Sociedad en Jaque, sentido común al rescate. Enrique Salas
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El antiguo proverbio árabe que afirma que quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación, confirma el ínfimo nivel de coeficiente emocional, que, a diferencia del coeficiente intelectual, donde el componente genético es mayor, en el emocional/relacional, todos sin excepción pueden crecer sin límites. Curiosamente, son los de más bajo coeficiente intelectual, despreciados socialmente, los que casi siempre, nos superan en coeficiente emocional. Ese que, no por casualidad, sino por causalidad, no cotiza en nuestra sociedad.
Tampoco es casualidad que tecnológicamente hayamos avanzado tanto, pero que, a nivel humano, sigamos como en el pleistoceno, incapaces de superar y enriquecernos con las diferencias de cualquier tipo, desde el ámbito más cotidiano, al máximo nivel de guerras y conflictos.
Conviene que nos hagamos la pregunta de por qué existe este diferencial de desarrollo tecnológico respecto al humano. ¿A quién beneficia?
Para iniciar el proceso de reflexión, conviene distinguir algunos aspectos comportamentales que están detrás de muchas de las realidades que vivimos en nuestro día a día, y que nos sitúan en determinadas cualidades que se traducen en un comportamiento ético.
Sentimiento, no es sentimentalismo
El corazón pluraliza, la cabeza individualiza.
En primer lugar, el sentimiento, aunque sea personal e intransferible, es de carácter plural. Requiere que nos asomemos a un universo más allá de nosotros mismos, mientras que el sentimentalismo prioriza el yo, para que los demás se ocupen de mí. Es decir, ego-ísmo.
Sensibilidad, no es sensiblería
En la misma dirección, la sensibilidad requiere de dos actitudes prioritarias, en las que no se nos ha entrenado: la observación y la escucha. Ambas en su mejor acepción, son necesariamente generadoras de éxito y coherencia en los planteamientos y en la actuación. A través de ellas, nos asomamos a los demás y, bien utilizadas, nos hacen crecer internamente. La sensiblería, por el contrario, hace un uso egoísta de ambas en beneficio propio, siendo en la comunicación no verbal, donde mejor se manifiesta la diferencia entre una y otra.
Haciendo hincapié en estas dos actitudes, detrás de una persona que observa, hay alguien que es capaz de pararse ante los hechos, hay alguien que aprende, que normalmente está dispuesto a incorporar e integrar nuevos focos u opiniones, y que por tanto, crece por dentro en el día a día. Por el contrario, quien sólo piensa en actuar, intervenir y hacerse notar, y no tiene tiempo, ni disposición observadora, suele ser alguien que, apoyándose en la razón, nos indica que necesita atención y no va a grabar internamente nada de lo que le planteemos hasta que no consiga su objetivo, si es que lo consigue, ya que suele ser la peor manera de lograrlo.
Exactamente igual ocurre con la segunda actitud crítica. La persona que escucha, suele ser observadora, con alto nivel de consciencia y madurez, lo que le permite integrar otras ideas, otras versiones y otras posturas en la propia. La verdadera escucha es cuando los demás ven reflejado algo de su tesis en la del otro. Esto sitúa por delante en cualquier conversación, negociación o acuerdo, a quien la practica.
Aquella persona que propone la posibilidad más amplia y más integradora, en la que se van a ver reflejados un mayor número de participantes, es la que prácticamente siempre triunfa en cualquier escenario de vida.
Inocentes, que no ingenuos
Busquemos rodearnos siempre de gente inocente. Son personas que optan, deciden, aunque se equivoquen. La propia equivocación, les genera una alternativa idónea.
El ingenuo espera a que otros den el paso por inseguridad e indecisión y, sin ninguna mala intención, dejan a otros en la estacada.
Leales, no fieles
La persona leal, nos dice lo que piensa, aunque no nos guste, o no coincida con nuestros planteamientos. Sabemos en cada momento dónde está posicionada, mientras que la persona fiel, nos va a decir a todo que sí, nos va a alabar el ego y reírnos las gracias, en tanto en cuanto le interese, dejándonos tirados, también cuando le interese.
Mucha gente, quiere fieles a su lado, creyendo que se evitan problemas con alguien que no se atreva a contradecirle, y así ocurre, hasta que surge una incidencia y entonces, estas personas aprovechan para salvarse a sí mismas.
Resulta cuando menos curioso que, en el terreno político y empresarial principalmente, se ha introducido el término de fidelización, pero no existe la palabra lealización. Además, se ha hecho creer que es lo positivo, y que lo que hay que conseguir es gente fiel, porque la gente leal, es más difícil de llevar y sobre todo los que están al mando, no saben dirigirles y prefieren quitárselos de en medio, cuando precisamente son las personas que más aportan, y si se saben gestionar adecuadamente, son los que permanecen a nuestro lado en momentos y situaciones difíciles cuando los fieles han abandonado el barco.
Comparar y medir, es enfrentar
La educación ha estado presidida desde la más tierna infancia por procesos basados en la comparación y la medida de unos con otros, creyendo y haciendo creer que era la manera de progresar. Todo lo contrario, gran parte de la escasez de convivencia, de la falta de generosidad de planteamientos y el egoísmo como fórmula de supervivencia, se deben a este enfoque erróneo, perfectamente estudiado desde el sistema para conseguir ciudadanos inseguros, que sólo busquen la supervivencia en las mejores condiciones posibles, sin capacidad de asomarse a los demás para aportarles lo mejor de sí mismos.
Cuando alguien se relaciona con los demás, dando en primera instancia, si la otra parte no devuelve, por sí misma se sale del juego de manera inmediata, o queda al descubierto y ya sabemos con quién jugamos. Sin embargo, si el encuentro inicial con alguien, es midiendo y/o comparándonos con esa persona, estamos incrementando la desconfianza y la distancia en base a lo que no somos y pretendemos ser.
Solitud, no soledad
Una pandemia de nuestro siglo actual, que está detrás de cuantiosas enfermedades, muertes, conflictos y suicidios, es la soledad generada por ausencia de solitud.
Entendida como la capacidad de encuentro consigo mismo y con las propias contradicciones, la solitud es necesaria para evitar la soledad.
La solitud impide la soledad y la soledad implica falta de solitud.
Este problema, si bien ha existido siempre, se ha incrementado exponencialmente en nuestros días, y especialmente y en contra de toda lógica simplista, lo ha hecho en mayor medida en los países con mayor índice de bienestar.
Theodore Dalrymple, uno de los principales negociadores del difícil proceso del Brexit, afirmó que el estado de bienestar destruye a las personas.
El bienestar externo que no proviene del bien-ser, produce malestar emocional y nos aísla de los demás, en nuestra propia comodidad.
En síntesis, estas son cualidades esenciales de alguien que responde a la vida con una postura presidida por la ética, a diferencia de aquella que va a oscilar su comportamiento en función de su situación o de sus intereses. Podemos traducir las reacciones, como nos indica la proyección que vemos a continuación y que son perfectamente conocidas por aquellos que manejan las decisiones.
Otra clara manifestación que demuestra que los estudiosos del comportamiento humano, en cualquiera de sus especialidades, han existido desde