Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte. Diana Erika Ibarra Soto
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En esto puede verse que nuestra autora va en sentido contrario del racionalismo, toma distancia de Descartes para decir que el ser humano no puede ser reducido a una cosa que piensa, pues además de sujeto de conocimiento también es padecer. La persona lleva en sí lo que aunque no es padece en lo más íntimo de sí, ese es el secreto, el enigma de vivir. La persona advierte que su vida no está acabada y no la encuentra ya hecha, sino que tiene la tarea de crearla.
Muy en el fondo, el ser humano es un sentir que espera ser descifrado, pues de ello depende su destino y la posibilidad de que realice su vida. Por eso afirma Zambrano: “Descifrar lo que se siente, percibir con cierta nitidez lo que dentro de uno mismo pasa, es una exigencia del ser persona. La vida que dentro de nosotros fluye pide una cierta transparencia” (M-88, 1970: 57). En el pensamiento de nuestra autora el sentir cuenta con igual legitimidad que la razón y el intelecto, sin escatimar la relevancia de esta última propone una consideración integral del ser humano como un todo armónico de cuerpo y mente, inteligencia y sensibilidad (Cf. Zambrano, 2007: 20).
Por eso en gran medida su propuesta educativa se ancla en la sensibilidad, pues el propósito es lograr “nuevos modos de ‘mirar’ y ‘escuchar’, frente a planteamientos intelectualistas” (Zambrano, 2007: 24). Así, Zambrano plantea otro acercamiento a los sentidos para abrir nuevas vías de acceso y acercamiento a la realidad. Pues si el ser humano es reducido a ser sólo una cosa que piensa, él mismo se empobrece y con él, también la realidad. Si se considera que solamente la razón es la vía de acceso legítima, entonces, como se muestra en El hombre y lo divino, hay dimensiones que quedan fuera, realidades que quedan en la oscuridad y el silencio; lo cual implica, desde una mirada educativa, una violencia contra el ser humano que mutila sus capacidades y compromete sus posibilidades de realización.
Por eso es que el pensamiento zambraniano propone una reforma del entendimiento y una nueva sabiduría en la que el pensamiento y el sentir se identifiquen (Cf. Zambrano, 2007: 20). Así, lejos de entender una educación piadosa como aquella que buscaría acercarnos a Dios o a la religión, lo que estaría en juego sería el reconocimiento de que la realidad es múltiple y heterogénea. De tal suerte que, como vamos a ver, en Zambrano hay que hablar de realidades, de géneros o formas de realidad que ponen en crisis el saber absoluto que la filosofía pretendió arrogarse en algún momento de su historia (Cf. M-128, s/f: 149-154).[5] Zambrano combate el idealismo y el racionalismo para sugerir que la realidad no se puede reducir a un sólo horizonte, sino que es necesario generar diversos acercamientos a ella y eso exige, como hemos visto, mirar al ser humano de manera integral, pues éste no se reduce a la pura razón.
La educación entonces, por este camino de la piedad, aparece como una preparación para la vida; este saber tratar con lo otro comporta un saber ético que pone el foco en un aprendizaje sobre cómo conducirnos en la vida y cómo vincularnos con lo que nos rodea y con quienes convivimos. En este sentido, Zambrano afirma que hay algo “que va más allá de lo que se aprende materialmente” (M-131, s/f: 173) en las aulas; incluso, sostiene que muchos de los que han pasado por ellas, “tal vez no adquirieron tantos conocimientos como fuera menester” (M-131, s/f: 173). Lo importante, dice entonces, es lo que sucede “en la frecuentación de las aulas; algo esencial para ser hombre se les enseñó en ellas: a oír, escuchar, a atender, a dejar que el tiempo pase sin darse cuenta queriendo entender algo, abrirse al pensamiento que busca la verdad” (M-131, s/f: 173).
Para Zambrano, la educación efectúa en el ser humano un despertar a la realidad en el que se aprende que ésta no se puede totalizar porque es inagotable, a pesar de los rostros que la configuran no se puede cerrar. Despertar a la realidad implica para Zambrano buscarla y descubrirla nuevamente sin darla por sabida, es decir, sostener una conciencia atenta y abierta que no decaiga ni se abisme en el sueño y que se renueva constantemente para reconocer que la realidad es dinámica, heterogénea y en movimiento, que acepta modos de tratar con ella (M-119, 1965: 145-147). La piedad introduce en la educación la responsabilidad de desarrollar la sensibilidad para tratar con uno mismo, con otras personas, con los seres vivos y con las cosas por donde la actitud ante la realidad desborda una perspectiva exclusivamente epistemológica.
Los sentidos, la piedad y la delicadeza
¿Qué relación puede haber entre la piedad y el sentir? ¿Cuál es la conexión entre estas dimensiones de la experiencia humana que finalmente serían objeto de la educación? En 1988, cerca del final de su vida, Zambrano dirá en un texto titulado “Para una historia de la piedad”, que la piedad aparece como “matriz originaria de la vida del sentir” (Zambrano, 2012: 67). Como vimos en el apartado anterior, esta intuición ya estaba presente en El hombre y lo divino, donde afirma que el padecer y el sentir que el ser humano experimenta en su vida, no se pueden reducir a la razón.
La piedad en el pensamiento zambraniano, como sugiere Greta Rivara, remite a lo otro del racionalismo; ser piadoso para Zambrano exige recuperar y salvar lo que ha sido excluido, negado y olvidado, es decir, el sentir y los sentidos (Cf. Rivara, 2018: 43-45). La reforma del entendimiento, esto es, la reforma de la subjetividad erigida en Occidente y la modernidad, es posible porque Zambrano elabora un nuevo punto de partida, una antropología en la que el ser humano reconoce que no puede librarse del inacabable padecer. Esta mirada piadosa que propone otra imagen del ser humano distinta a la del racionalismo trae consigo un vínculo distinto con la realidad.
Conviene plantear nuevas preguntas para profundizar en la conexión entre la piedad y el sentir: ¿descubrimos la realidad del mismo modo desde el pensar que desde el sentir? Más aún, ¿la realidad se experimenta de la misma manera según se atienda más a la vista, que al tacto o al oído? A partir de los manuscritos “La comunicación entre los sentidos”, “Entre el ver y el escuchar” y “La intercomunicación de los sentidos: la delicadeza”, escritos entre 1964-1965 para la revista Semana de Puerto Rico, podemos afirmar que Zambrano responde negativamente a estas cuestiones. En todos ellos desarrolla una reflexión sostenida acerca de los sentidos y sugiere que éstos representan una vía de acceso a la realidad. En el manuscrito “Entre el ver y el escuchar” escribe:
Los sentidos, es decir, lo que a nosotros llega a través de ellos, se recorta sobre un cierto fondo. Un dato sensorial supone y lleva consigo todo un mundo, quizás el mundo todo. Mas de una cierta manera. Un sentido es un camino hacia la realidad, una vía de acceso a ella. Lo cual sucede sin duda porque la realidad, ella, es inagotable. Y porque hemos perdido, si alguna vez lo tuvimos, el contacto inmediato con ella (M-88, 1970: 57).
La realidad para Zambrano resulta de un proceso de construcción, ya que los sentidos no la transcriben de manera pasiva. Acudiendo al saber de la psicología de su tiempo, ella sugiere que la integración de los sentidos “es el resultado de una unificación operada por el humano cerebro y aun por el pensamiento, por la misma razón” (M-121, 1965: 83). Por otro lado, en el horizonte de la filosofía declara concordar con Kant, en que las formas de la sensibilidad humana constituyen al mismo tiempo la estructura de la sensibilidad y la estructura de la realidad (Cf. M-121, 1965: 83).[6] Desde la perspectiva de Zambrano, los sentidos se suman el espacio y el tiempo como formas de la sensibilidad, y en conjunto operan como vías de acceso a la realidad (Cf. M-119, 1965: 144).[7]
Queda para un futuro trabajo profundizar en esta relación entre Kant y Zambrano y la postura de la filósofa frente al idealismo trascendental del pensador alemán; sin embargo, lo importante para nuestros fines es que desde esta lectura la experiencia de la realidad está ligada de manera íntima con el modo como es percibida. Por lo que se puede entender por qué para la pensadora andaluza los sentidos conducen al ser humano a la realidad y por qué, por sí mismos, implican modos de percibir y de establecer contacto con ella. Al mismo tiempo se ve la conexión con la piedad, puesto que si cada sentido es un camino hacia la realidad, y si cada dato sensorial trae consigo el mundo todo de una cierta manera, entonces podemos decir que el ser humano descubre modulaciones, aperturas y posibles modos de acercamiento a la realidad. En “La actitud ante la