Sociedad en Jaque, sentido común al rescate. Enrique Salas
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Autoconsciencia
Por Diego Martos
Camina con fuerza cuando tú mismo descubras qué te para.
Reconocimiento de las propias limitaciones
Conocerse a sí mismo es una tarea ardua, difícil y para valientes, eso sí, cuando uno comienza a intentarlo. Fruto de las propias experiencias, o con ayuda, uno se vuelve un poquito más sabio, más líder de uno mismo e influenciador para los demás. Tomar consciencia de la agresividad inconsciente, del miedo, de la necesidad neurótica de más, de la codicia y otras pulsiones nocivas es un primer paso a la aceptación y sanación de esos sentimientos en uno mismo.
Nos importa más lo que sentimos que lo que pensamos, y ese camino en sentido contrario a lo que nos ocurre a diario, bien en el trabajo, en la familia, la sociedad e incluso en la política, todavía sigue siendo raro, o se desprecia, cuando se habla de las emociones, de lo que sentimos. La sociedad, y más concretamente la mala educación, nos ha condicionado a tener ideas fijas o encasilladas que no nos han permitido educar en la búsqueda de ese gran yo, de ese gran otro, que en realidad, somos nosotros mismos.
De ahí, que una de las características más especiales de la consciencia humana es la de ser consciente de ella misma, es decir, pensar que pensamos. A eso lo llamamos autoconsciencia.
La palabra consciencia es definida en el diccionario de la RAE (Real Academia Española), como el conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones, y como la capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.
Por otra parte, en el mismo diccionario, la palabra conciencia, se define como la propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta, y también como el conocimiento interior del bien y del mal que permite enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios.
En ambos casos encontramos una alusión al autoconocimiento, a algo que sucede al darnos cuenta de algo que ocurre en el interior de uno mismo, la idea de aquello que conocemos, en este caso en nosotros mismos.
Se dice lo que no se piensa.
Se piensa lo que no se dice.
Se dice lo que no siente.
Se siente lo que no se dice.
Esta variedad de pensamientos implica desgaste en la interacción, en el crecimiento, afectando a la posibilidad de ser, por fin, más maduros. La ilusión óptica manipulada en la que vivimos, hace que paguemos un precio enorme por la disonancia entre lo que ocurre y lo que hacemos con ello. Necesitamos provocar una actitud más autocrítica y desenfadada para encarar las maravillosas curvas que son la existencia.
La influencia en la educación
Daniel Goleman, autor del célebre libro Inteligencia emocional2, nos dice que la autoconciencia es el primer componente de la inteligencia emocional, algo que reconoce la más antigua sabiduría, pues ya el lema fundamental del oráculo de Delfos era Nosce te ipsum: conócete a ti mismo.
Los unos defienden una idea, los otros la contraria, y aunque no hacer nada es una forma de hacer minúscula, casi insoportable, seguimos dando tumbos en una tensión que otorga identidad al vínculo. Un vínculo envuelto en odio y rechazo por la autoridad y los responsables políticos.
No es lo que necesitamos para el futuro, ni de broma. Necesitamos profesores, padres y alumnos, con coraje para hacernos más conscientes, y expresión a raudales para cambiar el enfoque educativo y las acciones a realizar. No basta con aprender cosas, hay que aprender a vivir, aprender a hacer.
Competencias clave como resiliencia, curiosidad, autoestima, intuición, entre otras, están al otro lado de la polaridad que marca la diferencia entre seres más valientes y conscientes o personas que marcan fronteras.
El arte de la autoconciencia reside en cultivarlo, en ser un buscador curioso de aquello que todavía no conocemos. Difícilmente puedes entender a los demás si no tienes autoconsciencia afirmaba Jean-Pierre Changeux, neurobiólogo del Institut Pasteur, en una entrevista en el diario La Vanguardia3. Es necesario tiempo para uno mismo, para compartir con mentes abiertas y valientes.
Tenemos, pues, que creer primero, para crear después los indicadores emocionales de madurez que nos permitan ver la grandeza del ser humano, que comienza conociendo sus limitaciones y también sus mapas de éxito.
No nos quedemos con una visión simplista: ¿Qué más podemos hacer?
Detener, reflexionar y actuar juntos con una mejor y completa visión del mundo. Crear espacios sostenidos día a día, palabra a palabra y pensamiento a pensamiento, en el que sentirnos reconocidos desde una identidad más sana y sin enfrentamientos. Dejemos que los profesores, juntos, seamos los verdaderos influencers de nuestra consciencia y conocimiento.
Es tiempo de educar sin palos e insultos, tiempo de crear la figura de un líder del sentido común en cada uno de nosotros, y ni que decir en futuras generaciones. Nos la estamos jugando. Proponemos jugar, entrenar y usar el verbo liderar sin tener que hacer uso del rango o status de una persona concreta, sino de acciones con visión compartida. Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia, sostiene el aforismo enunciado por Derek Bok, presidente de la Universidad de Harvard.
Pros y contras de uno mismo
Para ser un buen líder hace falta ser consciente de los pros y los contras, y un conocimiento profundo de uno mismo. Para saber porqué y para qué estamos asumiendo el rol de líderes, necesitamos crear un espacio para ser y hacer, trabajando el propio comportamiento y por tanto, el de nuestro entorno.
Hay demasiadas personas que, sin tener ilusión por la vida, siguen dejándose existir por sí mismas por una cansina mezcla de inercia, comodidad y miedo. Y es que en el camino de ser diferentes, creativos y genuinos, a veces nos salen los miedos imaginarios para igualarnos a la masa y así no distinguirnos.
A favor: conocernos mejor, poder razonar en profundidad, nos permite resolver problemas y tomar decisiones debido a que podemos pensar en nuestro propio pensamiento, potenciando nuestras emociones y sentimientos, para así controlar nuestra conducta.
Nos hemos dejado arrebatar por mercantilistas de lo religioso, de lo ideológico, lo económico, lo político y vende-humos de la new age. La práctica de la consciencia, con o sin ayuda, la historia y la filosofía, nos permiten y permitirán recuperar nuestros atributos positivos para evitar la zozobra del miedo, la ignorancia, la corrupción y la codicia.
Así pues, necesitamos más escuelas dispuestas a trabajar de verdad seres conscientes, responsables y autónomos y menos coaches con mensajes macro que sólo aportan una versión epidérmica del ser humano. ¡Vaya panorama!
A favor, está el hecho de formar a nuevos líderes que conozcan y expresen cómo nos afectan, los sentimientos y emociones, al rendimiento laboral, al lado personal, no siendo demasiado críticos, ni excesivamente optimistas en nuestro diálogo interno,