa a Eva y Eva acusa a la serpiente. En realidad, hacer recaer la responsabilidad de nuestras faltas sobre un tentador (o una tentadora) no nos excusa. Si hemos actuado mal, somos culpables. No debemos sucumbir, no debemos “comer”, eso es todo, para no tener vergüenza de presentarnos ante el Señor cada vez que nos pregunta. “¿Dónde estás?”
Ahora, cuando se habla de tentación, es fácil considerar únicamente aquéllas que nos vienen del exterior, pero las tentaciones vienen también, y sobre todo, de nosotros mismos. Estamos habitados por voces interiores que nos hacen toda clase de sugerencias pretendiendo que son en interés nuestro y para nuestra felicidad. Y, en realidad, si las escuchamos, quedamos atados, y bien atados, porque estas voces no venían del mundo de la luz, y las entidades maléficas que han logrado la victoria se ríen después de este ingenuo al que han logrado capturar.
Un cuento búlgaro ilustra bien esta verdad. Un hombre había cometido toda clase de tropelías: raptos de mujeres seducidas, robos, asesinatos, etc. Finalmente, fue apresado y condenado a la horca. Cuando le ponían la cuerda al cuello, el Diablo se presentó ante él y le preguntó: “¿Ves algo allí abajo? – No. – Mira mejor. – Veo veinte mulos. – ¿Qué llevan encima? – Parecen sandalias, montones de sandalias. – Sí, pues bien, dijo el Diablo, son todas las sandalias que yo usé para llevarte hasta este cadalso en donde te van a ahorcar...” Aquél que no sabe resistirse a todas estas voces que hablan dentro de él para extraviarle, irá hasta el cadalso. Allí, el Diablo le mostrará todas las sandalias que usó para conducirle hasta ahí, y no le servirá de nada acusar al diablo, porque siempre es el hombre el que es considerado responsable de sus actos.
Es evidente que lo que comemos y bebemos tiene siempre consecuencias para nosotros. El que toma excitantes se agita; el que ha recibido un calmante está tranquilo; y el que ha tomado un somnífero se duerme. Igualmente, el pan enmohecido, los frutos estropeados o el vino malo con los que debe contentarse el mendigo, no sólo destruyen su organismo físico, sino que afectan también a su vida moral. Comer platos exquisitos o porquerías no puede producir exactamente los mismos efectos sobre nuestra salud física y psíquica.
Pero el estado en el que comemos es todavía más importante, porque también podemos envenenarnos con el alimento más sano y más suculento cuando no tomamos ciertas precauciones. ¿Cómo? Si al mismo tiempo que os lleváis a la boca los alimentos, estáis nerviosos por las preocupaciones, la cólera u otros estados negativos, estos alimentos se impregnan de los venenos de los que tales estados son portadores, y van a difundirlos en todo vuestro organismo. Sí, tenéis que saberlo: el alimento, a medida que lo absorbéis, se impregna con los elementos nocivos que vosotros estáis emitiendo, y os envenena. Evidentemente, lo inverso también es verdad.14
Es normal estar momentáneamente turbados o irritados por ciertos acontecimientos; pero entonces, aunque sea la hora de la comida, esperad un poco para comer hasta que hayáis vuelto a encontrar la paz y la armonía interiores. Y, si no podéis, si vuestras