Historias entrelazas. Sebastián Rivera Mir

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Historias entrelazas - Sebastián Rivera Mir

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el primer capítulo, “Los actores transnacionales en la articulación de conexiones y relaciones científicas: algunos ejemplos de la historia de la física en América Latina, siglo xx”, Adriana Minor García reflexiona acerca de las experiencias de los físicos Manuel Sandoval Vallarta, Gleb Wataghin y Guido Beck. A través de estos destacados integrantes del mundo científico, el texto busca redimensionar la comprensión del actor histórico transnacional, en especial respecto a la movilización del conocimiento. La tensión entre las trayectorias individuales —que los llevaban por distintos países— y su inserción en espacios colectivos permite a Minor analizar con detenimiento las estrategias utilizadas por los sujetos para desarrollar sus propios proyectos. ¿Cómo esto fue parte de la construcción global de la ciencia? Éste es el principal eje de análisis del escrito.

      De igual modo, en el segundo capítulo, “Pensar el intercambio académico como un flujo migratorio: el caso de los estudiantes mexicanos en Estados Unidos”, Rachel Grace Newman se concentra en la tensión entre las agencias individuales y su correlato o inserción en espacios colectivos. Ambos textos coinciden en la necesidad de incorporar la movilidad de estudiantes y académicos en el marco de flujos migratorios más amplios. Aunque en los siguientes capítulos esto se presenta de manera implícita, Newman enfatiza la necesidad de retomar las preguntas que realizan los estudios sobre la migración para comprender la historia social y cultural de aquellos sujetos implicados en los intercambios. Sin duda, estos cruces disciplinares permiten complejizar nuestras explicaciones sobre los prejuicios, las representaciones, las trayectorias de todos los actores de estos procesos, incluidos desde becarios y autoridades, hasta investigadores que se han enfocado en ellos.

      De este modo, los flujos educativos internacionales son el resultado de los intereses de los sujetos y de las condiciones e institucionalización que los países emisor y receptor ofrecen. La carencia de universidad, como recuerda Marco Vinicio Calderón Blanco en el tercer capítulo, “‘Soy muy pobre y aquí no hay universidad’: el flujo educativo internacional entre Costa Rica y México (1934-1940)”, pudo ser un aliciente importante para que los estudiantes salieran de su país natal. Sin embargo, se requería también de otros dos factores (el interés de los sujetos y la oferta del país receptor) para que el proceso cristalizara de manera exitosa. De ese modo, las vidas de los implicados se entrecruzaron en su peregrinatio academica, con las dinámicas particulares de los estados en proceso de modernización. Esta variable es relevante para comprender el carácter específico con el cual se valoró social y políticamente la realización de distintos intercambios académicos. La experiencia de los estudiantes centroamericanos becados en México les permitió vislumbrar no sólo las condiciones de su nuevo país, sino volver la mirada sobre las limitaciones y posibilidades de sus lugares de origen.

      Esta doble perspectiva coincide con la propuesta que Joel Vargas-Domínguez realiza en su trabajo, “Ir del Sur al Norte: reflexiones sobre aspectos transnacionales de la nutrición en Latinoamérica durante la primera mitad del siglo xx”. En él, desde la historia de la ciencia, se enfatiza el despliegue de las relaciones sur-sur y su importancia en la constitución de algunas disciplinas en América Latina, así como el surgimiento de instituciones específicas. La reconceptualización de las fronteras nacionales en términos historiográficos también exige la revisión de las historias de bronce nacionalistas que se han construido en torno a determinadas disciplinas. En este entramado analítico, la figura de José Quintín Olascoaga, considerado el padre de la nutrición moderna en México, aparece no como el héroe, sino como un sujeto implicado en una red de actores, propuestas y tensiones que es capaz de plantearse una estrategia para llevar a cabo sus objetivos. La representación de la construcción del conocimiento nos aterriza en las condiciones concretas en que la nutrición surgió en el país.

      Para concluir la primera sección, Diana Alejandra Méndez Rojas evoca el ineludible peso que tuvieron las políticas estadounidenses en la constitución de las disciplinas científicas en Latinoamérica. En ¿Técnicos o especialistas? Alfredo Carballo Quirós, la Fundación Rockefeller y la revolución verde en Costa Rica, 1949-1962”, la autora retoma la importancia de la filantropía de Estados Unidos en este aspecto. Sin embargo, esto no significa que la dirección del proceso fue sólo de arriba hacia abajo. El caso de Carballo Quirós da cuenta de la capacidad de negociación y de la creatividad que los actores debieron desplegar para aprovechar las becas y otros apoyos manteniendo su autonomía. Lo interesante, como muestra Méndez Rojas, es que estas movilidades ayudaron a establecer un lenguaje común que permitió avanzar en la creación de mecanismos para la cooperación internacional.

      La segunda parte de este volumen comienza, precisamente, con un capítulo relacionado con la construcción de esos lenguajes comunes. Sin embargo, a diferencia de las directrices emanadas desde la filantropía estadounidense, el texto de David Antonio Pulido García, “‘Una bella promesa de hermandad’. Carlos Pellicer Cámara y la organización del movimiento estudiantil en Colombia, 1918-1920”, nos muestra aquellos procesos vinculados al antiimperialismo latinoamericano que enarboló el gobierno posrevolucionario de Venustiano Carranza. La relación entre el intercambio académico y la diplomacia mexicana se conjugaron en la experiencia del entonces estudiante de preparatoria Carlos Pellicer. A su juicio, uno de los indicadores del nivel de desarrollo democrático de un país era su apertura hacia el intercambio estudiantil, algo en que coincidían sus contrapartes colombianas, incluyendo al también novel Germán Arciniegas. Sus actividades no distinguieron el aula de clases, la tarima en algún anfiteatro, el periódico o la plaza pública; las continuidades entre lo político y lo educativo marcaron sus prácticas cotidianas.

      Situación similar enfrentó el argentino Aníbal Ponce en el México cardenista. En el escrito presentado por Sebastián Rivera Mir, “Aníbal Ponce en México. Estrategias de difusión de sus propuestas educativas”, se analiza el impacto que tuvo el emigrado una vez que arribó al país. Su relación inmediata con el mundo académico transformó al destacado intelectual en una de las figuras del boyante escenario cultural mexicano. Sus libros se convirtieron en best seller, sus conferencias repletaron teatros, sus cursos ayudaron a difundir en profundidad sus propuestas. Todo ello fue parte de una estrategia de inserción seguida por Ponce, la cual da cuenta de cómo los intelectuales emigrados fueron capaces de reconvertir sus persecuciones políticas en experiencias útiles en términos académicos. Los vínculos construidos permitieron elaborar diálogos latinoamericanos y a la vez reproducir propuestas exitosas en otros lugares del continente.

      Carlos Escalante Fernández, en “Paulo Freire en el Cidoc, Cuernavaca, México: dialogando para ampliar su mirada”, abordada temáticas parecidas. El nomadismo académico de Freire le permitió enfrentar discusiones importantes para el ámbito educativo, incluso sin estar presente físicamente o sólo por breves estancias. Mediante debates y diálogos con académicos de distintas partes del mundo, sus ideas y libros se convirtieron en referentes a nivel continental y mundial. El intenso intercambio académico que se desarrolló a partir del Centro Intercultural de Documentación (Cidoc) nos muestra que las instituciones interesadas en este tipo de iniciativas no fueron solamente gubernamentales ni universitarias, sino un amplio espectro de organismos. Lo relevante es que este caso nos recuerda, como enfatiza Escalante, que los diálogos no necesariamente se vertebraron sobre puntos de acuerdo. Las disensiones y polémicas del ámbito académico, en lugar de frenar estos procesos, fueron un aliciente para continuar profundizando estos intercambios.

      En el último capítulo, “Contribuciones a la construcción de saberes en el campo de las culturas psi: Néstor A. Braunstein y su exilio en México (1974-1983)”, Malena Beatriz Alfonso analiza los alcances de la presencia de los exiliados argentinos en disciplinas como la psicología o el psicoanálisis. A su juicio, la historia de este campo no puede entenderse sin analizar los exilios, algo que podríamos extrapolar —en atención a los últimos capítulos de este volumen— a la mayoría de los ámbitos educativos de América Latina. Hasta qué punto estos intercambios apuntaron a construir una identidad particular, o al menos a evidenciar similitudes y diferencias entre las distintas comunidades nacionales, es algo que atraviesa este último apartado.

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