Historias entrelazas. Sebastián Rivera Mir
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Aunque en este texto se optó por el término “actor transnacional”, es importante señalar otras denominaciones que dan cuenta de la intervención de sujetos con habilidades y circunstancias particulares, las cuales les permiten construir puentes entre diferentes culturas. Alexis de Greiff, por ejemplo, remite al “anfibio cultural” en su definición del actor transnacional: “[…] anfibios culturales que mantienen posiciones de poder y/o influencia en más de un escenario nacional” (De Greiff, 2006: 230).3 A su vez, anfibio cultural alude, según otros autores, a individuos capaces de cruzar múltiples fronteras nacionales, culturales e ideológicas, debido a “[…] sus valores polivalentes, identidades híbridas y espontánea capacidad de adaptación” (Du, 2011: 746),4 que le permiten tener la virtud de establecer diálogos entre los contextos por los cuales transitan. Con un enfoque similar, el término “mediador” ( go-between, en inglés) se ha propuesto para entender cómo ciertos sujetos logran entablar diálogos entre múltiples saberes a partir de su capacidad de interconectar diferentes mundos culturales por los conocimientos que poseen en cuestión de técnicas, disciplinas, lenguajes y, en general, de distintos patrones culturales que pueden reconfigurar y crear nuevas formas de conocimiento y, al mismo tiempo, delinear y mantener fronteras entre culturas como parte de dinámicas de poder asimétricas (Schaffer et al. , 2009). Estos ejemplos muestran la atención que este tipo de actor ha despertado entre los historiadores, debido a que cada vez más se reconoce su importancia para comprender el conocimiento que se genera alrededor de los cruces culturales.
Además, su importancia es mayor si se reconoce, como varios historiadores de la ciencia han planteado, que el conocimiento científico es producto del establecimiento del diálogo de saberes, estrategias comunicativas e intensos procesos de socialización y circulación de conocimiento (Secord, 2004; Schaffer et al. , 2009; Roberts, 2009). Aunado a eso, resulta atractivo recurrir al actor histórico transnacional para demostrar que la capacidad de la ciencia de llegar a contextos muy diversos y extensos está sostenida sobre estrategias, procesos y contingencias múltiples. En esa línea han habido grandes esfuerzos en la historia de la ciencia por cuestionar la idea tan arraigada de que el conocimiento científico posee un atributo esencial de “universalidad”, que dicho sea de paso esta asociación ha servido en buena medida para garantizar un estatus privilegiado de la ciencia frente a otras formas de conocimiento (Roberts, 2009).
Este escrito busca contribuir a reflexionar sobre cómo se construye el alcance global de la ciencia, a partir de preguntas de tipo: ¿A costa de qué? ¿Mediante qué estrategias? ¿Con cuáles restricciones? ¿En qué circunstancias? Éstas se abordan mediante el estudio de los actores transnacionales en el ámbito de las ciencias, en particular de la historia de la física en América Latina en el siglo xx, como Manuel Sandoval Vallarta (1899-1977), Gleb Wataghin (1899-1986) y Guido Beck (1903-1988). La experiencia vital de estos físicos estuvo marcada por su propia movilidad, la cual les planteó dificultades y ventajas, pero les permitió establecer conexiones que favorecieron la movilización de personas, prácticas y objetos científicos. De ahí que en primer lugar se revisarán las circunstancias de esa movilidad, cómo fue que llegaron a situarse en diferentes contextos y consiguieron establecerse por un tiempo determinado, pero tejiendo vínculos en varios lugares a la vez. En segundo lugar se analizarán de qué manera esta situación les permitió establecer conexiones, de qué tipo y en qué direcciones. Por último, se señalarán las situaciones que posibilitaron u obstaculizaron su papel como actores transnacionales.
Movilidad y sedentarismo
Si bien la experiencia de la movilidad configura una parte fundamental del perfil como actor transnacional, también resulta crucial el construir conexiones fuertes (acumular capital político y simbólico) en el lugar donde han decidido establecerse, lo cual implica permanecer ahí un tiempo suficiente para comprender y adaptar sus códigos culturales, como bien señalan Antje Dietze y Katja Naumann (2018). Kapil Raj resalta que un cierto sedentarismo es esencial para que los mediadores culturales ( go-between) puedan actuar como tales: “sólo pueden actuar como mediadores porque son comparativa o explícitamente estáticos” (Raj, 2016: 51).5 Eso no anula que la experiencia de la movilidad produce una marca indeleble en el actor transnacional, lo mismo que su capacidad de adaptarse y asentarse en un nuevo contexto. En todos los casos que aquí se presentan, los actores se asentaron por un tiempo considerable, en términos vitales y profesionales, en un contexto nacional diferente al de su origen. Sus casos remiten a diferentes circunstancias de la migración de científicos, voluntaria o forzada.
Manuel Sandoval Vallarta migró a Estados Unidos en 1917 y permaneció ahí por casi 25 años (Minor, 2019a). Provenía de una familia de la clase política e intelectual de México, que costeó sus estudios de ingeniería en el extranjero. Según llegó a decir, al finalizar sus estudios de bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria en Ciudad de México, se planteó seguir una carrera científica en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, pues le interesaba estudiar con el fisicomatemático Joseph Larmor.6 La Primera Guerra Mundial lo hizo desistir de ir a Europa y optó por ir al Cambridge de Nueva Inglaterra, en Estados Unidos. Sandoval Vallarta viajó a Estados Unidos con el propósito de continuar sus estudios universitarios en el Massachusetts Institute of Technology (mit), donde se inscribió en la carrera de ingeniería electroquímica. Al terminar decidió seguir una carrera científica y obtuvo el doctorado en ciencias, con orientación en física, en 1924. Manuel Sandoval Vallarta (mejor conocido entre sus colegas como Manuel S. Vallarta) llegó a ser profesor del Departamento de Física del mit, fue un investigador joven y entusiasta que se especializó en la naciente teoría cuántica. En 1927, el profesor Vallarta (así llamado en Estados Unidos) obtuvo una beca de la Fundación Guggenheim (concedida por lo general a estadounidenses) para tomar cursos y seminarios especializados de física en Alemania, en algunos de los centros de física más importantes del continente europeo. Tal distinción y la calidad de sus investigaciones, particularmente en el tema de la radiación cósmica, lo situó entre los físicos más importantes de Estados Unidos. En 1935, formó parte del directorio científico American Men of Science, a propuesta de sus colegas físicos (Visher, 1947). Se puede notar que Manuel Sandoval Vallarta fue un participante activo, involucrado en la comunidad de físicos de Estados Unidos, sobre todo en la institución y la disciplina a los que dedicó su talento y producción científica.
La migración de este científico fue voluntaria y tenía la expectativa de volver a México una vez que terminara sus estudios, lo cual no ocurrió, sino hasta 1942.7 No obstante, durante su permanencia en Estados Unidos se mantuvo enlazado a México de múltiples formas. Por un lado, volvía durante las vacaciones de verano, así se constata en varios reportes de reincorporaciones tardías al mit debido a diferentes contingencias que complicaban su regreso, el cual solía hacerlo en coche.8 Por otro lado, nunca solicitó la naturalización en Estados Unidos, a pesar de reunir los requisitos; esta situación a veces complicó su estancia allá, como cuando se vio en la necesidad de requerir la visa a inicios de la