La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Se dice que Dios habló a los Iniciados, a los hierofantes, a los profetas. En realidad, Dios habló y continúa hablando a través de toda la creación y en el corazón del hombre mismo. Es, pues, inexacto decir que habló solamente a uno u otro: sería más justo decir que ciertos seres le oyeron mejor que otros. Y habría que añadir también que lo que oyeron y relataron estaba necesariamente determinado por la situación, los problemas y las mentalidades de su tiempo. Con respecto a los grandes principios, todos dijeron lo mismo, pero, cuando entramos en el detalle, nos damos clara cuenta de que prescripciones que eran sin duda aceptables y hasta quizá necesarias hace algunos siglos, porque respondían a ciertas necesidades y representaban entonces un verdadero progreso, no pueden ser aceptadas hoy.
Todos los Libros sagrados son incompletos o imperfectos, y a menudo ni siquiera sabemos por quién ni en qué condiciones fueron escritos y transmitidos. Y, además, ¡cuántos seres excepcionales, sabios, místicos, poetas, supieron, también ellos, oír y leer la palabra divina! Muchos no escribieron o, si escribieron, se perdieron sus obras. O, si no se perdieron, la tradición no los presenta como Libros sagrados, cuando contienen ellos también revelaciones esenciales sobre el mundo del alma y del espíritu, así como sobre sus habitantes.
Ha llegado el momento en que los creyentes de todas las religiones dejen de enfrentarse blandiendo sus Libros sagrados como únicos depositarios de la palabra de Dios, porque esto es falso; sí, falso y ridículo. La verdadera fe no gana nada con estas querellas. La forma en que las religiones presentaron al Señor fue sin duda buena para una época en la que la gran mayoría de los humanos no estaban muy desarrollados mentalmente. Ahora que su capacidad de comprensión se ha afinado, ¿por qué seguir contándoles que fue Dios mismo quien habló a los profetas y que los textos llamados sagrados sólo contienen verdades eternas?
Que quede, pues, bien claro. Todos los Libros sagrados no son todavía sino migajas, copias incompletas e imperfectas del único Libro verdaderamente escrito por Dios: el universo, con el ser humano creado a imagen del universo. Algunos clamarán contra el sacrilegio, la herejía. Bien, que griten todo lo que quieran. Yo sé que el Cielo me escucha y me aprueba. Sólo los ignorantes pueden estar indignados, porque no saben cómo ha pensado el Creador el universo y el hombre.
Aún habiendo sido inspirados por el Cielo – y es cierto que fueron inspirados por el Cielo – los Libros sagrados no contienen únicamente verdades irrefutables y definitivas. Además, sabemos muy bien que las redacciones con las que los conocemos hoy pasaron por toda clase de peripecias. Por ejemplo, los cinco libros del Pentateuco, atribuidos a Moisés, fueron en realidad fijados en su forma definitiva varios siglos después de él, bajo la autoridad de Esdrás. Incluso para el Antiguo Testamento, los judíos, los católicos, los protestantes y los ortodoxos no aceptan el mismo número de libros. En cuanto a los Evangelios, es evidente que los cuatro cortos opúsculos que se repiten más o menos no pueden representar la totalidad de la enseñanza de Jesús.
¡Habría tantas cosas que decir sobre la redacción y la difusión de los Libros sagrados! Pero yo no soy historiador, y no me interesa entrar en estos detalles. Sé lo que sé, y eso me basta. ¿Y qué es lo que yo sé? Que aunque los Libros sagrados no son ni definitivos ni completos, tal como son, si aprendemos cómo leerlos, nos muestran el camino hacia Dios. Nunca un verdadero Iniciado presentará un Libro sagrado como el libro absoluto, ni siquiera la Biblia, aunque muchos la consideren como el Libro por excelencia, puesto que la palabra “biblia” significa libro. En todos los Libros sagrados hay algo que rectificar, que quitar o que añadir.
Aquél que llega a elevarse hasta la comprensión de las obras de Dios, puede redescubrir la quintaesencia de todos los Libros sagrados, porque las verdades que contienen están inscritas en la vida del universo y en su propia vida. Dios mismo es inaccesible, insondable, más allá de todo entendimiento, pero ha puesto en nosotros y en el universo que ha creado todos los elementos que nos permiten acercarnos a Él y descifrar algunos de sus mensajes. El primero de estos mensajes es la luz, puesto que gracias a la luz se manifestó al principio del mundo, cuando dijo: “¡Hágase la luz!” Así que, si queremos oír a Dios “hablarnos”, debemos buscar la luz, porque a través de la luz Él se dirige a todas las criaturas.9
1 La vía del silencio, Colección Izvor n° 229, cap. XIII: “Las revelaciones del cielo estrellado”.
2 “Y me mostró un río de agua de vida”, Parte VIII, cap. 3: “La ascensión de las montañas espirituales”.
3 La verdad, fruto de la sabiduría y del amor, Col. Izvor n° 234, cap. VII: “El rayo azul de la verdad”.
4 Centros y cuerpos sutiles, Col. Izvor n° 219.
5 Vida y trabajo en la Escuela divina, Obras completas, t. 30, cap. III: “El trabajo en la Escuela divina”, parte V.
6 “Sois dioses”, Parte II, cap. 2: “Nadie puede servir a dos amos”.
7 “Y me mostró un río de agua de la vida”, Parte VI, cap. I: “La pantalla de la conciencia”.
8 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte II: “En la tierra como en el cielo”, 1 y 2.
9 La luz, espíritu vivo, Col. Izvor n° 212, cap. V: “El trabajo con la luz”.
II
“NO ES LO QUE ENTRA EN LA BOCA LO QUE PUEDE ENSUCIAR AL HOMBRE...”
Después de haber leído, en uno de mis libros en el que hablo de la nutrición, el capítulo relativo al vegetarianismo,10 alguien me preguntó: “Pero ¿es tan importante no comer carne? En un pasaje de los Evangelios, Jesús dijo que no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella lo que ensucia al hombre...” Es cierto, Jesús dijo eso, pero visto lo que esta persona añadió, vi que no había comprendido verdaderamente el sentido de las palabras de Jesús. Por eso me gustaría volver a este pasaje para interpretarlo.
Así pues, dirigiéndose a la muchedumbre que le seguía, Jesús dijo: “Escuchad y comprended: no es lo que entra en la boca lo que ensucia al hombre, sino lo que sale de su boca...” Cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, sus discípulos fueron a decirle que había escandalizado a los fariseos. Después, Pedro le pidió: “Explícanos esta parábola...” Y Jesús respondió: “¿Todavía no tenéis inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y después es expulsado en los lugares secretos? Pero lo que sale de la boca viene del corazón y eso es lo que ensucia al hombre...”
¿Qué es lo que entra en nuestra boca? Principalmente el alimento, y salvo trastornos digestivos, este alimento no vuelve a salir por ella; lo que sale de nuestra boca, son, sobre todo, las palabras. Pero ¿acaso podemos decir que los alimentos no nos ensucian nunca? Si no están bien lavados, si están contaminados con productos tóxicos, pueden enfermarnos. Pero la palabra “ensuciar” se refiere más bien al mundo moral. Algunos alimentos, algunas sustancias pueden influir en nuestro mundo moral por los efectos que producen: la carne, el alcohol, la droga, tienen, en diferentes grados,