Historias entrelazas. Sebastián Rivera Mir
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Éste es uno de los principales puntos de observación del presente libro: las experiencias de los sujetos. La reconstrucción de las trayectorias individuales permite penetrar en los intereses, las negociaciones y los límites que enfrentaron los implicados, y al mismo tiempo arroja luces sobre las redes, los procesos colectivos y las dinámicas gubernamentales. Por ello, el lugar de partida es la idea de que el conocimiento siempre consiste en el resultado de interacciones sociales. De ese modo, reconcentrarse en lo que enfrentaron las personas de carne y hueso nos puede posibilitar la reconstrucción, desde la unidad básica de la historia, de situaciones que afectaron a todo un continente.
Los intercambios en este sentido se observan claramente como prácticas que no se caracterizaron por la reciprocidad de los elementos movilizados de un lugar a otro, más bien estuvieron basados en los desequilibrios, en las asimetrías de los sistemas educativos y en la búsqueda de objetivos que estaban más allá de los procesos pedagógicos. Por ejemplo, existió entre las autoridades la idea de que entregar becas a determinados países podía ayudar a construir una opinión pública favorable. En otro caso, enviar material bibliográfico podía generar una corriente intelectual en pro de los objetivos específicos o incluso evitar guerras o malentendidos (Wilson, 2014).2 Cada intercambio no buscó que la contraparte correspondiera de manera idéntica, por el contrario, lo que se pretendía era que la retribución obedeciera a otro tipo de variable, ya fuera política, económica o cultural.
De igual modo, lo interesante del intercambio académico es que su análisis implica la necesidad de hacer confluir distintas áreas de la disciplina historiográfica. Los acercamientos propuestos por la historia de la educación, la historia social del conocimiento, la historia de la ciencia, la historia diplomática, la historia política, entre otras, son necesarios para complejizar todo lo que giraba en torno a que un estudiante de un país viajara a otro lugar para continuar su formación o que un académico decidiera impulsar la publicación de un colega de otra latitud. De ahí que las formas de articular las diferentes perspectivas historiográficas otorgan innumerables matices a las historias (en plural) de los intercambios académicos que se desplegaron desde México durante el siglo xx.
Aquí debemos detenernos en las particularidades que entrega este país para el análisis de esta problemática. Su posición de cercanía con el vecino del norte le permitió jugar un papel clave en las relaciones entre América Latina y los programas educativos generados en Estados Unidos que buscaban impactar en el sur del continente. Esta función como primer punto de contacto implicó fortalecer en ambas direcciones las propuestas que emanaron desde sus instituciones y sus gobiernos. Por esta razón, México adquirió centralidad en lo relativo a las dinámicas del panamericanismo o posteriormente del interamericanismo (en el sentido de la cooperación con las políticas estadounidenses). Instituciones como la Fundación Rockefeller y organismos como el Instituto Panamericano de Historia y Geografía, entre otros, aprovecharon la situación para desarrollar sus proyectos desde la capital del país, y éste fue capaz de redireccionar estos esfuerzos en su beneficio (Pita, 2014).
Esta situación se complementó con otra condición que representó México desde la segunda década del siglo xx. Si las políticas panamericanistas atraían a algunos intelectuales y académicos, los lineamientos trazados desde el nacionalismo revolucionario calaron profundamente en otros sectores universitarios. Las iniciativas asociadas a la Revolución mexicana, desde sus artistas plásticos hasta su involucramiento con los sectores campesinos, pasando por sus discursos indigenistas o por la educación socialista, significó que numerosos investigadores volvieran la mirada sobre lo que sucedía en el México profundo (Kiddle, 2016). Esto atrajo a innumerables viajeros, generó curiosidad entre los académicos, fortaleció el mundo editorial, convirtió a sus instituciones en contrapartes idealizadas de cualquier proyecto de intercambio e incluso permitió durante algún tiempo que las autoridades mexicanas fueran consideradas principales impulsores de la cultura latinoamericana.
Bajo estas dos condiciones, México se transformó en uno de los nodos principales de las redes de intercambio académico, por lo que su análisis entrega luces tanto de los procesos desarrollados dentro de sus fronteras como aquellos que se dieron mucho más allá de estos límites. De hecho, la misma noción de frontera se debe reconceptualizar para comprender los alcances, problemas y logros que representaron los intercambios académicos. Las demarcaciones nacionales a veces no son suficientes para encuadrar estos procesos, mientras que en otras ocasiones las representaciones simbólicas fronterizas son precisamente el centro de la explicación de determinadas problemáticas. De ese modo, reevaluar las formas en que actuaron las fronteras, tanto reales como imaginarias, en los procesos sociales detrás de cada intercambio ha sido uno de los principales desafíos enfrentados a lo largo de las siguientes páginas.
La reconceptualización de los procesos asociados a los intercambios académicos ha conducido también a la necesidad de revisar los propios métodos y nociones que tradicionalmente se han vinculado a estas prácticas. De hecho, la idea misma de pensar los intercambios como prácticas sociales, culturales y políticas comprende la obligación de reflexionar sobre las implicaciones de esta particular perspectiva. Dejar de considerar estos procesos como simples elementos accesorios en la construcción del conocimiento nos debiera empujar a cuestionar aquellas miradas que han pensado la historia de las ideas como el resultado de la creatividad personal o el descubrimiento fortuito del científico en su laboratorio. Las estrategias que permitieron su producción, pero también su socialización y circulación requieren de la atención de los investigadores. Complejizar nuestra mirada sobre las prácticas asociadas a la generación de conocimiento puede ayudarnos también a valorar y desplegar de mejor forma las potencialidades envueltas en nuestras instituciones y academias.
En términos generales, el presente volumen ha sido dividido en dos partes con la finalidad de organizar los debates y diálogos. La primera sección reúne textos con mayores matices sobre la discusión en torno a “Lo transnacional y sus flujos”. Si hay un concepto relevante para comprender las actuales exploraciones de los intercambios académicos es justo la idea de lo transnacional, entendido no como un escenario, sino como un actor integral de los procesos históricos.
La segunda parte del libro se detiene con mayor énfasis —y reitero, sin olvidar lo anterior— en las dinámicas asociadas a la relación entre el intercambio y las condiciones políticas en las que las distintas academias estuvieron inmersas. Esto también involucra una serie de reconceptualizaciones de los vínculos que han tenido en la historia latinoamericana las condiciones políticas represivas y dictatoriales con los intercambios académicos obligados. Las políticas de exclusión por parte de regímenes antidemocráticos que expulsaron de sus países a académicos y estudiantes, lamentablemente, no fueron una excepción a lo largo del siglo xx. Al contrario, esto más bien aparece como parte estructural