Orígenes y expresiones de la religiosidad en México. María Teresa Jarquín Ortega
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Para efectos de esta comunicación nos apoyamos en la caracterización propuesta por Escobar (2010: 86) quien sostiene que la región debe ser entendida como “[…] un enramado de acciones humanas estructuradas (relaciones sociales) sobre un área geográfica determinada, aunque a veces poco definida […]”. Según lo anterior, las acciones humanas en la veneración al Cristo de Chalma se observan como un proceso secular ejecutado sobre un área geográfica establecida. Como se advierte, el problema no radica tanto en la identificación de los sujetos sociales sino más bien en la definición del área geográfica. Para este último aspecto nos valdremos de la distinción planteada por García (2004: 41-43) quien sostiene la necesidad de acercarse a la geografía desde la noción de paisaje, entendido como la expresión visible de un sistema de organización espacial, mientras que la región es la manifestación funcional de ese sistema y no se hace necesariamente visible.
Consideramos que esto último ayuda a entender con claridad el fenómeno devocional por pertenecer al ámbito de las manifestaciones religiosas colectivas donde no únicamente hay liturgia y devoción, sino también la formación de redes económicas y solidarias —cargos y compadrazgos— producto de la necesidad de quienes acuden al lugar. Para tener un mejor panorama de lo anterior es conveniente advertir el papel de la geografía como marco, el paisaje como contexto y lo regional como expresión observable, en este caso, de un culto.
Elementos del paisaje
Enclavado en la profundidad de la barranca de Ocuilan se localiza el actual santuario de Chalma, que corre de noroeste a suroeste limítrofe con el cerro de Cempoala (Rodríguez y Shadow, 2000: 27), última estribación de las montañas de Huitzilac en las laderas del Ajusco (Obregón, 1953: 109).
La geografía accidentada que rodea al templo de Chalma lo dota de cierto aire enigmático. Esta geografía pertenece al llamado pedregal de Ocuilan, el cual forma parte del segundo sistema orográfico del Estado de México, del que se desprende una cadena montañosa que corre casi paralela a la ribera oriental del río de Ocuilan que, más adelante, tomará el nombre de río Chalma (Sánchez, 1993: 34-38). Estos elementos geográficos que enmarcan el santuario también fueron considerados relevantes por el jesuita Francisco de Florencia quien en su momento los recuperó en el contenido de la crónica:
[...] Ay a distancia de dos leguas de dicho pueblo [Ocuilan], mirando al Poniente una barranca abierta a lo largo, casi de Septentrion a Medio dia, por donde de la parte Norte baja un río, hafta llegar al fitio del Santuario, no muy caudaloso; de alli para el Sur bien crecido por el raudal, que del pie de la ladera en que estan las cuevas brota y engruesa fus corrientes, como diré despues [sic] (Florencia, 1689: 5-6).
El camino, por qualquiera parte que fe vaya, es montuoso, lleno de subidas, y bajadas, en partes pedregales, en partes lodos. Esta, como ya he dicho en la ladera de una honda barranca; por la parte que yo subí a él (que no es la mas afpera) camina mas de media legua por un pedregal muy quebrado; en llegando cerca se baja hasta lo profundo, en que se vadea un río de crecido y arrebatado caudal [ sic] (Florencia, 1689: 69-70)
Debemos mencionar que la orden agustina, encargada de la evangelización de los pueblos indios de Ocuilan y Malinalco (Grijalva, 1985: 119, 191),4 al igual que las otras órdenes mendicantes que llegaron a la Nueva España, fue heredera de la tradición religiosa medieval, por lo que en los nuevos territorios se continuó considerando el paisaje como un elemento fundamental en la construcción de los templos y la concreción de la religiosidad de los creyentes.
[...] en la Edad Media, la naturaleza es otro para el hombre, que está fundamentalmente habitada por lo divino y que en este sentido contiene una parte de lo sagrado. En este sentido debemos considerarla como un verdadero “templo” al lado del templo de piedra y del templo exterior que el hombre construye en sí mismo. En otros términos, el espacio sagrado está también dentro de la naturaleza, en el paisaje, y no solamente en los lugares edificados, consagrados y destinados a acoger los rituales litúrgicos (Palazzo, 2015: 35).
Como se refirió en párrafos anteriores, la geografía accidentada de la región Ocuilan-Malinalco está constituida por una serie de elevaciones que los pobladores, desde tiempos ancestrales, han dotado de una fuerte carga simbólica; consideremos que las poblaciones establecidas alrededor del santuario tienen un origen antiguo, de ahí su afinidad por la cosmovisión en torno a las montañas y los cerros. En efecto, para los pueblos mesoamericanos las elevaciones tenían un carácter sagrado. Desde el nacimiento de Mesoamérica (2500 a.C) los hombres concibieron la idea que las elevaciones eran la residencia de entidades anímicas. El sedentarismo y la actividad agrícola generaron una forma distinta de percibir el entorno; mediante la observación cotidiana se advirtió la emergencia del astro solar de esos lugares, situación que originaba la vida y marcaba el tiempo, permitiendo así el desarrollo de las actividades de los seres vivos (López, 1995: 6-9). Siglos después (1200-400 d. C.) los olmecas, tomando en cuenta la idea de sus antecesores, recrearon el mito de origen en los diseños constructivos de sus asentamientos, así erigieron reproducciones de la montaña primigenia en el lugar central del plano arquitectónico (La Venta, Veracruz). El mito recreaba la idea medular de la emergencia de la montaña de las aguas primordiales como paso previo para el inicio de la vida en la tierra (Florescano, 1999: 79-100).
El mito de la montaña primigenia fue retomado y recreado por los mesoamericanos en sus modelos arquitectónicos durante los horizontes clásico (200-909 d. C.) y posclásico (1000 d. C.-1519), al tiempo que integraron al mito de origen otros aspectos fundamentales que remarcarían el carácter sagrado de las elevaciones al considerarlas la parte central del universo; en este sentido, la estructura y el tamaño de ciertos promontorios permitieron ver en ellos la confluencia de los tres niveles del cosmos —mundos celeste, terrestre e inframundo— y de los cuatro puntos cardinales —Oriente, Poniente, Norte y Sur.
Las circunstancias enunciadas permiten advertir el carácter sagrado de las elevaciones como moradas de los dioses y lugares de mantenimiento para los hombres. Asimismo, debemos considerar que en su mayoría las elevaciones contienen cavidades y barrancas que al estar integradas al inframundo fueron concebidas por los mesoamericanos como lugares de gestación y renacimiento (Florescano, 1999: 87). Esta información permite entender los motivos y la relevancia por los cuales los antiguos habitantes de Chalma rindieron culto a su deidad Ostotoc Teótl, señor de las cuevas ubicadas entre los cerros, para ser precisos en una barranca, y la razón por la cual resultaría significativa la presencia de la imagen del Cristo en ese lugar. Esta situación también fue advertida por el jesuita Florencia quien en el contenido de su crónica propone la idea de recrear la victoria del hijo de Dios en un lugar tan agreste:
En este paraje se ve a un lado de ella entre otras, una cueva o gruta, que fabricó la misma naturaleza en forma de boveda, sin artificio, hermosa, capaz para el santo empleo a que la destino la providencia Divina. Su boca mira tambien al poniente, por cuya vanda tiene unos muy altos, y empinados cerros que van corriendo hasta el oriente; y tambien por la parte del norte esta cerrada de asperos riscos, y de peñascos hendidos […] de quebraduras, que parecen efectos de algun terremoto de los que suele haber en estos reynos. La barranca está poblada de diversos árboles, matas y hievas silvestres, y antes de que la santificara la santa imagen, era un albergue común de animales dañosos, como leones, tigres y lobos; de sabandijas venenosas, como viboras, escorpiones, y alacranes, compañeros del perverso, y nocivo huesped que la habitaba (Florencia, 1689: 5-6).
A pesar de las intenciones de las autoridades civiles y de ambos cleros por extirpar las manifestaciones religiosas heterodoxas de los pueblos de origen ancestral —en el primer siglo de dominio peninsular—, en este