La piedra filosofal de los Evangelios a los tratados alquímicos. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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“Lo que sale de la boca viene del corazón, y eso es lo que ensucia al hombre...” Para comprender las palabras de Jesús, debemos remontarnos a aquello que la Ciencia iniciática revela sobre el ser humano y los diferentes cuerpos que lo constituyen: los cuerpos físico, astral, mental, causal, búdico y átmico.
El cuerpo astral es la sede de la afectividad, de los sentimientos, de los deseos: por tanto, en nosotros está representado por lo que llamamos corazón. Acordaos ahora de lo que os expliqué en la conferencia “Lo que revela el rostro humano”.11 Allí os presenté las relaciones que existen entre la frente y el espíritu, los ojos y el alma, la nariz y el intelecto, la boca y el corazón. Y la boca expresa lo que viene del corazón, del cuerpo astral.
Éste es, pues, el significado de las palabras de Jesús, lo que sale de la boca viene del corazón, y eso es lo que ensucia al hombre si no ha aprendido a purificar su cuerpo astral. La boca de la que aquí se trata es, evidentemente, la boca astral. Nada material sale de la boca física: ésta no hace más que tragar, absorber. En cambio, muchas cosas salen de la boca astral, porque a través de ella se expresan los sentimientos, las emociones, los deseos, y si estos sentimientos, estas emociones y estos deseos le son inspirados por su naturaleza inferior, el hombre se ensucia. Antes de ensuciar a los demás, se ensucia a sí mismo.
En realidad, existe una conexión muy fuerte entre las dos bocas, la física y la astral. Si dais satisfacción a la boca física, inmediatamente la boca astral expresa su placer y su satisfacción con una mirada, una sonrisa, y también con una palabra. La gente lo sabe bien, y por eso cuida la selección de los alimentos y su preparación cuando invitan a sus parientes y a sus amigos. Ofreciendo una comida suculenta, que agrada a las bocas físicas, esperan satisfacer también las bocas astrales. Inversamente, el que está mal alimentado, que traga cualquier cosa sin discernimiento o porque no tiene otra cosa que comer, no puede expresar después muy buenas cosas con su boca astral, su corazón. Por tanto, no hay que tomar al pie de la letra las palabras de Jesús, y, aunque no debemos dar demasiada importancia a lo que comemos, tampoco es bueno exagerar en el otro sentido descuidando ciertas reglas de higiene. Jesús no aconsejaba comer cualquier cosa y de cualquier manera.
Lo que entra, pasa por la boca física, y lo que sale, pasa por la boca astral. Pero, en realidad, ¿acaso no entra verdaderamente nada en nuestra boca astral? Sí, porque de la misma forma que sentimos y expresamos sentimientos y deseos, recibimos también los sentimientos y los deseos sentidos y expresados por los demás. Y a veces estos sentimientos y estos deseos son verdaderos productos tóxicos, venenos que pueden hacernos mucho daño. Es posible volverlos inofensivos transformándolos, pero hay que haber hecho un gran trabajo sobre uno mismo para soportar ver y oír todas las sandeces y los crímenes de los que son capaces los humanos sin dejarse envenenar y destruir. Únicamente los Iniciados, los grandes Maestros, saben quitar a estos “alimentos” su veneno y su poder de hacer daño para emitir después con su boca astral sólo sentimientos nobles y generosos. Las palabras de Jesús no se dirigen, pues, ni a los débiles ni a los ignorantes.
Y vosotros mismos, cada día estáis expuestos a las influencias y a las agresiones del mundo exterior. Éstas son alimentos que vosotros absorbéis. Pero si una mirada, una palabra, un gesto, un acto, logran quitaros vuestra fe, vuestro amor, vuestra luz y, por tanto, ensuciaros, eso significa que no sabéis alimentaros: deberíais haber escogido vuestros alimentos o mantener vuestra boca cerrada, simbólicamente hablando. ¿Por qué la habéis abierto a estos alimentos? Si no sabéis después cómo transformarlos, no debéis aceptarlos.
Diréis: “Pero ¿cómo no sentirnos molestos, heridos, por ciertas reflexiones o actitudes malévolas?” Evidentemente, en el plano físico, eso es imposible, pero, justamente, las palabras de Jesús no se refieren al plano físico. Interiormente, nuestra boca astral puede muy bien no aceptarlas, y entonces no nos sentimos disminuidos, heridos, porque no atentan ni contra nuestra integridad ni contra nuestra dignidad de hijos de Dios. Las injurias, las calumnias, o cualquier otra cosa tenebrosa que entre en la boca astral del hombre, puede llegar a no ensuciarle nunca. Únicamente lo que viene de él puede ensuciarle. No es responsable de ninguna otra cosa. Para el sabio, para el Iniciado, las palabras de Jesús son, pues, totalmente justas.
En los siglos pasados, el honor de los hombres y de las mujeres estaba basado ante todo en valores sociales y, por tanto, externos. Una palabra o un gesto atentando contra el honor obligaba inmediatamente a los nobles a batirse en duelo. Tenían que defender su reputación o la de su familia ante la sociedad y las generaciones futuras. Todo aquello que atentaba contra el ser humano, lo que “entraba en su boca” le ensuciaba. Debían “lavar su honor” e interminables tragedias nacían por casi nada. El que no respondía era considerado como un cobarde, un “gallina” y perdía la estima de los demás que le rechazaban. La literatura del siglo XVII francés, lo sabéis, está llena de historias de este género.
Es cierto que esta costumbre y esta manera de ver las cosas obligó a los hombres a hacer actos de valor. Pero, desde el punto de vista moral y espiritual, esta concepción del honor es falsa, deplorable, estúpida, porque no desarrolla realmente la nobleza y el valor, sólo sirve para salvar la cara, el prestigio social que, en realidad, es poca cosa. Para no perder su prestigio ante los humanos, esta gente se disminuía mil veces ante Dios.
La verdadera nobleza consiste en buscar soluciones más inteligentes, recurriendo a la conciliación. Pero eso exige en primer lugar todo un trabajo interior: el que ha sido ofendido debe comprender que ninguna maldad, ninguna acusación puede disminuirle a los ojos de Dios; si es inocente, las acusaciones y calumnias no cambian en nada lo que él representa para los ángeles y para Dios mismo.
Hay gente que no resiste un pequeño vaso de vino, inmediatamente están borrachos y cuentan todo tipo de sandeces. De la misma manera, ante la menor contrariedad ciertas personas pierden toda su sangre fría. El verdadero espiritualista, al contrario, es aquél que puede beber todos los licores embriagadores que le presenta el plano astral y conservar, a pesar de todo, una mirada límpida, un pensamiento claro, un paso recto y seguro.
Jesús no ignoraba que ciertos alimentos pueden ensuciarnos, pero sabía también que nosotros tenemos la facultad de resistir. Todos los días se nos proponen alimentos que se presentan como tentaciones. Ser tentado, es recibir una influencia. Y ¿qué es una influencia? Una corriente que trata de penetrar en nosotros, y por tanto, una especie de alimento. No siempre es posible oponerse a que surjan estas corrientes, pero una vez que se han introducido, nosotros debemos esforzarnos en transformarlas. Si sucumbimos, si nos dejamos ir en un gesto de debilidad, nuestro tribunal interior anota que no hemos sabido asimilar estas sustancias, y éstas van a reaparecer, de una u otra manera, bajo forma de impurezas, de trastornos psíquicos o hasta físicos.
Los alimentos nocivos que no dejamos pasar, seguro que no saldrán; debemos, pues, vigilar para no dejarlos penetrar. Pero, como no siempre lo conseguimos, una vez que han entrado, debemos trabajar para transformarlos y volverlos asimilables.
En la Antigüedad existió un rey, Mitrídates, que temiendo ser envenenado por la gente de su entorno, trató de inmunizarse con la ingestión progresiva de venenos, y lo consiguió muy bien: cuando, después de haber perdido una batalla, se tragó toda clase de venenos para no caer vivo en manos de sus enemigos, ninguno le hizo efecto y, finalmente, tuvo que pedir a uno de sus soldados que le apuñalase. Es cierto que podemos hacernos físicamente invulnerables a los venenos, otros lo hicieron también, además de